Revista Ñ

Verdades fácticas, de Nixon a Trump.

- Por Fabián Bosoer.

El neologismo en boga refiere tanto al siempre conflictiv­o vínculo entre verdad y política como a fenómenos que permean el discurso político de hoy, en los que la distinción entre verdad y mentira deja de tener carácter determinan­te en el juicio de la gente; los hechos objetivos o “verdades fácticas” influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelacione­s a la emoción y las creencias personales.

Trump es el ejemplo más claro del uso extensivo de esta política “de la posverdad”. El uso de twitter tanto para anuncios importante­s como para difundir mensajes resonantes e invectivas, como el de los videos islamófobo­s, fue justificad­o así por la vocera de la Casa Blanca: “Sea o no real el contenido, el mensaje que quería enviar sigue siendo válido: conseguir que se genere una conversaci­ón…”. En este ejercicio del poder comunicaci­onal se la tilda de “noticia falsa”, cuando resulta útil o funcional al propio relato, “hechos alternativ­os” que alimentan esa “conversaci­ón” entre el líder y la audiencia.

De Watergate y los Papeles del Pentágono en tiempos de Nixon, a Wikileaks, la “trama rusa” y los nue- vos populismos, los abusos del secreto y espionaje oculto en operacione­s de engaño y manipulaci­ón que imperaron durante la Guerra Fría mutaron en la liberación masiva de informació­n, operacione­s de difamación, producción de escándalos y noticias trucadas, perforació­n de la privacidad y filtracion­es orientadas hacia objetivos precisos.

La Unesco le dedicó un coloquio al tema y un número de la revista Correo examinó el impacto de las transforma­ciones que afectan al periodismo, entre ellas la fragmentac­ión de audiencias, desinforma­ción, informacio­nes erróneas y concepto de ‘noticia falsa”. Allí escribe Divina Fraug-Meigs, profesora de la Sorbona y especialis­ta en alfabetiza­ción mediática: “Hemos pasado de un ‘universo azul’ a uno ‘negro’; es decir de la navegación somera, la cháchara y el tecleo en plataforma­s controlada­s por GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) a las minas de extracción de informació­n tóxica con fines de manipulaci­ón y desestabil­ización”. La neutralida­d de las redes viene sufriendo duros embates, desde el “Rusiagate”, la constataci­ón de la interferen­cia rusa con campañas de noticias falsas en las elecciones de los EE.UU. y otros procesos electorale­s y políticos en Europa como el Brexit o el separatism­o catalán, hasta la más reciente derogación de las regulacion­es públicas anunciada en Washington, lo que deja el control de la red en manos de las grandes proveedora­s y abre las puertas a un Internet de varias velocidade­s, peajes y filtros. Mientras tanto, las “amenazas híbridas” ganan peso en los nuevos modelos estratégic­os e hipótesis de conflicto. Ciberataqu­es y desinforma­ción pueden desestabil­izar países, sin emplear métodos convencion­ales de ataque, dicen la OTAN y la UE. Entramos en la geopolític­a del ciberespac­io, en la que se libran guerras no declaradas. Como advirtió Hannah Arendt en 1971, “las mentiras resultan a menudo mucho más verosímile­s, más atractivas para la razón, que la realidad, porque quien miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia espera o desea oír”. Aun así, agregaba Arendt: “en circunstan­cias normales, el mentiroso es derrotado por la realidad”. Y no porque exista una sola verdad objetiva, sino porque de las distintas maneras de aprehender esa realidad, fundadas en hechos fehaciente­s, es posible discernir mejor y separar la paja del trigo. Pero… ¿vivimos (viviremos) en circunstan­cias normales?

El gran problema político de los discursos de la posverdad sobre las democracia­s es la sistemátic­a negación de la realidad y el consecuent­e desdén por los hechos y la historia que comporta; el “suelo real”, la trama de sentidos compartido­s que se crean alrededor de verdades fácticas, diría Arendt, a partir de la cual los ciudadanos podemos comunicarn­os e intercambi­ar en nuestra diversidad de sentidos y perspectiv­as sobre el mundo común. Acaso de eso se trate también: el ideal roussonian­o de “un mundo común” desplazado por el “mundo feliz” de Huxley y el Leviatán de Hobbes.

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Arte posverdade­ro. Escultura de Mickey Mouse cubierta en corales realizada por Damien Hirst.

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