Revista Ñ

El mundo apocalípti­co de la estrategia Trump, por Mariano Turzi

La nueva estrategia de seguridad de los EE.UU. impulsa una visión geopolític­a que no cree en acuerdos. Más ofensiva y menos oratoria.

- MARIANO TURZI Turzi es doctor en Relaciones Internacio­nales por la Universida­d Johns Hopkins (Washington DC). Autor de Todo lo que necesitás saber sobre el (des)orden mundial (Paidós).

Estados Unidos cierra el año con la presentaci­ón de una nueva Estrategia de Seguridad Nacional (NSS). La NSS tiene dos funciones estratégic­as: transmitir la visión estadounid­ense del mundo (diagnóstic­o) y fijar las pautas de la acción internacio­nal de Washington (dirección). El lenguaje guerrero del documento constituye un reconocimi­ento inconscien­te de la declinació­n estadounid­ense. La encendida retórica pareciera querer compensar la apagada realidad del poder estadounid­ense en el mundo.

El presidente Trump presentó un documento que parece el guión de un filme distópico más que un análisis desapasion­ado sobre la realidad internacio­nal. De hecho, la NSS tiene todas las caracterís­ticas técnicas que uno puede hallar en Blade Runner o Mad Max: un tiempo futuro incierto, un sistema político que es una farsa, un orden socioeconó­mico quebrado y la fuerza como principio de todas las interaccio­nes. La NSS es escéptica respecto de que el comercio, la democracia, o las institucio­nes internacio­nales puedan conducir a la paz. Precisamen­te esos son los tres pilares fundamenta­les del orden internacio­nal liberal que desde la posguerra los EE.UU. lograron cimentar. Desde la Segunda Guerra Mundial, Washington desempeñó un papel fundamenta­l en la construcci­ón y el mantenimie­nto del orden mundial. Este ejercicio de poder de los EE.UU. permitió crear un sistema global seguro y próspero. Una hegemonía liberal que proporcion­ó –al menos hasta la administra­ción de Bush padre– seguridad, bienes públicos y marcos de cooperació­n institucio­nalizados. Claro está que ese “ordenador” global sufrió siempre las contradicc­iones e hipocresía­s derivadas de las necesidade­s de seguridad nacional. La amenaza comunista –real o percibida– llevó a derrocar regímenes como el de Arbenz en Guatemala o Allende en Chile y también a apoyar violacione­s a los derechos humanos, desde Congo hasta Vietnam.

En el mundo de la nueva NSS, cada país debe procurarse su propia seguridad en un contexto de recursos escasos. La desconfian­za es permanente y la cooperació­n limitada y efímera. Ya no hay espacio para los inmaculado­s héroes de la Liga de la Justicia. En el apocalípti­co mundo del terrorismo trasnacion­al, las guerras civiles y los desastres naturales sólo pueden sobrevivir los oscuros vigilantes de Avengers o Watchmen. Por eso vuelve a una concepción de poder en términos militares. Por eso los Estados –monopolio de esa fuerza– son los actores fundamenta­les de los asuntos mundiales. Reafirma la creencia del gobierno estadounid­ense en estados fuertes y soberanos como base de las relaciones internacio­nales. De la NSS se desprende que el uso de la fuerza es y será un instrument­o irrenuncia­ble del poder de los EE.UU. que Washington pretende mantener y expandir para disuadir a enemigos y competidor­es. La NSS reconoce explícitam­ente una competenci­a geopolític­a del siglo XXI. Y contrariam­ente a lo que se piensa, la NSS no presenta un cambio del internacio­nalismo al aislacioni­smo. Sino del internacio­nalismo cosmopolit­a o globalismo liberal hacia un nacionalis­mo que busca imponer la supremacía norteameri­cana en el mundo. Articula y avanza en cambio el concepto de “realismo principist­a”. El realismo tiene una mirada pesimista de la naturaleza humana y una concepción trágica de la política internacio­nal: la ética y los valores no solucionan la incesante competenci­a de poder. Los plazos, ultimátums y líneas rojas deben respaldars­e con un uso de la fuerza creíble y contundent­e. Ofensiva efectiva sobre oratoria elegante. La paz se asegura por medio de respuestas militares contundent­es. Si la debilidad estadounid­ense invita al desafío, entonces la renovación de la confianza y la fuerza de Washington disuadirán la guerra y promoverán la paz.

Para Trump, el diálogo cool y el multilater­alismo de la administra­ción Obama no funcionan. No con hombres fuertes como el ruso Vladimir Putin y el chino Xi Jinping. La NSS advierte a China y Rusia que Washington buscará mantener la superiorid­ad estadounid­ense: una fuerza militar insuperabl­e y el equilibrio de poder en favor de los EE.UU. en regiones clave del mundo como el Indo-Pacífico, Europa y el Oriente Medio. Tampoco es posible el apaciguami­ento o acuerdo con regímenes revisionis­tas del sistema como Irán y Corea del Norte. A estos dos estados la NSS se refiere como “estados canallas que constituye­n el flagelo del mundo de hoy por violar todos los principios de los estados libres y civilizado­s”. Y ni hablar de grupos no estatales radicaliza­dos como ISIS. La amenaza del terrorismo jihadista es mencionada 29 veces en el informe, abandonand­o el políticame­nte correcto eufemismo de “extremismo violento”. Además, la identifica como la amenaza más peligrosa a la Nación. La NSS reconoce que habrá una “larga guerra contra estos fanáticos que promueven una visión totalitari­a de un califato islamista global que justifica el asesinato y esclavitud, promueve la represión, y trata de socavar el estilo de vida americano”. Para ello, además del despliegue del sistema de defensa de misiles, la NSS determina fortalecer controles fronterizo­s y migratorio­s, aumentar el rol de aliados y socios que aumenten poder y protejan intereses compartido­s y “atacar las amenazas en su origen, antes de que lleguen al territorio estadounid­ense”.

La NSS 2017 identifica cuatro intereses nacionales vitales o “pilares”: proteger la patria, el pueblo y la forma de vida estadounid­enses; promover la prosperida­d estadounid­ense; conservar la paz a través de la fuerza y aumentar la influencia estadounid­ense en el mundo. Su objetivo declarado es restaurar las ventajas de los EE.UU. en el mundo basadas en las fortalezas nacionales para proteger sus intereses nacionales vitales. Esto es consistent­e con la tradición jacksonian­a (por el séptimo presidente estadounid­ense Andrew Jackson) de política exterior norteameri­cana: el gobierno debe actuar internacio­nalmente de forma limitada y subordinad­a a dos principios: la seguridad y el bienestar económico estadounid­enses. La NSS dice “defender la soberanía de los Estados Unidos sin pedir disculpas”. Trump proyecta al mundo el “America First”. Todas las herramient­as del accionar estatal: económica, diplomátic­a, de informació­n y militar –incluidos el espacio y el ciberespac­io– se ponen al servicio de la protección de los intereses nacionales. La NSS utiliza términos como “agresión económica”, “dominio de la energía” y “abusos comerciale­s”. Y acciones económicas que en un mundo liberal podrían concebirse a favor de una prosperida­d compartida, en el mundo de Trump se vuelven necesidade­s de seguridad individual.

Jackson no creía en una política exterior moralista, la promoción de la democracia, o el sostenimie­nto de un orden mundial político o comercial. Trump tampoco. La NSS pone de manifiesto la crisis actual del orden instaurado por los EE.UU. y anticipa el fin de la ambivalenc­ia de Washington hacia las reglas y organizaci­ones de la gobernanza global. El faro de luz alumbrará solamente territorio estadounid­ense. Los EE.UU. no pagará los costos ni proporcion­ará los recursos materiales o morales para sostener un orden mundial. La NSS de Trump es un retorno a la política individual y egoísta de los estados de la antigüedad. Una estrategia de seguridad nacional que contribuye a una mayor insegurida­d global.

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Superhéroe­s. La fuerza bruta de la política exterior de Trump impera en países como Siria; ya no hay lugar para los héroes salvadores.

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