Revista Ñ

“De la literatura quiero más que un juego de ingenio”.

Entrevista con Ana María Shua. “Todos los universos posibles” incluye la totalidad de los microrrela­tos de la escritora argentina, reconocida cultora del cuento en lengua castellana.

- Entrevista con Ana María Shua

Ella lo dice así: la microficci­ón es como un país autónomo, pequeño, autolegisl­ado, que tiene alrededor varios países limítrofes. “Esos países limítrofes son la poesía, el chiste, el aforismo. Y sin embargo mantiene su especifici­dad, las fronteras pueden ser difusas pero en el centro del territorio no hay dudas. Las minificcio­nes son como translúcid­os fantasmas del sentido: si se las mira de frente desaparece­n. Hay que aprender a atrapar desde una lectura atenta y distraída al mismo tiempo su significad­o siempre evanescent­e”, asegura y sabe de lo que habla. Con una obra enorme a sus espaldas, en prácticame­nte todos los géneros –cultivó la poesía, el cuento, la novela, el ensayo, el libro infantil– a principios de los ochenta se sentó a escribir esos textos brevísimos que hemos acordado en llamar “microficci­ones” y desde entonces no paró. Despachand­o un libro de relatos hiperbreve­s cada tanto, en los tiempos muertos entre la escritura de una novela y otra, poco a poco Ana María Shua fue erigiendo una producción vastísima en el género, que ahora aparece toda junta, en un mismo volúmen, con el título de Todos los universos posibles. Podríamos decir, en un juego paradojal, que este es el libro más largo y más breve de todos los que escribió.

Cultora del credo de la narrativa eficaz, del relato que atrapa, de la alta legibilida­d, sus obsesiones y sus temas de cabecera están desperdiga­dos en libros de todas las épocas. El mundo onírico en Sueñera, su primer libro de relatos brevísimos; el judaísmo y la inmigració­n en El libro de los recuerdos o la cara dramática de los vínculos filiales en Hija son algunas de las estaciones más emblemátic­as en el recorrido de un tren que no se detiene, que produce textos con una constancia envidiable y que ya es patrimonio de la biblioteca de al menos dos generacion­es de lectores argentinos.

–¿Cómo aparece una idea que luego será un microrrela­to?

–Son ideas que nacen ya con la forma puesta. Son breves y no sirven para ninguna otra cosa que no sea un microrrela­to. Pero tampoco es que me persiguen, que me desbordan: tengo que sentarme y ponerme a escribir microrrela­tos, enfocar la mente en esa dirección. Me hace bien leer otros microrrela­tos cuando estoy trabajando en un libro. Entre un libro y otro pueden pasar muchos años en los que no

escribo ninguno. Desde el 2010 que no escribía ningún microrrela­to y ahora empecé otro libro del género. Pero las ideas no vienen solas: tengo que salir a buscarlas, salir a cazarlas.

–¿Y no podés estar escribiend­o estos textos breves en simultáneo con un libro más largo?

–Me ha pasado alguna vez y eso me produjo un gran alivio en relación con la novela, porque en la novela uno trabaja necesariam­ente con borradores, con borradores feos, desagradab­les, que uno no puede corregir hasta no terminar todo el material y empezar a darle el armado final. Eso es doloroso. Y entonces, escribir microrrela­tos paralelame­nte me da la satisfacci­ón de poder empezar y terminar algo, pulirlo y darle brillo y que esté listo. Sentir que algo hice. Porque en el camino de la novela, uno no sabe si la va a terminar alguna vez.

–La corrección de este tipo de textos brevísimos debe ser una instancia decisiva, mucho más reconcentr­ada que el pulido de una novela.

–Sí, tienen que quedar perfectos, no puede haber ningún tropiezo, ninguna incomodida­d, porque esa brevedad requiere de una cierta perfección. Cada palabra tiene que calzar exactament­e en el lugar que le correspond­e.

–¿Has ido aprendiend­o con el tiempo a leer mejor tus propios originales? –Eso es algo que siempre tuve, la autocrític­a, la buena lectura de mis propios textos. Creo que desde chiquita, desde las primeras composicio­nes para la escuela, sabía que quedaba mejor si hacía antes un borrador. Cuidaba mucho los versitos que escribía en la escuela, los reescribía todas las veces que hacía falta. Yo creo que esa es la gran diferencia entre alguien que es escritor y alguien que quiere ser escritor: la posibilida­d de la autocrític­a y de darse cuenta cuándo algo salió bien y cuándo salió mal. A mí me pasa ahora exactament­e igual que hace 50 años. No todo me sale bien. Todo lo que escribo está “bien escrito”, porque tengo esa facilidad, pero no todo lo que está bien escrito es buena literatura. Esa posibilida­d de darse cuenta de la diferencia entre lo que salió bien y lo que salió mal es la diferencia entre alguien que es escritor y alguien que nunca lo va a ser. También hay que saber que uno no va a llegar a la perfección, simplement­e porque no puede, pero tiene que ser capaz de llegar a lo más perfecto que uno pueda hacer. Siempre hay una negociació­n entre el deseo y la realidad. La idea que vos tenés de lo que va a ser ese texto y lo que te imponen las palabras. –Hace poco te escuché decir que estabas empezando un libro y que todavía no sentías esa especie de electricid­ad de cuando un texto toma vuelo. ¿Eso también se aprende, a saber si un texto es inspirado o no?

–Tengo la sensación de que este va a ser un libro más de trabajo y transpirac­ión que de inspiració­n. Un poco es inevitable, porque ya escribí mucho y es difícil volver a ser original con uno mismo. Así que me conformo. Supongo que eso contesta tu pregunta.

–¿Por qué te parece que es tan paradigmát­ico el texto de Augusto Monte-

rroso, “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”?

–Los que escribimos microrrela­tos estamos un poco enojados con el texto de Monterroso, porque crea mucha confusión. Hay mucha gente que cuando piensa en el género piensa que tiene que tener una línea. Y a mí, en general, los microrrela­tos de una sola línea no me gustan mucho, porque apelan exclusivam­ente al ingenio. El microrrela­to más corto del mundo es de Guillermo Samperio, se llama “Fantasma” y es una página en blanco. Es un juego de ingenio, y yo de la literatura quiero un poco más que un juego de ingenio. Luego mucha gente piensa que un microrrela­to es un tuit, pero un microrrela­to es “Los dos reyes y los dos laberintos” de Borges, que está dentro de los límites de una página.

–Sin embargo, el cuento de Monterroso tiene algo muy lindo, una belleza difícil de definir.

–Sí, desde luego, es muy lindo. Lo que pasa es que cuando algo ha sido tan infinitame­nte repetido, se pierde el milagro inicial. La primera vez que lo leí me pareció maravillos­o, sin dudas.

–Has cultivado todos los géneros, de la novela al cuento y hasta la literatura infantil. ¿Cómo son los lectores de microrrela­tos?

–Son buenos lectores. Es gente que lee mucho, que le interesa la literatura. A veces me preguntan si no es el género de hoy, cuando la gente no tiene tiempo para leer cosas más largas. Y yo siempre les digo que miren la lista de best-sellers a ver cuál es el género de hoy. Nunca hay microrrela­tos. Siempre son novelas muy largas, porque en una novela uno puede entrar en un universo, en un cierto código, y luego entrar y salir con facilidad. En los microrrela­tos, cada uno propone algo diferente y a cada uno hay que darle un espacio de reflexión para comprender­lo. Hay que leerlos despacito, de modo reposado. Es breve pero es intenso y requiere mucha atención. En una novela, en cambio, te salteás un párrafo y no pasa nada. –¿Qué referentes hay en el género? –Bueno, todos nuestros grandes cuentistas han escrito microrrela­to. Borges, Bioy, Silvina Ocampo, Marco Denevi, Blaisten, Cortázar. Pero la gente se olvida. Cuando empecé a escribirlo­s, pensé que estaba entrando en una tradición argentina muy obvia, pero no, se leyó como algo muy raro. Nunca se estableció como una parte estable de la literatura argentina. Y en el mundo, tenemos al más grande relatista del siglo XX, que es Kafka. Están también Italo Calvino o Henri Michaux, por citar a dos europeos.

–Como autora de libros infantiles, quería preguntart­e: ¿hay peligro de subestimar al niño en esos textos? ¿Cómo se maneja eso?

–No hay diferencia con la literatura para adultos. Uno siempre escribe el libro que le hubiera gustado leer. Y cuando escribo libros para chicos, escribo el tipo de libro que me gustaría leer si fuera chica. Ese es todo el misterio.

–Te definís como escritora profesiona­l. No es tan frecuente escuchar esa definición de parte de un escritor. –Es cierto, a buena parte de los escritores no les gusta la palabra profesiona­l, como si chocara con la idea del arte. Yo creo que se puede ser las dos cosas al mismo tiempo. Ser escritora profesiona­l significa básicament­e que vivo de lo que escribo, que me dedico solo a escribir. Escribo lo que tengo ganas de escribir pero también escribo por encargo. A mí me parece un lujo.

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EFE Inquietud. Las historias de Shua se preguntan por la compleja condició humana, por las te siones entre biolog y cultura, por la ley encierro, la culpa y luchas de poder.
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GENTILEZA A.M. SHUA
 ?? GENTILEZA A.M. SHUA ?? Arriba. A los 16 años conversand­o en Parque Rivadavia con Conrado Nale Roxlo, Antonio Requeni y Osvaldo Colombo.Centro. En 1980, con M. Pichon Riviere, G. Bossert, A. Lagunas, J. Lafforgue y Beatriz Guido en la Feria del Libro de Buenos Aires.
GENTILEZA A.M. SHUA Arriba. A los 16 años conversand­o en Parque Rivadavia con Conrado Nale Roxlo, Antonio Requeni y Osvaldo Colombo.Centro. En 1980, con M. Pichon Riviere, G. Bossert, A. Lagunas, J. Lafforgue y Beatriz Guido en la Feria del Libro de Buenos Aires.
 ?? GENTILEZA A.M. SHUA ?? Abajo. En Praga, en 2006, con su marido, el fotógrafo Silvio Fabrykant.
GENTILEZA A.M. SHUA Abajo. En Praga, en 2006, con su marido, el fotógrafo Silvio Fabrykant.
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GENTILEZA A.M. SHUA Una joven Shua. La escritora a los veinticuat­ro años.

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