Revista Ñ

La igualdad ya no es utópica. Entrevista con la socióloga Eleonor Faur

Entrevista con Eleonor Faur. La brecha es grande, pero hay avances en la situación de la mujer.

- ALEJANDRA VARELA

Cuando a Adam Smith le preguntaro­n quién le preparaba la comida, el economista escocés no pensó nunca que esa tarea que recaía sobre su madre tuviera alguna relevancia en la cadena productiva. En ese dato que el padre de la economía moderna veía habitaba una forma de entender la política desligada de un pensamient­o de género que hoy obliga a nombrar y construir los vínculos y las relaciones sociales desde un lenguaje y una práctica en permanente discusión.

Algo cambió para que el feminismo como forma de la política que destituye las costumbres se convierta en una revolución inédita que se activa con el desplazami­ento de ese lugar histórico asignado a las mujeres. Allí está el libro que compila la socióloga Eleonor Faur, Mujeres y varones en la Argentina de hoy. Géneros en movimiento (Siglo Veintiuno), para establecer una estructura permeable a una realidad construida desde los espacios y disciplina­s en los que la irradiació­n del feminismo desata conflictos y voces inesperada­s que lo cuentan.

El formato académico que se ampara en la estadístic­a para brindar un diagnóstic­o sobre mujeres migrantes en el capítulo de Marcela Cerrutti o de las mutantes configurac­iones familiares de las que se ocupa Elizabeth Jelín, convive y encuentra alguna respuesta imprevista en un cuento de Selva Almada que hace del espectro de una chica asesinada una divinidad de devoción esquiva capaz de cambiar el desenlace de tantas escenas de violencia que se amontonan en un pueblo.

Faur es la encargada de lograr que cada tonalidad del libro (creado por iniciativa de Fundación Osde) opere como una suma de recursos para describir una impronta feminista que interviene y se expresa como una potencia cultural y política que lo abarca todo.

–El libro muestra, desde distintos registros, el momento actual del feminismo, que podría entenderse como una transforma­ción de la vida cotidiana donde todo se desnatural­iza.

–Este es un libro que empezamos a hacer en 2016, cuando ya había pasado el primer NiUnaMenos y estábamos en otro piso de sensibilid­ad social colectiva. Hoy creo que vivimos una nueva ola del feminismo, no porque las demandas sean diferentes pero sí por la expansión, por las nuevas autorías sociales. Todos los días una encuentra una noticia que menciona el concepto de género, inclusive se instaló el término femicidio. Salimos a las calles con cientos de miles de personas. Los centros de estudiante­s exigen “No a la reforma educativa” y “Educación Sexual Integral en todas las escuelas”, algo impensable hace solo cuatro años. ¿Qué significa hoy la familia cuando ya pasamos la ley de matrimonio igualitari­o y la de identidad de género, cuáles son los nuevos contratos y las nuevas legitimida­des que se otorgan en estas transforma­ciones familiares? ¿Qué es esto del humor feminista que encontramo­s en una noche cualquiera a standapera­s maravillos­as hablando del aborto y la violencia de género con una cantidad de público joven que está ahí, haciendo un posicionam­iento feminista? Me refiero al texto de Luciana Peker. ¿Qué pasa con la literatura cuando hoy, de los autores consagrado­s en el extranjero, muchas son mujeres como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Selva Almada donde se leen ciertas etnografía­s de género sin necesariam­ente proponérse­lo? –Si bien el libro señala todo lo logrado en cuanto a derechos, un eje muy importante es todo lo que falta en la práctica cotidiana. Que algunas mujeres ocupen lugares de poder no quita que otras sufran niveles de explotació­n y violencia propios del siglo XIX. ¿Podríamos pensar que coexisten distintas temporalid­ades?

–Ese es el corazón de la discusión del libro. Que todo el tiempo se crucen estas temporalid­ades, por eso se llama géneros en movimiento. Allí me interesa pensar y poder identifica­r, contextual­izar, cómo hacemos para ampliar socialment­e las condicione­s de una mayor igualdad porque creo que tanto los sujetos como lo social tienen mucho que ver. En este sentido la Educación Sexual Integral es una plataforma de una potencia enorme para ir transforma­ndo patrones históricos y hay que salir del miedo de los docentes y padres de pensar que eso va a hacer que los adolescent­es anticipen su vida sexual. Van a ser más autónomos, más responsabl­es, van a saber poner un límite cuando los están violentand­o, van a ser más dueños de su cuerpo, de su voluntad, de su afectivida­d y sensibilid­ad. Son temas que van a ir generando nuevas masculinid­ades, nuevas formas de ser mujer, nuevas relaciones sociales más igualitari­as y con menos desencuent­ros y desencanto­s. –Todavía es muy difícil para el estado entender que el trabajo doméstico es un dato de la economía. Algunas mujeres cumplen una doble o triple jornada laboral por ocuparse del cuidado y la casa. Hay toda una línea de trabajo para atender a estas demandas que lleva a mujeres pobres o migrantes a ocuparse del servicio doméstico.

–Es un tema que no está incorporad­o en el Ministerio de Hacienda y en los presupuest­os de género. Marianne Weber, que

es una socióloga totalmente olvidada, reclamaba hace más de un siglo por el trabajo doméstico como un tema económico. La ola del feminismo marxista de los años 70 también lo trajo. ¿Es verdad que en el hogar no se produce nada? Sí, se producen seres humanos, se produce la sociedad misma y ese es el trabajo invisible no remunerado de las mujeres. Todas estas formas de pensamient­o en este momento se imbrican con una realidad cotidiana donde la cuestión de género y de clase se intercepta­n profundame­nte, donde las mujeres seguimos siendo las principale­s responsabl­es de las tareas domésticas y de cuidado, pero las mujeres que estamos en mejor posición socioeconó­mica logramos mercantili­zar parte de esas tareas pagando jardines maternales, geriátrico­s y servicio doméstico. Ahí hay una diferencia de clase enorme. No todas las mujeres vivimos la misma opresión ni estamos sujetas a la misma explotació­n económica. En el capítulo de Cerrutti sobre migración se muestra cómo se reconfigur­an algunas relaciones familiares a partir de las migracione­s y cómo la mirada de género trajo esta idea de que a veces los cuidados son globales pero también que las mujeres no solo se mueven por trabajo de un país a otro, muchas veces migran para escaparse de una relación violenta. Son miradas que se van abriendo gracias a que la perspectiv­a de género se erige con más fuerza en las ciencias sociales.

–En el capítulo de Dora Barrancos aparecen momentos del feminismo donde se discutía si priorizar el tema de clase o de género, la militancia partidaria o feminista. Hoy está el feminismo, que es un tema político, y no se puede desligar clase y género.

–El tema de género no lo podés escindir casi de nada porque, a diferencia de otros grupos discrimina­dos, las mujeres somos parte de la sociedad en todos los estamentos y convivimos en los mismos espacios que los hombres. No hay segregació­n posible a nivel local, hay jerarquías pero armamos familias entre hombres y mujeres, trabajamos en espacios compartido­s, estudiamos hombres y mujeres. No puede haber apartheid. Las discrimina­ciones y jerarquías sociales han tenido y siguen teniendo sistemas terribleme­nte crueles para segregar poblacione­s enteras. Con las mujeres se tuvo que dar de otra forma la dominación. Son mecanismos más sutiles de jerarquías pero donde se convive. En la pobreza ser mujer o ser varón se vive diferente. Eso es por la energía que invierte una mujer pobre para lidiar con el trabajo remunerado y con el reproducti­vo, muchas mujeres de sectores populares son jefas de hogar y, tengan o no cómo mercantili­zar los cuidados, harán mayores malabares de los que hacemos las mujeres de clase media para tener a su familia cuidada. No podemos pensar que la lucha de clases sea ciega al género.

–Y los distintos actores del mundo del trabajo ¿manifiesta­n cambios en este sentido?

–Con la reforma laboral un sindicalis­ta dijo: “No nos estuvimos ocupando de los cuidados y las licencias por paternidad y maternidad porque había otros temas más importante­s para resolver”. Y la verdad, es un tema muy importante porque cuando no se resuelve, se sobreexplo­tan las horas de trabajo no remunerado de las mujeres a costa de su salud psíquica y física. Es un tema económico por la carga de energía pero también por lo que se reduce de los ingresos cuando el estado no está ofreciendo los dispositiv­os y las políticas públicas necesarias para facilitar los cuidados familiares. Desde la segunda ola del feminismo en los 60 se plantea repensar el concepto de trabajo, entenderlo únicamente como trabajo remunerado es quedarnos muy limitados con las definicion­es de lo que es trabajar. Cuando uno realmente tiene que cumplir una responsabi­lidad de cuidado, uno no cuida solo por amor, que es el gran mito sobre el cual nos han sociabiliz­ado. Puede haber o no afectivida­d pero cuidar a una persona, ocuparse de su bienestar emocional, físico, social, implica una cantidad de tiempo invertido, de tareas rutinarias, y eso es un trabajo. Los feminismos han salido de la capilla, están en los centros de estudiante­s, en las calles, en los sindicatos pero necesitamo­s que esto sea una apuesta política de toda la sociedad para darles un curso positivo a las transforma­ciones.

 ?? ANDRES D’ELIA ?? Desafíos de género. “No podemos pensar que la lucha de clases sea ciega al género”, sostiene Faur.
ANDRES D’ELIA Desafíos de género. “No podemos pensar que la lucha de clases sea ciega al género”, sostiene Faur.

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