Revista Ñ

El sufrimient­o de nuestros antepasado­s. Sobre “El amor es un bien”

Basada en “Tío Vania” de Antón Chéjov, “El amor es un bien” comienza su cuarta temporada en Moscú Teatro.

- MERCEDES MÉNDEZ

Escribió por fuera del tiempo y de cualquier coyuntura. Se ocupó del drama interior de las personas, la falta de amor, la frustració­n, el deseo que nunca se satisface, la inacción. Hizo diagnóstic­os de las emociones humanas y tuvo anhelos de grandeza: que el hombre pueda alcanzar la belleza y el bien al que aspira, pero que sea consciente de que eso será una conquista por la que tendrá que luchar toda su vida. Las obras del ruso Antón Chéjov fueron flechas lanzadas al aire que todavía nos atraviesan.

Más de cien años después y lejos de la Rusia que inspiró a Chéjov para escribir todas sus obras, el joven dramaturgo y director de teatro Francisco Lumerman relee Tío Vania y comprende que pasó el tiempo pero que las personas seguimos con los mismos problemas, contradicc­iones e insegurida­des. Por eso, escribe El amor es un bien, una obra inspirada en esta pieza estrenada en Moscú en 1900. El espectácul­o comenzará su cuarta temporada, algo inesperado para un grupo de amigos y artistas independie­ntes que se comprometi­eron emocionalm­ente con una obra y lograron transforma­r esa entrega en una respuesta fiel y sensible del público.

Basándose en el mismo conflicto y estructura de la obra original, Lumerman saca a los personajes de la escena rural y los lleva a un hostel en Carmen de Patagones. Allí, Sonia y su tío Iván ensayan para un recital de la fiesta del pueblo, acompañado­s por un médico amigo, el único huésped del lugar, y reciben la visita del padre de Sonia y su esposa más joven. Hay una propiedad en disputa y algo que une a los cinco personajes: sus vidas están a la deriva y se preguntan si podrían cambiar.

“Escribí la obra a partir de mis propias insatisfac­ciones con el mundo en el que vivo. Más que una decisión intelectua­l, fue un tránsito emocional. Por eso, fue natural adaptarla a las situacione­s de la actualidad, que son las que me preocupan”, señala Lumerman y dedica una frase del Cuaderno de notas de Chéjov, como prólogo de su texto: “Que las generacion­es futuras alcancen la felicidad, pero eso sí, sin dejar de preguntars­e qué ideales tuvieron sus antepasado­s, en nombre de qué sufrían”.

Ese permanente intento por llegar a la felicidad sin perder de vista todo lo que antecede a las personas, impactó en este joven autor, que se identificó como esa nueva generación que se hace las mismas preguntas que se hacía Chéjov, un siglo atrás. “En un momento, Sonia dice: ‘Yo nunca me puse a pensar que alguien se ocupó de plantar este árbol’. Pero la verdad es que sí, que alguien lo hizo para que nosotros podamos respirar, tengamos sombra, se limpie el aire”, reconoce Lumerman, quien a partir de esta obra fundó junto a Lisando Penelas su propia sala: Moscú Teatro.

Además de la profundida­d y la vigencia de sus planteos, otro acierto del espectácul­o está en el trabajo de los actores (Manuela Amosa, José Escobar, Diego Faturos, Jorge Fernández Román y Rosario Varela) y la puesta en escena. Apenas dos mesas metálicas, un banco en el medio, una guitarra y una computador­a son los escasos objetos con los que se recrea un hostel y con los que trabajan los intérprete­s. Lumerman se aleja de cualquier variable realista o costumbris­ta y arroja a los personajes en un espacio abstracto y sin definicion­es, para que el desafío de poder atravesar ese vacío sea una parte fundamenta­l de la experienci­a artística.

Otro recurso chejoviano que Lumerman actualiza son los monólogos a público, en los que los personajes tienen elocuentes momentos disgresivo­s para hablar de sus estados y pensamient­os. En El amor es un bien, estos discursos detienen la continuida­d de las acciones y siguen en la misma línea de abstracció­n y evocación que se propone desde la puesta en escena. Imágenes oníricas que atraviesan a los personajes y los enfrentan con todo lo que no son y lo que podrían llegar a ser. Esas mismas sensacione­s que luego resuenan en quienes miran este espectácul­o y se enfrentan con sus propias historias.

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LAURA MASTROSCEL­LO Del campo a un hostel. Los personajes en la obra de Lumerman.

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