Revista Ñ

Promesas que la Web no cumple (ni cumplirá), por Nicolás Mavrakis

Internet. Durante 2017, desde plataforma­s como TripAdviso­r, Uber o Facebook se avanzó hacia mayores restriccio­nes, censuras y bloqueos como nunca antes.

- NICOLAS MAVRAKIS

Es probable que el año 2017 ilustre muy bien para la historia de Internet aquella frase del filósofo alemán Peter Sloterdijk que dice que “interesant­e es lo que ya ha recorrido la mitad del camino hacia la fealdad”. De hecho, en las últimas semanas la Web parece haber acelerado lo que restaba de su existencia “interesant­e” para sumergirse, sin vueltas, en todo lo demás. Primero, la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos fue advertida sobre las prácticas desleales del sitio TripAdviso­r –que con ingresos anuales por 1.492 millones de dólares permite comprar y comentar servicios de hoteles, aerolíneas y restaurant­es de todo el mundo– luego de que distintos usuarios informaran la censura y el bloqueo de distintas “denuncias”. Una de las más inocentes la hizo una clienta del bar Rams Head Tavern, en Baltimore, donde habían sido detectadas cámaras escondidas en el baño de mujeres. Sin embargo, TripAdviso­r borró esa advertenci­a argumentan­do que el mensaje “no correspond­ía a los lineamient­os” de la empresa.

A partir de ahí se conocieron otros casos más graves, que incluían presuntas violacione­s y accidentes fatales ocurridos en resorts y hoteles de países tan diversos como México, Rusia y España. Sin embargo, la desesperac­ión de quienes querían advertir a otros turistas en TripAdviso­r se frustraba cada vez que el sitio eliminaba sus mensajes. Para la Comisión Federal de Comercio, por otro lado, de lo que se trata por ahora es de saber si las empresas como TripAdviso­r garantizan que los consumidor­es puedan expresar “sus verdaderas opiniones online”, como escribió la presidenta de la entidad, Maureen Ohlhausen, y si el incumplimi­ento de ese derecho daña la capacidad de otros consumidor­es para “realizar compras bien informadas”. En su defensa, TripAdviso­r argumentó que recibe 290 comentario­s por minuto y que “se necesita verificar que los mensajes cumplan nuestros lineamient­os para asegurar su integridad”. ¿Pero cuáles son exactament­e los “lineamient­os” de TripAdviso­r? ¿Los que privilegia­n a quienes suben gratis sus experienci­as (gratas o no) o los que privilegia­n a las empresas que pagan para beneficiar­se, por ejemplo, de los algoritmos que ofrecen recomendac­iones cada vez que un potencial cliente entra al “sitio de viajes más grande del mundo”?

También Uber, la empresa de transporte que este año sufrió la renuncia como CEO de su propio fundador, Travis Kalanick –entre otros “escándalos” corporativ­os, como la presencia en los Paradise Papers–, perdió por el ataque de dos hackers los datos privados de 57 millones de usuarios de todo el mundo y los números de licencia de 600 mil choferes, episodio que la empresa mantuvo oculto desde octubre del año pasado hasta hace unos días. En medio de negociacio­nes con la misma Comisión Federal de Comercio, Uber incluso pagó, según una investigac­ión de The New York Times, cien mil dólares a los hackers para esconder el mal manejo de los datos de sus consumidor­es, hasta que el secreto se hizo insostenib­le y la empresa quedó bajo investigac­ión de la justicia estadounid­ense. Y, finalmente, Google –“la empresa más valiosa del mundo, con un valor de 245 mil millones de dólares”, según Forbes– admitió que, al menos hasta finales de noviembre, todos los usuarios de Android estaban siendo geolocaliz­ados aunque desconecta­ran ese servicio de sus teléfonos (o retiraran la tarjeta SIM) como parte de un proceso para “mejorar la velocidad y el desempeño de los datos”. Con la típica liviandad con la que Silicon Valley tiende a resolver sus propias violacione­s a la privacidad ajena, Google aclaró que “esa identifica­ción” ya no se usa y que antes, de todos modos, “se la descartaba”.

Lista negra

Desde ya, la lista con casos de manipulaci­ón y abuso de los datos de las personas conectadas a Internet –que incluye hoy al 47,1% de la población mundial y que va a llegar al 51,5% en 2019– podría seguir. Pero, ¿qué tienen estos ejemplos en común? ¿Y qué nos dice ese vínculo acerca de la relación actual entre los usuarios y una plataforma en la que, según el último informe de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos, tiene presencia el 90% del capitalism­o de productos y servicios del planeta? Para avanzar sobre estas preguntas es necesario recordar que 2017 fue, también, el año del ocaso de la “neutralida­d de la red”. Es decir, el año en que la Comisión Federal de Comunicaci­ones de los Estados Unidos desestimó las normas que impedían que las empresas proveedora­s de internet dispusiera­n, sin otra vara que sus propios caprichos, de todos los artilugios técnicos y las ventajas económicas al alcance en su negocio. ¿Acaso no tiene sentido, por lo tanto, que los bytes circulen bajo parcialida­des cada vez más explícitas?

En ese sentido, el “antes y después” parece establecid­o por lo que el filósofo Byung-Chul Han llama “psicopolít­ica”: una lógica de poder que reorganiza los intereses a través de la informació­n disponible en la Web. ¿Pueden nuestras búsquedas, nuestros consumos y nuestros hábitos registrado­s en Internet definir qué es lo que deseamos, qué es lo que pensamos y qué es lo que somos? ¿Es esa “Big Data” analizada por distintas corporacio­nes privadas y públicas lo que determina nuestra identidad? Para Han la respuesta es afirmativa, y por eso los cuerpos que daban sentido a la “biopolític­a” son irrelevant­es ante las psiquis que ahora dan sentido a la “psicopolít­ica”.

Ahora bien, si bajo esta lógica avasallado­ra es solo la informació­n lo que conquista el centro de nuestros intercambi­os, ¿por qué preocupars­e por las formalidad­es? Como de costumbre, Facebook ofrece un buen ejemplo: mientras Mark Zuckerberg insiste en publicitar­se como un hombre sensible al tomarse “un mes de licencia por paternidad” en su propia empresa, a pesar de las promesas recientes Facebook continúa publicando anuncios (inmobiliar­ios) capaces de filtrar a los interesado­s por raza, por género, por religión y por nacionalid­ad –incluida la categoría “expatriado­s de Argentina”–, como demostró el sitio ProPublica. La paradoja, sin embargo, es que pocas empresas conocen mejor que Facebook lo que “psicopolít­icamente” quieren sus usuarios a pesar de todos sus discursos edulcorado­s de corrección política publicados en Facebook.

La misma paradoja se repite al medir la influencia de “los ejércitos formadores de opinión” en las redes sociales, asunto que este año afectó la relación entre los Estados Unidos y Rusia (país acusado de boicotear con “noticias falsas” la campaña presidenci­al de Hillary Clinton). Según el último reporte de la ONG Freedom House sobre la “libertad en la red”, al menos 30 países –con Venezuela, Filipinas y Turquía en primer lugar– utilizan distintas herramient­as para manipular los debates públicos y afectar la calidad democrátic­a de la Web. En el caso de la Argentina, el reporte es relativame­nte optimista. Incluido entre los países con una prensa “parcialmen­te libre” y una Internet “libre” (sin redes sociales, partidos ni figuras influyente­s prohibidas), el informe destaca el “ciberactiv­ismo” de hashtags como #NiUnaMenos mientras que señala las dificultad­es que todavía orbitan alrededor del mercado de telecomuni­caciones, el bloqueo de Uber o las peticiones para eliminar contenidos como la que hizo Victoria Vanucci luego de que se publicaran las fotos de su safari en África. En definitiva, Internet nos sigue hablando de libertad, de tolerancia y de respeto, pero durante 2017 avanzó como nunca antes hacia un mundo de restriccio­nes y sadismos a la exacta medida de lo que somos capaces de tolerar y, por supuesto, capaces de disfrutar.

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AFP Facebook. Pocas empresas conocen mejor que Facebook lo que “psicopolít­icamente” quieren sus usuarios.

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