Flora y fauna
Llega enero y el calor ahuyenta del Parque de la Memoria a las familias que apenas unos días antes tomaban mate a la vera del río y a los niños que, con sus patinetas, bajaban las rampas secundadas por los muros que llevan grabados los nombres de los desaparecidos. En esa soledad, sin embargo, el lugar se vuelve un verdadero “sitio de memoria”.
La escultura de Paula Fontes enclavada en medio del río, por ejemplo, que recuerda a los desaparecidos en los vuelos de la muerte, ahora, en medio de esta soledad, tiene el sonido que le presta el suave murmullo del oleaje.
En la aireada sala PAyS, mientras tanto, dos de las integrantes del Grupo de Arte Callejero, “Charo” Golder y Lorena Bossi, preparan los volantes con los que se proponen “escrachar” a algunos de los diputados que días antes votaron la reforma previsional que fue capaz de despertar nueva- mente las cacerolas. “No están todos. Son sólo los más odiosos”, dice Golder y continúa: “Mirá qué feo es este”, poniendo en evidencia al menos dos cuestiones respecto del GAC, que también integran Vanesa Bossi, Fernanda Carrizo y Mariana Corral: una, que el grupo trabaja sobre la urgencia; dos, y relacionado con lo anterior, que muchas veces el arte y la política establecen relaciones donde el efecto del símbolo adquiere preponderancia por sobre el dato duro. No es casual que la primera muestra “quieta” del GAC esté emplazada, justamente, en el Parque. Es que son una especie de hermanitos gemelos: como recuerda Nora Hochbaum, Directora del Parque, ambos proyectos surgieron al calor de los movimientos sociales que empezaban a expresar su incomodidad con el plan de convertibilidad que comenzaba a implosionar en 1997-98 y con las leyes de impunidad que dejarían libres a los responsables políticos de la última dictadura.
El título de la muestra retrospectiva, “Liquidación x cierre”, así, con la “x”, remite a un cartel-pancarta que por aquellos años del “todo x dos pesos” el grupo exhibía frente a edificios públicos como el Congreso. La banda advertía sobre las políticas neoliberales que estaban conduciendo al país, como quedaría en evidencia apenas un par de años después, a la quiebra. “Ahora lo hemos vuelto a sacar a pedido del público”, bromea Golder, pero advierte que no suelen repetir las intervenciones. Aun así, llama la atención la actualidad que adquieren aquellas obras concebidas a fines de los 90, cuando estas estudiantes de arte veinteañeras comenzaron a salir a la calle para visibilizar con guardapolvos blancos pegados sobre las paredes, y quemados con antorchas (el “fuego piquetero”) la lucha de los docentes en la Carpa Blanca.
En efecto, las acciones que dieron notoriedad a este colectivo de artistas militantes –que, aunque fueron legitimados por instituciones artísticas, como la Bienal de Venecia, reniegan de ese sistema de acreditación– estuvieron relacionadas con los escraches impulsados por H.I.J.O.S. en el año 98. Fueron ellos los encargados de intervenir toda una señalética destinada a advertir no ya a los conductores desprevenidos sino a los ciudadanos, respecto del peligro de convivir con genocidas y de que los crímenes de lesa humanidad quedaran impunes. Estos “Carteles de la memoria” fueron una de las obras escultóricas elegidas para homenajear a las víctimas del terrorismo de estado. En conjunto, esta gráfica propone recorridos no lineales para leer la historia, que no se limitan a pensar esa época con sus crímenes, sino que buscan llamar la atención, también, sobre el objetivo económico de los perpetradores.
Pero esas obras, como otras del GAC, no sólo permiten sino que incitan a reproducir sin atribuir la autoría. Ya habían sido apropiadas por los movimientos populares para demarcar el domicilio donde vivían los represores durante los “Juicios por la verdad”. De allí que probablemente se vuelvan a ver en las calles, este domingo 7 de enero, de la mano de H.I.J.O.S. para demarcar el domicilio que el ex jefe de Investigaciones de la Policía Bonaerense, Miguel Etchecolatz, eligió para hacer uso del beneficio de prisión domiciliara otorgado por la justicia, en el bosque Peralta Ramos de Mar del Plata, donde será vecino de una de sus víctimas y querellante.