Flora y fauna
“¿Podré volver a crecer a partir de un dedo? ¿Cuál es la matriz de todos los moldes? ¿Serán mis dientes mi verdadera alma? ¿Mi nariz forjada a fuego sobrevivirá la hecatombe? ¿Con qué máscara voy a volver cuando emerja de las tinieblas?”. Juan Miceli y Tomás Posse se interrogaron, curiosos, en Chien Noir (Gorriti 5953) acerca de sí mismos: buscan nuevos cuerpos construidos a través de materiales diferentes.
Las preguntas acerca de qué somos, cómo, cuánto duramos y cómo morirnos y enterrarnos entre nosotros –al fin y al cabo, ¿qué es un cuerpo, con y sin conciencia de sí, solo o en comunidad?–, se exponen durante diciembre en múltiples espacios. Pero la historia y la curiosidad por los animales humanos que somos –tan pa- recidos a ciertos animales nohumanos en algunas cosas–, no termina aquí: recordemos, por ejemplo, Cámara, la obra de Elena Dahn (artista con especial preferencia por envolverse en grandes campos de látex adherentes a su cuerpo como chicles o gomas de mascar gigantes), que se expuso en Móvil (Chela, Iguazú 451, Parque Patricios, una antigua fábrica de aluminio reciclada en donde también funciona el Club de Reparadores).
En Cámara –la videoperformance de Dahn en la que lucha por salir de un territorio rosado que la enrosca, la encierra y la empaqueta–, la artista va por todo: rompe, de a poco, el látex, saliendo de un capullo asfixiante, yendo “contra la pintura, contra la escultura y contra su propio cuerpo”, como reza el texto del espacio. Tironeando del látex, luchando contra su peso, fuerza y contra sí misma: es la performatividad al palo.
Aunque la conciencia y reflexión sobre el cuerpo, sobre qué es, qué definir, esta vez con la idea de un tercer género –categoría independiente de “lo femenino” y de “lo masculino” (y esto, en definitiva, ¿qué sería? Construcción de construcciones), salta en Kosupure Cosplay, de Fátima Pecci Carou (en la galería Selvanegra, Gurruchaga 301). La exposición abre con el acta de divorcio de la artista. Sigue con pinturas y objetos escultóricos que guardan su clave en la historia de un cómic japonés: cuenta que Genma, padre de Ranma (protagonistx de la cosa), después de caer en los estanques encantados de Jusenkyo, tomó la forma de un oso panda ahogado en ese mismo sitio hará unos 2000 años. Pero 500 años después, Ranma volvió a caer en el Lago de la Muchacha Pelirroja Ahogada, convirtiéndose para la ocasión en un cuerpo de hombre/mujer que cambia de sexo a partir del contacto con el agua fría o con el agua caliente. De más está decir que la protagonista de esta muestra es Ranma. La otra protagonista, la propia artista: Fátima Pecci Carou.
Ligados a los interrogatorios íntimos, siguiendo la pregunta sobre qué somos y cómo, buscando, no en las inauguraciones multitudinarias ni en los museos, sino refugiados ahora en lo mínimo, en la escala doméstica, la vecinal, reunidos en secreto en un rincón de La Plata, bajo una glicina espléndida toca el piano Tadeo Velis (18 años). Cerca, su hermano Juan y su primo Kevin (25) van con un acústico de guitarra junto a Ignacio Dalto (23). La noche se cierra, el año termina y estos jóvenes artistas –escritores y músicos a la vez– se cuestionan las mismas preguntas, a través de una música performática: ¿qué tipo de animales somos? ¿Por qué estamos reunidos acá esta noche? ¿Hay luz o tiniebla de la que emerger? ¿Podemos transformarnos mil veces, en mil figuras diferentes? ¿Esto nos ayudaría a vivir?
A cara lavada, poniendo pelo en pecho, el arte entonces supera al arte: fiesta discreta, fin de año silencioso, la belleza, por un momento, se encuentra en la comunión. Se intuye que la cosa seguirá así, para todos estos artistas: cuestionándose sobre sí mismos. “¿Por qué tantas preguntas acerca de tantos caminos?”, me dicen. ¡A seguir buscando!, es la única respuesta. Por el momento, sólo hay que seguir.