Un género que exige ganar en el primer round,
El desafío inmenso del microrrelato reside, justamente, en su brevedad. La distancia, como límite de los recursos, de la estrategia y, por qué no, de la paciencia del escritor.
Si se da por válida la idea de Roberto Arlt acerca de la necesidad de una literatura que tenga la fuerza de un cross a la mandíbula (que Martín Kohan, en el prólogo a la reciente publicación de los cuentos completos del autor de El juguete rabioso, aplica a la táctica del relato), el formato “extra small” plantea una restricción añadida: hay que ganar por nocaut, pero en el primer round. Es decir, argumento y sentido en un puñado de líneas, lo que obliga al escritor a un acto de funambulismo entre el peligroso vacío del chiste fácil y tramas que, de tan abiertas, resultan un abismo (pensemos, por ejemplo, en Augusto Monterroso y su dinosaurio).
Ana María Shua se ha especializado en esta exigente disciplina y logra darle al microrrelato el espesor y la intensidad de la gran literatura. Todos los universos posibles, reúne más de novecientos textos de cinco libros previos, publicados en la Argentina y en España. Sólo un puñado de estos cuentos supera la página de extensión.
Las minificciones de Shua, queda claro, aceptan el límite del kilome- traje, pero no los límites de género: en su obra prevalecen el humor absurdo y lo fantástico, pero también hay espacio para el terror y el género negro. Toma herramientas de diferentes cajones para construir ese mecanismo de relojería (complejo por lo literario y también por lo homeopático) que debe seguir funcionando en la cabeza del lector aun después de finalizada la lectura.
“El primer grito me alza la piel en un estremecimiento verde. El segundo grito se me hunde en los ojos y es una brasa. Al tercer grito reconozco mi voz y me despierto. ¿Qué viste?, me preguntan. Ojalá lo supiera”, escribe en uno de los relatos de su volumen La sueñera, donde el universo posible de Shua transita lo onírico. Y acaso sea este efecto de inquietud el que atraviese con mayor potencia todo el libro.
Aún en el terreno de la metáfora boxística del cross arltiano, lo que subyace en la técnica del microrrelato (y lo que brilla en los textos de Shua) no es el ímpetu sino la precisión: no hay espacio para rifar palabras en digresiones; todas y cada una (recordar que por fuerza deben ser escasas) tienen que servir al propósito de transmitir una idea.
Seguramente por eso, otro rasgo sobresaliente es el aprovechamiento de las vaguedades del lenguaje, como en “Las mujeres se pintan”, de Casa de geishas, donde la autora trabaja con las profundidades del deseo: “Las mujeres se pintan antes de la noche. Se pintan los ojos, la nariz, los brazos, el hueco poplíteo, los dedos de los pies. Se pintan con maquillajes importados, con témperas, con lápices de fibra. En el alba ya no están. A lo largo de la noche y de los hombres, se van borrando”.
Shua también recrea textos sagrados, mitos, cuentos de hadas, fábulas, clásicos literarios.
Toma lo conocido, lo cruza con la experiencia cotidiana y lo retuerce en la extrañeza hasta hacerle gotear otra cosa. Por ejemplo, en “La lucha contra el Ángel”, incluido en el capítulo “Dioses y demonios” de Botánica del caos: “Vergüenza de aquel que cree haber luchado con el Ángel y descubre, revisando el cadáver, que acaba de vencer a un asaltante callejero. Por eso es mejor no resistirse tanto, mantener la ilusión, ser derrotado”.
Esta operación se hace más explícita en Fenómenos de circo, que surgió a partir de un texto que Shua escribió a pedido de un diario español.
Puesta a investigar a fondo el mundo de los freaks y de los espectáculos de variedades de otras épocas, fueron surgiendo la mujer barbuda, el hombre torso, la reina de las feas y su hijo hermoso, los tragasables, el jinete que adiestraba abejas y aquel increíble forzudo capaz de levantar con los dientes un caballo de seiscientos kilos.
Historias reales, de las que dará cuenta en un apéndice informativo, y cuyo giro ficcional es sutil y delicioso. Como en el desenlace del relato llamado “Houdini, el escapista”, donde la escritura concentra el foco de lo dicho: “Escapó de cuerdas, cadenas, camisas de fuerza, todo tipo de esposas, barriles, cajas, baúles, bidones, bolsas, sacos, ataúdes, jaulas y habitaciones cerradas. Y, sin embargo, yo conseguí atraparlo aquí, para ustedes, para siempre”.
La autora, que el año pasado ganó en México el Premio Iberoamericano de Minificción, va y viene sobre su propio trabajo creativo, a propósito de lo que en una entrevista denominó “medusas de sentido”.
“Siempre encerrada entre estas cuatro paredes, inventándome mundos para no pensar en la rutina, en esta vida plana, unidimensional, limitada por el fatal rectángulo de la hoja”, sintetiza en “Cuatro paredes”.
Los universos de Ana María Shua son potentes, complejos, divertidos, curiosos. Y breves, como dicen que era el cosmos antes del Big Bang.