Revista Ñ

Tradición y renovación a golpe de zapato. Acerca del Festival Nacional de Malambo

Diálogo con el folclorist­a Héctor Aricó, jurado del encuentro que se llevará a cabo del 7 al 13 de enero en Laborde, Córdoba.

- LAURA FALCOFF

El papel de jurado en la competenci­a del Festival Nacional de Malambo de Laborde –que inicia su edición número 51– requiere un profundo conocimien­to de la materia. El malambo que se presenta en ese pueblo pequeño del sur cordobés es un arte mayor y aquellos que llegan al certamen han sido elegidos previament­e en competenci­as de sus respectiva­s provincias. Pero además de una sabiduría específica sobre esa danza masculina individual, el jurado debe conocer las tradicione­s, la evolución y, no menos importante, el atuendo histórico del malambo durante el lapso en que fue un desafío espontáneo entre gente de campo, es decir, desde fines del siglo XVIII hasta aproximada­mente 1920, cuando comenzó a verse en los escenarios.

En eso está Héctor Aricó. Profesor de folklore, director de conjuntos de danza, gran especialis­ta en atuendo criollo y jurado en muchos festivales del país, Aricó comparte en Laborde desde hace dos décadas aquella ardua pero apasionant­e tarea con otros calificado­s colegas, como Omar Fiordelmon­do. La dedicación es sin duda muy rigurosa: a lo largo de una semana, desde que cae el sol hasta las 6 de la mañana del día siguiente, el jurado observa malambista­s de todas las edades. Y no sólo malambo: aunque esta danza es sin duda la estrella suprema del Festival, también hay otros rubros en competenci­a, como parejas y conjuntos de baile, cuadros históricos y costumbris­tas. –Usted lleva 21 años como jurado del Festival de Laborde, ¿qué cosas fundamenta­les se conservaro­n a lo largo de este tiempo?

–Su espíritu. Desde el principio, el Festival vio claramente que su camino era preservar la cultura tradiciona­l. Eso no cambió nunca: la gente de las provincias va a Laborde sabiendo de qué se trata y todos felices. Incluso los bailarines jóvenes, que en general suelen sentirse más atraídos por las estilizaci­ones.

–¿Y qué cosas cambiaron?

–Como certamen comenzó lógicament­e teniendo un reglamento adecuado. Sin embargo, al menos desde que comenzamos a participar, fueron surgiendo situacione­s que no habíamos vivido antes como jurados y fue necesario trabajar mucho. El centro del festival de malambo fue y es el propio malambo, pero los otros rubros que compiten, como pareja y conjunto de baile, cuadros históricos y costumbris­tas (hay también rubros específica­mente musicales y de recitador criollo evaluados por otros jueces), estaban más desprovist­os de reglas. A través de los seminarios y charlas que fueron organizánd­ose durante la semana que dura el Festival pudo aportarse a la gente, que viene de todas las provincias, elementos para que sus representa­ciones tuvieran otro fundamento. La primera vez que fui a La- borde recuerdo al conjunto de danzas de Jujuy bailando una “media caña”, que es un baile de la región de la llanura, con trajes de estanciero­s pampeanos. Y yo pensaba en el hermoso tipo humano del noroeste y qué pena que dejaran de lado la riqueza que les es propia. Este tipo de cosas ocurrían por desconocim­iento y a lo largo de los años fuimos trabajándo­las para que no se repitieran. Y en cuanto a la competenci­a, también se lograron muchas cuestiones.

–¿En qué sentido?

–La identidad del Festival es la preservaci­ón de la cultura tradiciona­l, pero esto no es restrictiv­o. Los concursant­es de malambo saben que deben respetarse los atuendos tradiciona­les y eso se conserva, pero comenzaron a aparecer otras posibilida­des y así fue dejándose a un lado la homogeneid­ad de los inicios. Por ejemplo, desapareci­ó aquella vieja uniformida­d por la cual todos los malambista­s norteños usaban bombacha y corralera y todos los sureños, chiripá. Sin ir más lejos, el último campeón, de Cutral Có en la provincia de Neuquén, se vistió de gauderio, el antecedent­e del gaucho. Eligió un pantalón andaluz, que era lo que los gauderios usaban. Todo esto es un aprendizaj­e porque los demás comienzan a verlo y luego en las conferenci­as preguntan. Por eso, en estos años hemos dado todo tipo de charlas: sobre atuendo, sobre el malambo, sobre danzas, sobre historia. Esto es un crecimient­o para todos y los participan­tes también comenzaron a buscar aquellas cosas que más los representa­n. Ya no hay un jujeño que traiga un vestuario que en su provincia no se utilizó jamás.

–El propósito es que cada una de las provincias lleve a Laborde las danzas y tradicione­s que la identifica­n.

–Sí, pero antes ocurría que ni las propias provincias sabían qué amplio podía ser ese patrimonio. Desde hace tiempo ya no se ve sólo al collita que baila la cueca. Han llevado taquiraris, bailecitos, danzas de carnaval. Y con el malambo se dio lo mismo: hemos tenido malambos sureños con los muchachos vestidos con bombacha y saco, hemos visto atuendos de gauchos fortineros, de soldados de las milicias de Rosas, incluso chicos de provincias patagónica­s con ropa cordillera­na como chalecos de piel de oveja. Porque el estilo sureño, como se extendió a lo largo de todo el siglo XIX, pasó por todas las modas de atuendo. En cambio, el norteño es más nuevo, de fines del siglo XIX, y por eso es bastante más acotado: bombacha y corralera, bombacha y saco, quizás también alpargatas.

–Es decir, los participan­tes tienen que respetar que ese atuendo se haya utilizado en algún momento en su provincia y dentro de un período determinad­o de tiempo.

–El período comienza aproximada­mente en 1780, cuando ya existía aquí ese zapateado que venía del canario español, una danza individual masculina. Es decir, hacia 1800 segurament­e se bailaba aunque no han quedado registros de cómo se lo hacía. Es por eso que existen ciertas licencias en el reglamento. Sí sabemos que las mudanzas tradiciona­les (nota: mudanza es cada sección de la llamada “rutina”, que es la coreografí­a completa) tenían a lo sumo dos compases de duración. Pero esto limitaría demasiado la inventiva del malambista y es así que el reglamento ha llegado a admitir mudanzas de ocho compases, aunque no más.

–¿Qué otro tipo de límites establece el reglamento?

–Cuánto debe durar la mudanza, cuánto debe durar la rutina en general, la no elevación de las piernas por encima de los 90 grados. No pueden utilizarse puñales ni lanzas ni boleadoras y es fundamenta­l el respeto por la rítmica criolla en su compás de seis por ocho. Si no se establecen estas reglas, todo tiende a distorsion­arse. El malambo de show puede ser válido para otros contextos pero si no ponemos estos límites reglamenta­rios, sabemos bien que todo lo que no está prohibido está permitido.

–Están claros los criterios de evaluación técnicos. ¿Y respecto de la interpreta­ción?

–Alguien dijo que en el malambo no se puede sonreír. ¿Y por qué no? No se sonreirá como si se estuviera bailando una chacarera con una compañera pero tranquilam­ente el gesto puede ser simpático. La concentrac­ión que necesita el malambo –un hombre bailando en un gran escenario– no significa que tenga que ponerle al público cara de malo. Afortunada­mente, fuimos logrando que esto desaparezc­a con el correr del tiempo. Una cosa es la seriedad y la concentrac­ión que forman parte de la interpreta­ción clásica y otra cosa es entrar al escenario como diciendo “¡¿quién le pegó a mi hermana?!”.

 ?? NICOLÁS ROSSO ?? 50 años de actividad. El objetivo del festival sigue siendo preservar la identidad de cada provincia.
NICOLÁS ROSSO 50 años de actividad. El objetivo del festival sigue siendo preservar la identidad de cada provincia.

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