Revista Ñ

Escritor y filósofo francés (1906 — 1995)

- EMMANUEL LÉVINAS

En realidad, el hecho de ser es lo más privado que hay; la existencia es lo único que no puedo comunicar; yo puedo contarla, pero no puedo dar parte de mi existencia. La soledad, pues, aparece aquí como el aislamient­o que marca el acontecimi­ento mismo de ser. Lo social está más allá de la ontología.

El sufrimient­o de la necesidad no se apacigua en la anorexia, sino en la satisfacci­ón. La necesidad es amada, el hombre es feliz de tener necesidade­s. Un ser sin necesidade­s no sería más feliz que un ser necesitado, sino que estaría fuera de la felicidad y de la infelicida­d.

El yo no es un ser que permanece siempre igual, sino que es un ser cuyo existir consiste en identifica­rse, en recobrar su identidad a través de todo lo que le acontece.

El deseo es la desdicha del dichoso, una necesidad de lujo.

Ser libre es construir un mundo en el que se pueda ser libre.

Al emprender lo que he querido, he realizado muchas cosas que no he querido: la obra surge entre los deshechos del trabajo.

Es necesario tener la idea de lo infinito, la idea de lo perfecto, como diría Descartes, para conocer su propia imperfecci­ón. La idea de lo perfecto no es idea, sino deseo.

El arte de prever y ganar por todos los medios la guerra –la política– se impone, en virtud de ello, como el ejercicio mismo de la razón. La política se opone a la moral, como la filosofía a la ingenuidad.

La sensibilid­ad constituye el egoísmo mismo del yo. Se trata de lo sensible y no de lo sentido. El hombre como medida de todas las cosas -es decir, medido por nada- que compara todas las cosas, pero incomparab­le, se afirma en el sentir de la sensación.

La fuerza de la voluntad no se desarrolla como una fuerza más poderosa que el obstáculo. Consiste en abordar el obstáculo, no chocando contra él, sino tomándose siempre una distancia frente a él, al percibir un intervalo entre él y la inminencia del obstáculo.

La vida es “amor a la vida”, una relación con contenidos que no son mi ser, y sin embargo más queridos que mi ser: pensar, comer, dormir, leer, trabajar, calentarse al sol. Distintos de mi sustancia, pero constituyé­ndola, estos contenidos conforman el premio de mi vida.

La distancia que se intercala entre el hombre y el mundo del cual depende constituye la esencia de la necesidad. ¡Un ser está desarraiga­do del mundo del cual, no obstante, se alimenta! La parte del ser que se ha desarraiga­do del todo en el que estaban sus raíces, dispone de su ser y, en lo sucesivo, su relación con el mundo, sólo es necesidad.

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