Microcosmos dentro del cosmos,
¿De qué nos habla en sus cuentos y novelas Ana María Shua? De nosotros, claro: la especie humana. Criaturas espoleadas por afanes que se resumen, fundamentalmente, en la codicia de lo prohibido e inalcanzable. Porque el pasto del vecino siempre es más verde, porque la saciedad no existe: es un pozo sin fondo que puede expresarse (como en su novela El peso de la tentación) con la metáfora de la deglución infinita.
El deseo ilimitado y el absurdo de ese deseo emanan de seres frágiles y efímeros, encarnados en materia destructible y corruptible. Un momento de esplendor se paga con años de enfermedad, decadencia física y mental, decrepitud, privación de la libertad. Las cárceles institucionales (hospitales, geriátricos, casas de rehabilitación) profundizan los sufrimientos ya incluidos en esa otra prisión donde siempre nos encontramos porque nos constituye, aunque se va revelando claramente como tal a medida que nos enfermamos o envejecemos: la cárcel de nuestro cuerpo.
El desdichado “paciente” (en todos los sentidos) de su primera novela Soy paciente (1980), internado en un derruido hospital público, se convierte en víctima sumisa de doctores, enfermeras, parientes entrometidos. Su diagnóstico nunca llega, los tratamientos y operaciones son errados. La debilidad y los dolores lo atormentan. Pierde su empleo y sus ingresos. Sus pertenencias (las que escapan a la rapiña de amigos y familiares) se van acumulando en el hos- pital, que se convierte en su casa. Microcosmos dentro del cosmos social, es un círculo de hierro dentro de otro círculo y de ninguno de los dos se puede escapar. Lo trágico se hace relativamente soportable, empero, a través de lo ridículo que, con tintes oscuros o ligeros, integra la perspectiva de Shua sobre la humanidad.
Corpóreos y deseantes, nos organizamos en linajes, cadenas y árboles bioculturales. Como los que aparecen en El libro de los recuerdos (1994), entrañable relato calificable como “autoficcional” en tanto entreteje libremente la ficción con elementos autobiográficos. Pero son dos novelas: La muerte como efecto secundario (1997) e Hija (2016) las que destacan la potencial negatividad de los vínculos de filiación con efecto de espejo inverso. La primera, desde el punto de vista de un hijo, se focaliza en su lucha contra un padre monstruoso. La segunda asume el enfoque de una madre y hace lo mismo con respecto a una hija no menos psicópata.
Desestabilizadoras, perturbadoras, inquietantes, las historias de Shua se interrogan una y otra vez por los límites de nuestra condición, por los complejos lazos entre biología y cultura, por la ley, la culpa, la pugna de poder y la voluntad transgresora que rigen la vida social desde los lazos más viscerales. Muestran lo que no queremos reconocer, el mal que no podemos evitar, destruyendo con una pluma implacable e impecable fáciles explicaciones y consuelos. Escritora, investigadora del Conicet. Publicó “Finisterre”, entre otros libros.