Revista Ñ

Iluminacio­nes de una poesía en trance.

Entrevista con Liliana Ponce. La poeta, de larga trayectori­a, reflexiona sobre su trabajo, su pasión por la literatura japonesa, la naturaleza y la voz propia.

- Ponce Entrevista con Liliana

Dos veces por semana, Liliana Ponce atraviesa la ciudad desde su casa en el barrio de Flores hasta San Telmo, donde tiene su estudio. En un pequeño y tranquilo departamen­to pasa en limpio los poemas que tiene anotados en cuadernos y libretas. Pero su lugar de trabajo no está allí sino en los bares donde escribe todos los días. “A mano, nunca en computador­a”, aclara.

Los bares evocan la bohemia, la vida nocturna y el mito del escritor fuera del orden habitual. Liliana Ponce se sentiría incómoda en ese ambiente. “Durante años fui a un Pumper Nic, en Flores, me venía perfecto –cuenta–. En mi casa el ruido me atañe; en el bar no me importa nada, me abstraigo. He escrito mucho en locales de fast food. Pido un café, me quedo en el fondo y ya está”. Lo que importa no es el mundo exterior, sino aquel que cobra forma a través de la escritura, o como ella misma lo señaló en el título de uno de sus libros, Fudekaru (2008), desde el pincel, un “neologismo viable” que se inventó para la ocasión.

Dice que no corrige sus poemas –“salen o los desecho”– ni los relee. Que el lector puede engañarse si piensa que fueron demasiado elaborados, “porque no lo están”. Que no podría hablar demasiado al respecto. Y lleva diarios personales sin ningún plan de darlos a conocer, al contrario: en algún momento, piensa, tendrá que quemarlos.

–Pero en los textos que frecuentem­ente escribe sobre otros poetas hay mucha reflexión sobre la escritura.

–Ah, sí, sobre los demás, obvio. Pero no quiero explicar lo que yo escribo.

La experienci­a y su iluminació­n

En 1976 un jurado integrado por Olga Orozco y Carlos Latorre premió su primer libro, Trama continua, en un concurso del Fondo Nacional de las Artes. A los 26 años, se había recibido en Letras, trabajaba en docencia nocturna y comenzaba a interesars­e por las literatura­s de Oriente.

–En la facultad había una materia que se llamaba Filosofía oriental y ese fue mi primer contacto con India y el budismo. Leer a Vicente Fatone me llevó al budismo japonés. Después empecé a estudiar el idioma japonés, con mucha modestia. Hice traduccion­es de textos breves. Fue todo muy lento, en general sobre literatura japonesa clásica, donde el budismo está más presente.

–En un ensayo a propósito de Ryokan afirmó que “la creación está en una zona no reconocibl­e ni clasificab­le”. ¿Suscribirí­a su rechazo a “la poesía de los poetas profesiona­les”?

–Sí, tengo bastante reticencia hacia el poeta profesiona­l. A veces hay mucha fantasía, o quejas porque el Estado no ayuda. Por mí, gracias, me sentiría mal si me ayudaran a crear o estuviera presionada para entregar un libro. Lo que me interesa es escribir.

A partir del premio del Fondo Nacional de las Artes, se vinculó con otros escritores a través de las lecturas que organizaba el grupo Último Reino. Fue Víctor Redondo el que la impulsó a publicar su segundo libro, Composició­n, en 1980. “Todo lo que publiqué fue casi por pedido. No me pasa que tenga un libro y no sepa qué hacer; escribo y tengo muchísimo material. No sé si todo lo considero interesant­e”, dice.

La literatura había ingresado a su vida como parte de la historia familiar, la que elusivamen­te evoca “Stella”, un poema de su libro Paseante y huésped (2016).

–Los primeros poetas fueron para mí los surrealist­as franceses, los que más me impactaron en la adolescenc­ia. A mi papá le gustaba mucho la literatura, podía leer Victor Hugo, Baudelaire, y recordaba poesía española o gauchesca de memoria. Había tenido una buena formación en el secundario, en el Colegio Manuel Belgrano. Me marcó; todavía tengo su biblioteca. –En otro poema de Paseante y huésped, el que cierra el libro, aparece la figura materna, “atada al manantial/ sin sonido de una roca permanente”. –Sí, es un poema inspirado en un sueño. Hice unos textos para un proyecto que había propuesto Tamara Domenech sobre el tema de los sueños. Bastó que lo propusiera para que escribiera seis sueños que tuve uno tras otro. Iluminacio­nes es una palabra fuerte, pero en lo que escribo hay algo que de pronto aparece y no medito. Escribo mucho, sin pensar en libros sino a veces en proyectos. En los últimos tiempos lo que corrijo es la puntuación, porque escribo como en un trance y después le voy dando al poema el ritmo que a lo mejor tuvo en mi cabeza, con la puntuación o la escansión de versos. En general hago las cosas y ya no vuelvo, las abandono, las dejo ir.

–¿Cómo llega a la escritura?

–Escribo a partir de cierta experienci­a. No es algo que busque. Puedo ir diez veces a un mismo lugar y que no ocurra nada y un día lo veo en otra dimensión. Los textos sobre viajes que aparecen en Paseante y huésped surgieron así. Viví el viaje a México, al que refiere el primer poema,

como una alucinació­n, pero al mismo tiempo como un éxtasis. Traté de reconstrui­r esa experienci­a en el poema, que escribí después.

La espiral de la creación

–En un ensayo sobre la poesía de Francisco Madariaga cita la metáfora de la espiral de Paul Virno para dar cuenta de los movimiento­s que atraviesan a la obra en su desarrollo. ¿Es una idea importante para su propia poesía? –Sí. Leo bastante filosofía, me gusta que me aclaren o amplíen las referencia­s sobre lenguaje o aspectos del discurso poético. Uno va incorporan­do elementos pero no desecha lo anterior. No es que cambia de una época a otra, sino que agrega, modifica, y siempre reaparecen ciertos ejes, imágenes, colores, trabajos. –¿Cuáles serían esos ejes en relación con su poesía?

–La naturaleza siempre está presente en mis textos. La palabra es un poco ambigua, porque como dice Virno ya no hay tanta división entre hombre y naturaleza sino una modificaci­ón mutua. Digamos la naturaleza en el sentido convencion­al de observar plantas y animales. El tema del lenguaje mismo es recurrente. El tiempo. –A propósito del lenguaje, en Teoría de la voz y el sueño (2001) se oponen lo dicho y lo escrito, “boca y voz no pueden encontrars­e”. ¿Por qué?

–Hay a veces una disociació­n entre lo que uno pronuncia y la verdadera voz. No solo en un poeta, sino en los seres humanos en general. Hablamos y no decimos lo que exactament­e queremos decir o lo que sentimos. En el caso de Fudekara vuelvo a tomar el tema de la escritura y del lenguaje desde otro ángulo, es un tema que va y vuelve. Fudekara fue un diario que llevé mientras hacía un curso de caligrafía china, lo vivía como la experienci­a de un contacto superior.

–En una entrada del diario se dice que, en su repetición, los signos “forman una corriente de confianza, de liberación” y allí “debo aprender a ahogar la ansiedad”. ¿Funciona así la escritura poética?

–No sé si tan claro. Ese poema se refiere al tema de la caligrafía, es un pensamient­o muy oriental, imbuido de la repetición: recién cuando las cosas se hacen mecánicas aparece la verdadera impronta personal, recién al adquirir la destreza es posible la creación. Vale para la escritura y también para otras artes. Aparece en el teatro Noh, que yo trabajé mucho desde la teoría. Un autor emblemátic­o del teatro Noh como Zeami, muy influido por el pensamient­o zen, dice que la repetición de los gestos es lo que forma al gran actor, al revés de lo que pensamos nosotros cuando valoramos más lo espontáneo. –La idea de que “escribir es hoy un vacío”, como plantea en el poema “La estación sombría”, parece tomada del budismo.

–Sí y no. Para el budismo todo es vaciedad, en el sentido de que cada cosa depende de otra, todo se transforma y no tiene un ser propio. La escritura puede conectarse con esa idea. A veces no quiero decirlo, porque parece que fuera algo superior, pero quizá mi mente está habituada a cierto tipo de atención, a un estado parecido al del matemático o el científico que descubre una fórmula. Al escribir te conectás con algo que no sabés explicar, donde tu propia historia, la lengua, tus sueños, tus experienci­as están actuando. Lo religioso ha sido importante para mí como una clarificac­ión de procesos de la mente. No tanto en lo devocional sino como una indagación en relación con el sujeto y los objetos, y también para entender muchos textos de poesía japonesa clásica.

 ?? GUILLERMO RODRIGUEZ ADAMI ?? Huésped del vacío. Ponce se ha servido del arte y del pensamient­o oriental para encontrarl­e una vía a su escritura: “Estaba el papel, estaba la tinta. Escaso silencio –pensé, mientras oía el murmullo”.
GUILLERMO RODRIGUEZ ADAMI Huésped del vacío. Ponce se ha servido del arte y del pensamient­o oriental para encontrarl­e una vía a su escritura: “Estaba el papel, estaba la tinta. Escaso silencio –pensé, mientras oía el murmullo”.

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