Un grito de tinta grabado en los ojos,
Libro de arte. Una publicación anónima y colectiva reúne los grabados que ilustran la campaña “Vivas nos queremos”.
Siempre, o desde hace mucho tiempo, la técnica del grabado resultó, además de una disciplina artística, una efectiva estrategia del discurso. Sin lugar a dudas esto se debe a condiciones técnicas que permiten, dependiendo de la especificidad del material de su matriz, reproducir una misma imagen una cantidad de veces. Pero hay algo más, algo que sin dudas vieron Goya, Kathe Kollwitz, José Arato o Abraham Vigo, algunos de sus referentes insoslayables de todos los tiempos. Algo que quizás no se desprenda de sus condiciones técnicas (o sí, pero no de forma tan directa). Algo en el modo en que la tinta impregna la hoja por la fuerza de la prensa, en el blanco y negro de esos trazos, en la blandura o dureza de la mano que talla, en el ácido que muerde la chapa. Algo confina su singular poética, una poética de la potencia.
Aún hoy, en medio de blandas imágenes digitales al alcance de todos, el grabado sigue siendo por eso una herramienta visual de resistencia, y es en esta ocasión la técnica elegida para homenajear a muchas de las víctimas de femicidios (en Argentina y en otros lugares) y clamar por paz y justicia, que propone la campaña “Vivas nos queremos”, que viene pisando fuerte (fuerza, por otro lado, directamente proporcional a la violencia con que, a su vez, tantas mujeres vienen siendo –y han sido– pisoteadas) y que concentra la publicación que recientemente coeditaron las cooperativas porteñas Muchas nueces y El Chirimbote y de la editorial El colectivo.
Vivas nos queremos, campaña gráfica es básicamente un libro de imágenes: a los retratos –de la activista hondureña Berta Cáceres asesinada por sicarios en marzo de 2016; de la militante y periodista trans Amancay Diana Sacayán apuñalada en su casa en Buenos Aires en noviembre de 2015; de la asistente social Laura Iglesias, violada y asesinada en Miramar en mayo de 2013– se suman otras que sin referir a nadie en particular –o precisamente por eso– refieren a todo un colectivo, en el que mujeres y trans se hermanan con la naturaleza, primer útero del mundo, igual de diezmado y ultrajado. Un colectivo que sólo conoce una diferencia: la que separa opresores de oprimidxs.
El libro reconoce el antecedente de las mexicanas de MuGre (Mujeres Grabando Resistencias), primeras en utilizar el grabado y organizar la campaña “Vivas nos queremos”, que después fue replicada en Argentina. Rostros y cuerpos en blanco sobre negro y viceversa, a los que se suman distintas leyendas: “Estoy harta de tu violencia”; “Ni muerta ni en el hospital”; “No me chifles, cabrón” o “Muero por sacar tu moral de mi vida”, son algunas de ellas, las más originales, las que casi podrían desprenderse del discurso cotidiano de alguien que, ya cansada de naturalizar el calvario, comienza a vislumbrar que otro modo de vida no sólo le es posible, si no también propio por derecho.
“Ante la negativa visual que nos bombardea, decidimos utilizar el grabado para crear imágenes con mensajes claros, con la consigna de ser positivas, de apostar a la vida en medio de tanta muerte”, cuentan en el libro las activistas de MuGre. Es que la verdadera “cosa de mujeres” siempre ha sido la organización para la propia defensa. Y desde la convocatoria argentina agregan: “las imágenes son de libre circulación y reproducción y desafían la lógica de los circuitos artísticos tradicionales-patriarcales. Anónima, callejera y a disposición de quien quiera multiplicarla, la campaña es de todxs”.
El libro es, entonces, el documento necesario de algo mucho más poderoso, en tanto trasciende la intimidad del pliego y de la página, que partiendo de una imagen sobre papel se vuelve calle, cuerpo, muro. “Las estampas –explican– viajan de mano en mano, las pegamos o las pintamos en los muros, se convierten en una acción performática cuando marchamos todas juntas usando nuestros cuerpos como soporte de esos grabados”. Entre tanta estetización de la política y políticas corporativas, asoma este grito espontáneo, a contrapelo de la era digital y sus envites de belleza lavada y violencia sobre todas las cosas, un grito que debería grabarse a tinta en las pupilas de todos nosotros.