Brillo y millones en la Babel del arte, por Ana María Battistozzi
Art Basel Miami. Las ventas más importantes en la feria que cerró el domingo se concretaron muy velozmente. Nada fue tan fácil para las galerías argentinas.
Ruso, chino, alemán, español o inglés de todos los acentos imaginables. En esta Babel contemporánea coinciden gentes de todas las procedencias y linajes imaginables dispuestas a trajinar en bullicioso recorrido los pasillos del Miami Convention Center. Y más: continuar infatigables con la constelación de ferias de distinta escala que se dispersan por la ciudad. ¿Qué extraña fascinación despierta un acontecimiento de este tipo que expande sus límites año a año y pone a prueba el estado mental y físico de cualquiera? Nacida en los 70 por iniciativa de un puñado de galeristas de Basilea, Suiza, Art Basel no sólo logró surfear el bajón de mercado que coincidió con su punto de partida sino que se aventuró a lo que vino después: la inédita apoteosis del mercado del arte que vemos hoy y crece imparable desde fines de los 80. Ninguna de las ferias que por cientos han proliferado en las últimas décadas la encarna de manera tan precisa y exitosa como Art Basel Miami. Una creación de comienzos del 2000 que el visionario gestor suizo Sam Keller concibió de modo insospechado.
Nadie podía imaginar entonces que el refinamiento que había alcanzado la feria europea podría hacer pie en esta ciudad. Sin embargo funcionó. Las condiciones estaban dadas para barrer de la escena la marca de destino turístico para jubilados pintorescos. Sol y playa en pleno invierno del norte, hotelería y espacios vacantes a precios razonables. Pero sobre todo proximidad del show business que de allí en más se habría de convertir en partner ideal del negocio del arte que en estos años tuvo como inseparable compañero de ruta a la Unión de Bancos Suizos (UBS). Poderosa consejera internacional de inversiones para la masa de dinero que empezó a circular de un lado a otro del planeta.
Miami Art Basel acompañó o contribuyó a modelar así lo que Lipovetsky y Serroy han llamado “la estetización del mundo en la era del capitalismo artístico”. Una era de arquitecturas espectáculo, surgidas de la nada que apuntan a crear o rediseñan museos y espacios de arte. Muchos en áreas posindustriales degradadas que de la noche a la mañana se convierten en distritos de arte y diseño, como Wynwood y el Design District de Miami. La era en que todo es diseñable, hiperbólico y publicitado a escala; desde la vidriera de Louis Vuiton con obra de Jeff Koons en el Art District hasta el Mamut dorado de Damien Hirst en los jardines del hotel Faena. Pero, sobre todo, las sumas que se pagan por las piezas exhibidas, que desde ya no son todas, y es preciso señalar también que en este marco, Art Basel se ha reservado para sí una porción de discreción suiza.
“La feria ha alcanzado un grado de madurez tal que es posible traer las mejores piezas de los mayores artistas contemporáneos en la certeza de que encontrarán un lugar en las principales colecciones del mundo”, comentó Marc Payot, socio y vicepresidente de Hauser & Wirth, la galería de Zúrich con filiales en Londres, Los Ángeles y Nueva York que vendió la impresionante instalación de Bruce Nauman “Two Wolves, Two Deer”, de 1989, a una colección asiática por 9.5 millones de dólares. Uno de los valores más altos de esta edición. Por su parte, Steve Henry, director de Paula Cooper, una de las galerías más sólidas de Nueva York, se mostró encantado de haber colocado en un museo europeo “100 Cubes”, una pintura emblemática sobre papel de Sol Lewitt. Entre las latinoamericanas, Bergamin & Gomide de San Pablo es seguramente una de las más satisfechas luego de haber vendido un Sergio Camargo a 700 mil dólares y un trabajo de Hélio Oiticica en 300 mil. Aunque muchos se entusiasmaron en las primeras jornadas VIP con la velocidad que los compradores llegaron a sus stands a definir operaciones, esto no ocurrió en todos lados.
Para los argentinos participantes, la feria es el espacio en el que hay que estar pero no resultó desde el primer momento tan excitante. Tanto para Orly Benzacar como para Henrique Faría, que participó en Survey con un conjunto de Willys de Castro. Ambos debieron esforzarse más para ubicar las piezas que presentaron. También Jorge Mara. “A diferencia de otros años, en que los coleccionistas y las instituciones buscaban concretar sus compras desde el principio, esta vez la gente se tomó más tiempo para decidir”, comentó el galerista mientras preparaba el regreso. Obras que fueron consideradas por coleccionistas desde el principio en su stand finalmente fueron vendidas. Entre ellas, dos óleos de Sarah Grilo que fueron a integrar dos muy buenas colecciones: una local y otra latinoamericana. Por su parte, un coleccionista de Miami adquirió una de las dos obras de Washington Barcala, mientras el magnífico Kabinett dedicado a Grete Stern, aunque muy elogiado, esperaba decisiones al cierre. En las ferias es así, a veces se vende y otras se concretan arreglos a futuro. Una mezcla de ambos se dio con la obra de Diego Bianchi que presentó la galería parisina Jocelyn Wolff y le significó al artista una invitación para participar en el apartado U-Turn de arteBA con el gran artista conceptual americano William Anastasi. A su vez, del conjunto de piezas del platense Edgardo Vigo que llevó Richard Saltoun de Londres acompañado con un catálogo con textos de Horacio Zabala y el uruguayo Clemente Padín, se vendieron 34, un número nada despreciable más allá de las expectativas del galerista de venderlo en bloque a una institución. Algo de eso podría ocurrir en el futuro viaje a Buenos Aires, que promete.