El descarte del marketing
Se considera desperdicio de alimentos a la comida que podría haber alimentado al que la tiró o a otras personas. Los países industrializados generan 670 millones de toneladas de desperdicios de comida por año, un número no mucho más alto que el de los países en vías de desarrollo (630 millones de toneladas). En la Unión Europea, cada año se desperdicia entre 95 y 115 kilos de comida por persona, y en Estados Unidos se tiran 40 millones de toneladas de comida anuales. En los países desarrollados, las sobras se sitúan en el final de la cadena alimentaria, quien tira es el consumidor o los supermercados.
Además de ser un problema económico y ambiental, esto constituye un dilema ético si se tiene en cuenta que en el mundo hay una de cada nueve personas desnutridas, un total de 805 millones de personas en esa situación.
Según el Instituto de Ingeniería Sanitaria de la Universidad de Buenos Aires, que estudió la composición de la basura, cada porteño desecha alrededor de 30 kilos de alimentos por año. Algunos son cáscaras de banana, de huevo y huesos, pero también hay sobras en buen estado, comida fresca que va a la basura.
También existen alimentos sanos y comestibles que no llegan a entrar en la cadena alimentaria porque el mercado los rechaza. Se exige la perfección y uniformidad a algo naturalmente irregular y desigual.
La estetización del consumo propicia la destrucción de la comida. Una banana debe tener determinada altura, diámetro, curvatura y color para pasar la frontera de los grandes supermercados. En el documental Taste the waste (2010), del periodista y activista alemán Valentin Thurn, se explica cómo una computadora chequea el color del tomate y si no es exacto al rojo deseado se separa y descarta. Lo mismo sucede con la pesca en alta mar (entre el 40 y el 60 por ciento de lo pescado en Europa se descarta): el desperdicio de comida comienza en la producción.
Aun tomando todos los recaudos, esfuerzos y gastos necesarios, un porcentaje de la producción es rechazada. Los supermercados controlan no sólo a los productores a través del marketing, sino también los hábitos de consumo, desde las promociones 2x1, envases extragrandes y compra de productos innecesarios, hasta la preferencia por las zanahorias perfectas y los tomates rojos aunque no tengan gusto.