Una víctima de la espera. Reseña de Berta Isla
“A las víctimas de la espera”, reza el epígrafe de la que es sin lugar a dudas una de las mejores novelas argentinas: Zama, de Antonio Di Benedetto. Y, más allá de las enormes diferencias que existen entre ambas novelas, más allá de que a todas luces esta proposición suene desproporcionada, podríamos decir que Berta Isla, la protagonista de la última novela de Javier Marías, es una nueva víctima del aplazamiento perpetuo. La novela reúne todo lo necesario para convertirse en un best-seller: tiene una buena historia que contar, tiene suspenso, es entretenida de principio a fin, lo que le permite al lector literalmente zambullirse en sus 544 páginas, y está bien escrita, con ese estilo entre erudito y vigoroso al que nos tiene acostumbrados el escritor español.
Berta Isla, la protagonista, está sola y espera al hombre que en su momento, cuando eran compañeros en el celebérrimo Colegio Estudio de Madrid, y sin demasiadas vueltas, decidió que iba a ser su marido. Pero Tomás Nevinson no es un hombre común, tiene un don: además de ser absolutamente bilingüe en inglés y español, tiene una extraordinaria habilidad para imitar acentos extranjeros. Esta es la razón por la cual cuando termina sus estudios en Oxford, el Foreign Office lo elegirá para formar parte de los Servicios Secretos. A partir de este momento, Tom se convierte en un espía, un infiltrado, lo que lo llevará a vivir constantes vidas ficticias, al margen de su relación matrimonial.
Berta descubre que su marido es un topo, que trabaja (según sus palabras) para “la defensa del Reino”, y tomará la decisión (más allá de su permanente zozobra) de aceptar la regla del más absoluto secreto que Tom le impone: convivir con un hombre del que intuye su ambigüedad moral, un hombre que ha elegido “la traición como guía y método”. Nadie, ni siquiera los lectores, sabrá nunca qué pasó con Tom Nevinson, en qué misiones se vio envuelto, si estuvo en Irlanda del Norte o se sumó al espionaje en la Argentina, en plena Guerra de Malvinas.
Y más allá de las dudas que tiene Berta sobre la entereza moral de su marido, en un gesto que se asemeja más a una debilidad que a una decisión, la esposa se instalará en la espera. Porque como tantos espías que llegan a una zona de peligro, Tom deberá desaparecer, cambiar su identidad, convertirse en otro, y no volverá a casa esta vez por doce años. Un fantasma, “un desterrado del universo”. Y sin ser demasiado consciente de ello, Berta lo seguirá esperando, convertida ya en una versión desmejorada y plebeya de la inmortal Penélope.
Existe un aire de familia, un verdadero tejido intratextual, en la extensa producción de Javier Marías como narrador, profesor, traductor, ensayista. Y muchas de sus historias, incluso, se pueden leer en relación, casi como una saga. En Berta Isla, por ejemplo, como en tantas novelas anteriores, algunos personajes se pasean con sus togas por los distintos colleges ingleses, y Oxford se nos ofrece como “un lugar desterrado del mundo”.
Todas las novelas también ofrecen aspectos autoficcionales evidentes (el propio Javier Marías estudió en el exclusivo Colegio Estudio de Madrid, y fue durante años profesor en Oxford). Por otra parte, no es la primera vez que el escritor trabaja una historia de espías. Pienso por ejemplo en los tres monumentales tomos de Tu rostro mañana, publicados entre el 2002 y el 2007.
Por otra parte, y en un reportaje, el propio escritor reconoció las filiaciones de Berta Isla con su novela anterior, Así empieza lo malo (2014), donde se dice que el mero hecho de nacer, de estar en el mundo, nos expone. Es el caso de Tom Nevinson, cuya capacidad para hablar muchas lenguas y poder imitar a muchas personas lo llevan a convertirse en agente secreto.
Este aire de familia del que hablamos se puede ver también en el peculiar estilo narrativo. En esta última novela se alternan dos tipos de narradores: un narrador omnisciente que va armando grandes frisos, a la manera de los escri- tores decimonónicos, y una narradora-protagonista, la propia Berta Isla, que a partir de sus monólogos interiores, va reflexionando sobre las distintas situaciones por las que atraviesa.
De esta manera, la historia (que abarca treinta años) se cuenta a partir de dos pilares que determinan en general la estructura de sus obras: por un lado, la configuración de un narrador reflexivo que cuenta en primera persona hechos pertenecientes al pasado y, por otro, la estructuración de un discurso basado en la acumulación de digresiones que interrumpen de continuo el hilo argumental.
Como muchas de sus novelas anteriores, Berta Isla entabla una relación intertextual con otras obras de la alta literatura. Están aquí referidas explícitamente El coronel Chabert, de Balzac, y La mujer de Martin Guerre, de Janet Lewis, dos historias inversamente proporcionales: la del hombre que vuelve de la guerra y no es reconocido, y la del que adopta una identidad falsa y es tomado por verdadero.
Tal vez sean los versos de T. S. Eliot pertenecientes a Little Gidding o la insistencia sobre un célebre fragmento del Enrique V de Shakespeare, que da lugar a largos diálogos entre Berta y Tom, los momentos mejor logrados de esta extensa novela. En definitiva, en la “máquina Javier Marías” los lectores pueden seguir encontrando dosis equilibradas de entretenimiento y erudición. Creemos, en este sentido, que la fórmula sigue funcionando con éxito en esta novela y los fans de Marías no van a sentirse desilusionados.