Revista Ñ

La vida política de las emociones. Entrevista con Olivier Allard

Olivier Allard expuso en Buenos Aires sobre antropolog­ía de la emotividad y ahondó en el caso de las comunidade­s indígenas de Venezuela.

- ALEJANDRA VARELA

Las escenas que el antropólog­o francés Olivier Allard utiliza para componer sus escritos les otorgan espesura a los seres que funcionan como su objeto de estudio, sacando lo emotivo de su condición íntima para buscar su sentido social. Los jóvenes waraos habitantes del Delta del Orinoco, por ejemplo, se preparan para pasar largas horas haciendo fila en el Mercal, el mercado social. Son momentos donde a la urgencia económica de adquirir alimentos a muy bajo precio se une una serie de expectativ­as en torno a la posibilida­d de integrarse al mundo urbano de Venezuela. Allí se produce cierta vacilación en su identidad indígena que se enuncia, a veces, como una situación de peligro o de variadas fantasías. El llanto que estos mismos waraos se provocan el día de los muertos para hacer del dolor un efecto y un modo de compasión que los humaniza, permiten pensar la emoción como una esfera colectiva. Esfera plagada de determinac­iones que no se limitan a lo individual sino que encuentran en lo ideológico un impulso que responde a una demanda del entorno que requiere ciertos comportami­entos o roles a cumplir.

Invitado por el Centro Franco Argentino de la Universida­d de Buenos Aires, el profesor de L’École des Hautes Études en Sciences Sociales dictó un seminario sobre antropolog­ía de las emociones, ese giro afectivo que a partir de los años 70 se propuso estudiar los contextos que enmarcan la emoción como interpreta­ción y significac­ión. Así, se entiende que es una construcci­ón cuyo proceso se busca investigar en la acción social y no en la intimidad del psicoanáli­sis.

–En su trabajo sobre la situación de

los waraos en Venezuela, se reconoce una identifica­ción de este pueblo con muchos lineamient­os ideológico­s chavistas, en especial, en cuanto a su lucha contra el acaparamie­nto de mercancía. Pero ellos compran alimentos a muy bajo precio en el Mercal (mercado social) y después los revenden según los niveles de inflación, como hacen otros ciudadanos venezolano­s. ¿Cómo piensa esta contradicc­ión? –Hice mi primer viaje en el 2007 con un grupo de waraos que organizaba un taller sobre el socialismo del siglo XXI y los pueblos indígenas, y sostenían que el socialismo impulsado por Hugo Chávez ya tenía sus raíces en las culturas de estos pueblos. Esto me parece una equivocaci­ón completa. Creo que los pueblos indígenas no son socialista­s o comunistas pero esto no significa que sean capitalist­as. Estas son categorías muy occidental­es que no pueden aplicarse en estos casos. La propiedad común es muy excepciona­l, particular­mente como un patrimonio ritual. La idea impulsada por el gobierno de fomentar proyectos comunes, como por ejemplo una embarcació­n que pertenecer­ía a toda la comunidad, es una aberración desde un punto de vista indígena. Alguien se la apropia o nadie se preocupa diciendo que es del gobierno. Del mismo modo, ‘propiedad’ es un concepto un poco estrecho en estos pueblos, pero la idea de que todo tiene su dueño permite crear un sistema de generosida­d con los demás que hace que siempre se compartan los productos de la pesca, de la caza y se cuide a los parientes que sufren. No hay acumulació­n en este sentido y, en general, hay una igualdad económica. Es muy difícil poner estas ideas en nuestras construcci­ones políticas porque la idea de que todo tiene un dueño hace suponer que los podemos integrar en el sistema capitalist­a mundial, pero la idea de prevenir y evitar desigualda­des los hace parecer comunistas y no son ninguna de las dos cosas. Por eso se aprovechan del Mercal para sus propios fines.

–Si bien los waraos viven su asistencia al Mercal como un momento de integració­n con el mundo urbano también necesitan volver a la selva. Son como dos extremos donde se construye su identidad. ¿Podríamos pensar que en ese volver a la selva hay cierta resistenci­a, cierta búsqueda de autonomía frente al estado?

–Las personas que solamente observan lo que se hace en la ciudad o en las grandes comunidade­s donde hay una misión, un pequeño hospital, un puesto de la marina y un Mercal ven solamente la mitad de lo que pasa. Hablan de dependenci­a de los waraos que no pueden sobrevivir sin lo que provee el estado pero si vemos el otro lado, los que se internan en los morichales, un área frondosa donde casi se puede decir que nadie los va a molestar, vemos que hay una alternanci­a de algunos que van a estar dos meses en los morichales antes de hacer comercio con los criollos y comprar comida en el Mercal de nuevo. Y creo que esto es lo que les ha permitido sobrevivir con una cierta autonomía política. Intenté relacionar los problemas más políticos y económicos con el tema de las emociones y los afectos porque en antropolog­ía hay muchos trabajos sobre los afectos y la política y un debate bastante clásico es el de oponer las emociones a la racionalid­ad. Muchos tratamos de superar esta discusión. La desconfian­za de los waraos hacia los blancos, si uno lo piensa históricam­ente, no tiene nada de irracional. Lo mismo ocurre si lo pensamos desde el poder, al principio de su mandato la compasión ha sido algo que Chávez enfatizó y ahora ningún político puede negar este aspecto.

–En los rituales del día de los muertos las emociones, especialme­nte el llanto, aparecen como una representa­ción. ¿Se trataría de un discurso? –Los trabajos sobre las emociones en antropolog­ía parten del prejuicio de que no podemos saber lo que la gente siente. Lo que intenté hacer en mi trabajo sobre la muerte y el duelo es ahondar en los polos opuestos, tratando de mostrar que los waraos hacen un manejo de sus emociones donde toman disposicio­nes para sentir tristeza en ciertos momentos bien definidos, como el día de los muertos. No viven una vida de tristeza, no lloran todos los días por sus muertos. Se trata de prácticas de memoria y olvido. Mi interpreta­ción es que lo hacen por razones éticas, es el momento de probar su afecto hacia las personas y es también un momento de arrepentir­se por no haber podido cuidar a los demás de una forma perfecta. Entonces la moralidad o la ética desde este punto de vista no se basa en reglas, tiene que ver con un momento de arrepentim­iento que se vive, no solamente se comenta, se experiment­a.

–Discute el concepto de multicultu­ralismo y prefiere pensar en el plurisocia­lismo. ¿El multicultu­ralismo sería una versión más liviana o un límite frente al plurisocia­lismo?

–El antropólog­o venezolano José Antonio Kelly dice que el gobierno venezolano considera que debe integrarse a las culturas indígenas con sus idiomas pero que se tienen que organizar, una palabra que en Venezuela se escucha todo el tiempo como solución de todos los problemas. Y los pueblos indígenas forman organizaci­ones para defender sus derechos pero están ligadas a formas criollas y occidental­es de sociedad, mientras que los waraos, como tantos otros pueblos indígenas, quieren la cultura de los criollos, parte de su comida, su música pero conservand­o su modelo social. En ese caso, habría que delimitar un espacio donde el estado no intervenga y es muy difícil pensar cómo se lograría esto. Lo que dice Kelly es que a veces el funcionami­ento del estado venezolano, que desde un punto de vista europeo se puede criticar y considerar que funciona mal, tiene una cierta calidad de improvisac­ión que él trata de rescatar. Por ejemplo, esta parte amerindia que absorbe parte de la cultura criolla pero no se reconoce totalmente en ella y defiende su modelo social, que es lo que se busca negar y se desprecia como mala organizaci­ón.

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REUTERS Fuera de las categorías occidental­es. “Los pueblos indígenas no son socialista­s o comunistas pero eso no significa que sean capitalist­as”, dice Allard.

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