El arte, el feminismo y los grandes relatos,
Disidencias. El lugar subordinado de las mujeres en el espacio social del arte es tematizado en muestras críticas e investigaciones académicas.
La desigualdad de género en el campo artístico no es un tema nuevo. El discurso canónico de la historia del arte no escapa del modelo de racionalidad científica surgido en Europa a partir del siglo XIX. Es decir, se trata de una historia que produce desde entonces una narrativa blanca, masculina, heterosexual y burguesa. Una noción muy utilizada en esta disciplina es la categoría de genio: aquel artista varón dotado de una creatividad única y un talento extraordinario, que sobresale del resto de los mortales. Sin un correlato femenino, “el mito del artista genio es pieza fundamental para conformar una narración progresista en donde la historia se concibe como una sucesión de grandiosos nombres masculinos, instituyendo la jerarquía de grandes maestros y segundones”, sostiene la historiadora del arte feminista María Laura Rosa, investigadora del Conicet con sede en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de Filosofía y Letras de la UBA. Así, se naturaliza la ausencia o la escasa presencia de artistas mujeres en los museos, en los talleres, en el mercado artístico y en los libros de historia.
A pesar de la pregnancia de estas ideas en el imaginario cultural, a partir de los años 70 nuevas perspectivas comenzaron a cuestionar el lugar subordinado de lo femenino en el espacio social del arte. ¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?, preguntaba en 1971 la recientemente fallecida historiadora del arte estadounidense Linda Nochlin. Con este interrogante, Nochlin sentaba las bases de la deconstrucción feminista de los grandes relatos de la historia del arte, que con el correr del tiempo también serían interpelados por otros excluidos por su condición de clase, su orientación sexual o su etnicidad. En este sentido, una teórica clave es la filósofa Judith Butler, que descolocó no solo los presupuestos de los discursos hegemónicos sobre el binarismo de género y la heterosexualidad obligatoria, sino también las premisas del feminismo clásico. Mientras que la distinción entre sexo y género postuló la diferencia entre lo sexual (ligado a las diferencias biológicas) y el género (producto de las significaciones y roles socioculturales), la propuesta de Butler fue un paso más allá.
“Su lectura nos propone una interpretación del sexo como efecto del proceso de naturalización de la estructura social de género y de la heteronormatividad. A través del concepto de performatividad Butler nos muestra que no hay esencia detrás de las performances o actuaciones de género, sino que las mismas, en su repetición compulsiva, producen el efecto y la ilusión de una esencia natural”, explica la socióloga Laura Zambrini, docente de la UBA e investigadora del Conicet.
Pero ¿son receptivas las instituciones a estos nuevos discursos críticos que plantean las perspectivas feministas? Algunas experiencias recientes dan cuenta de los esfuerzos por visibilizar las producciones de artistas mujeres, feministas o no, en distintos espacios. En Los Ángeles, la exposición Radical Women: Latin American Art, 1960-1985 presenta en las salas del Hammer Museum el trabajo de 120 mujeres artistas y colectivos, con más de 280 obras. Pese al merecido gran reconocimiento que por estos días está teniendo esta magnífica muestra, sus curadoras Andrea Giunta (investigadora del Conicet) y Cecilia Fajardo-Hill (historiadora y curadora de origen venezolano-británico) tuvieron que superar varios obstáculos para poder concretarla. Las trabas iban desde el desinterés o la descalificación de gestores y curadores a cargo de salas expositivas hasta el propio cuestionamiento de sus prácticas. Luego de un trabajo de siete años que contó con el apoyo de la Getty Foundation, el proyecto logró revalorizar las contribuciones –olvidadas, silenciadas, ignoradas– de muchas artistas latinoamericanas, latinas y chicanas al arte contemporáneo. Entre las artistas argentinas que exhiben allí sus obras se encuentran María Luisa Bemberg, Delia Cancela, Graciela Carnevale, Alicia D’Amico, Sara Facio, Diana Dowek, Graciela Gutiérrez Marx, Narcisa Hirsch, Ana Kamien, Marilú Marini, Lea Lublin, Liliana Maresca, Marta Minujín, Marie Orensanz, Margarita Paksa, Liliana Porter, Dalila Puzzovio y Marcia Schvartz.
La situación en Buenos Aires no difiere mucho de lo que ocurre en otros países: “Es cierto que el panorama desde el regreso democrático de los 80 hasta la actualidad ha ido mejorando, pero esto no quiere decir que lleguemos a la igualdad de género”, apunta María Laura Rosa. De todos modos, la investigadora reconoce interesantes situaciones de cambio en los últimos años: “En la nueva exposición de la colección permanente del Malba, curada por Andrea Giunta y Agustín Pérez Rubio, se integran diferentes miradas que incorporan artistas feministas o artistas sensibles a las luchas del feminismo y las disidencias sexuales. En el Museo de Arte Moderno pudimos ver últimamente importantes exposiciones de artistas argentinas como Ana Gallardo, Liliana Maresca, Marina de Caro y Elba Bairón y el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires presentó en 2016 el ciclo Ellas con artistas como Magdalena Jitrik, Irina Kirchuk, Dolores Furtado, Silvina Lacarra, Leticia Obeid, Elena Dahn, Adriana Lestido, entre otras. También el Museo de Bellas Artes ha ido integrando de a poco a artistas modernas y contemporáneas a su colección estable, aunque siguen siendo pocas en relación con los artistas varones”. En esa línea, la muestra Ilustres desconocidas realizada en el Museo Pettoruti de La Plata fue concebida por sus curadoras como un ejercicio de investigación y rescate que haga públicos los modos de intervención de las mujeres en la formación de la colección del museo. El Museo Evita, por su parte, planea para el 2018 la muestra Guerreras de la fotógrafa Eleonora Ghioldi, que tematiza la violencia sexual contra las mujeres.
En cuanto a las galerías, y aunque las artistas mujeres están menos representadas, sobresalen en 2017 ciertas presentaciones de gran calidad de artistas contemporáneas, como por ejemplo las muestras de Gala Berger en Big Sur, Marcela Cabutti en Del Infinito, Rosario Zorraquín en Isla Flotante, Amalia Ulman en Barro y Alicia Herrero en Henrique Faría. Otra experiencia destacable es Mareadas en la marea: diario íntimo de una revolución feminista, curada por Fernanda Laguna y Cecilia Palmeiro en la galería Nora Fisch, iniciativa que reflexiona sobre las experiencias vinculadas con el vital movimiento NiUnaMenos.
Aunque positivas, estas señales de apertura no bastan. Todavía a las mujeres les sigue costando entrar a las instituciones, al mercado y las colecciones. El mundo del arte funciona como una red de poderes y posiciones en el que priman los valores de la cultura patriarcal. Sin embargo, como escribe la artista Leticia Obeid, “el feminismo es valiente pero no vengativo, y aspira a liberar a TODXS de la opresión ejercida desigualmente sobre el género”. Obeid dio el puntapié inicial para la redacción del manifiesto Nosotras Proponemos, un compromiso de práctica artística feminista convocado por la Asamblea Permanente de Trabajadoras del Arte. Allí se exige la representación igualitaria en los espacios de exhibición (50% y no el 20% como ahora) y la derogación de los conceptos de genio y maestro, entre otras cosas. También se cuestiona la misoginia –incluida la gay– y se convoca a implementar prácticas de cuidado, confianza y respeto entre quienes forman parte del mundo del arte. Porque, como dice Obeid, volverse feminista es “un camino muy largo hecho de sucesivas experiencias de rebeldía, iluminaciones y frustración, alivios y complicidades”.