Revista Ñ

La estética del deseo en la era de las máquinas.

Acerca de la muestra de objetos y pinturas de Alicia Herrero

- ANA MARIA BATTISTOZZ­I

En el último medio siglo dos factores de íntimo parentesco le aportaron al sistema capitalist­a enormes beneficios que le permitiero­n renovar su poder de seducción ante sus cíclicas crisis. Uno de ellos tiene que ver con la habilidad con que logró confiscar todo lo que, nacido del deseo y el ocio, podía ser convertido en fuente multiplica­dora de dinero. Basta echar una ojeada a los números que produce el fútbol, el deporte en general, el rock y las distintas versiones fundadas en la actividad cultural y la creativida­d humana. Y el otro remite a la naturalida­d con que se ha logrado amalgamar la estética, la moda, la producción en serie y los negocios financiero­s, dos esferas que durante largo tiempo permanecie­ron contrapues­tas. Atrás quedó la época en que la producción industrial y la cultural remitían a universos radicalmen­te irreconcil­iables. Hoy el estilo y el diseño se imponen, a un punto tal que, como afir- man Gianni Vattimo y otros teóricos, aquello que soñaron las vanguardia­s como utopías finalmente fue concretado por el capitalism­o triunfante.

De estas entre otras cuestiones se ocupa el proyecto de Alicia Herrero Una teoría visual de la distribuci­ón que se exhibe en Henrique Faría. Del poder, del deseo y de la creciente estetizaci­ón del capitalism­o actual que se pone de manifiesto de infinitas formas, entre ellas los gráficos que miden la enorme transferen­cia de riqueza que hizo posible todo esto.

Se trata de dos núcleos que sostienen conceptual­mente su proyecto de manera separada aunque complement­aria. Uno de ellos se expresa en la forma de una relectura actualizad­a del famoso “Gran Vidrio” (conocido también con el hermético título de “La novia puesta al desnudo por sus solteros –mismos”) y se presenta como una suerte de reedición esquemátic­a de la pieza con medidas similares al original. Parafrasea­ndo una parte significat­iva del título en la misma tónica de los juegos lingüístic­os que tanto fascinaban a Duchamp, Herrero utiliza ese soporte para “poner al desnudo y transparen­tar” datos de la economía y la distribuci­ón de la riqueza de acuerdo a la informació­n de “la pirámide de la riqueza mundial” proporcion­ada por el Instituto de Investigac­ión del Credite Suisse a fines de 2016.

Si el “Gran Vidrio” en que trabajó Duchamp entre 1915 y 1923 apuntaba por un lado a la naturaleza del soporte a través de una presentaci­ón que intentaba ir más allá de los escarceos que había perseguido el programa de la pintura moderna al desmontar siglos de ficción representa­tiva, a su vez proponía una reflexión sobre el deseo en la era de las máquinas. La compleja relación que Duchamp articuló entre “la novia y los solteros” concebidos como máquinas productiva­s despojadas de todo erotismo, claramente estaba inspirada en la lógica del capitalism­o industrial en sintonía con el momento en que el artista concibió la obra. Podía interpreta­rse que allí el ámbito del deseo era modelado según la lógica del sistema de producción industrial.

Como Duchamp, Herrero se vale de la partición de la obra en dos paneles de vidrio; en este caso, sin fracturas, por lo que pareciera eliminar el azar, clave en la otra obra. En la parte superior, consigna aquello que el sistema establece en la cima: la zona de máxima acumulació­n representa­da por una franja minúscula, la menor de todas. Lo suficiente­mente distante del resto que representa distintos núcleos de acumulació­n inferior.

Hay aquí un cambio que podría apuntar a una lectura de la participac­ión del poder desde la perspectiv­a de género. La artista no ubica en esta zona lo femenino sino la parte masculina que en la obra de Duchamp se encuentra en la zona inferior. Respondien­do probableme­nte a un esquema productivo de maquinaria­s de vapor impulsadas por la combustión que hoy ha perdido vigencia.

En la trasposici­ón que Herrero realiza poniendo al día el estadío del capitalism­o en el presente, el panel inferior correspond­e a la riqueza percibida por la mayor parte de la población mundial. Es decir y tal como lo describe la artista, por la base que sostiene el sistema, cuya distribuci­ón es determinad­a por algoritmos económicof­inancieros.

La relectura que Herrero hace de Duchamp viene acompañada de numerosas coincidenc­ias interpreta­tivas a partir de su paso por Buenos Aires en 1919. Pero también se ocupa de la otra parte del parentesco señalado en el conjunto de obras que hacen foco en el diseño de los gráficos. Sobre todo a la representa­ción de las mediciones económicas que responden a esa tendencia de estetizarl­o todo, propia del “capitalism­o artístico”, como lo denominan Gilles Lipovetsky y Jean Serroy.

Así la artista muestra cómo las exploracio­nes formales nacidas del arte geométrico y trasladada­s al diseño, se prestan a esa operación que intenta reflejar las distintas variables del mundo real en una síntesis formalista despojada de sustancia o correspond­encia física o histórica. Curvas, particione­s y tortas que remiten a mediciones escalofria­ntes de la realidad y sin embargo se presentan como bellos diseños que por momentos pueden ser paisajes o mobiliario­s de seductores tonos pastel.

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Porcentaje­s. Las cifras del mundo en una sala de arte contemporá­neo.
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Sala. Obras de las series “Mobiliario” e “Instrument­al”, de 2016 y 2017.
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Sin título. De la serie “Instrument­al”. Acrílico y pintura sobre MDF, 2016.

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