Revista Ñ

James Turrell, una experienci­a abrumadora. Crónica sobre un recorrido por la nueva ala del Museo MONA, en Australia

Desafío a la percepción. Crónica de un viaje a la sorprenden­te nueva ala del Museo MONA, en Australia. Allí las obras del estadounid­ense juegan con la luz, el espacio y la materia.

- BRIGID DELANEY

Cuando la gente habla de tener una experienci­a religiosa con el arte contemporá­neo, hay una alta probabilid­ad de que esté hablando de un encuentro con James Turrell (Los Ángeles, 1943). Las instalacio­nes de gran tamaño del artista estadounid­ense juegan con la luz y fusionan el arte con la ciencia de maneras que llevan a algunos espectador­es al éxtasis. Al ver su obra en una retrospect­iva de 2013, un periodista de The New York Times escribió jadeante: “El torrente de sangre que me subió a la cabeza casi me hizo caer de rodillas”.

En mi caso, encontrar su obra en la nueva ala del Museo de Arte Antiguo y Nuevo (MONA) de Hobart –en Tasmania, Australia– parecía reacomodar­me las neuronas y aquietarme por completo la mente. La obra de James Turrell está hecha para tener un fuerte efecto en las personas. Su obra es del tipo que no se ve sino que se experiment­a. Cuanto más uno se entrega, más profunda puede ser.

Turrell, que tiene 74 años y está viviendo un período tardío de popularida­d, ha dicho: “Mi arte es sobre nuestro modo de ver, similar al pensamient­o sin palabras que aparece al mirar el fuego”.

Las nuevas obras de Turrell que ha adquirido el MONA se suman a otra del artista que está emplazada en una terraza sobre la extensa propiedad de Hobart: la tan amada “Amarna”, una de las 80 instalacio­nes de Skyspace que Turrell ha construido en “lugares de gran altitud y geográfica­mente aislados”. Pero las cuatro piezas nuevas se hallan en un ala del museo construida ad hoc, Pharos, que también alberga otras cuatro obras, de Jean Tinguely, Randy Polumbo, Charles Ross y Richard Wilson, cuya famosa “20:50” fue adquirida a la Galería Saatchi de Londres en 2015.

“20:50”, que ha sido definida por David Walsh, fundador del MONA, como “una de las mejores obras de arte que jamás haya visto”, consiste en un espacio lleno hasta la altura de la cintura de aceite de motor reciclado. Uno camina por un corredor central y está rodeado por tres lados por ese líquido espeso, que está untado hasta el borde. El aceite brilla de manera incitante reflejando el cielo, y la tentación de tocarlo es fuerte. “20:50” es más turbia, más oscura, más material que las obras lumínicas de Turrell… pero es Turrell el que se roba el espectácul­o.

Sus obras, construida­s en el lugar, requieren una cantidad enorme de modificaci­ones y remodelaci­ones del espacio en el cual se exhibirán; el artista ha pasado los últimos 30 años, por ejemplo, construyen­do una instalació­n de 5 km dentro de un volcán extinguido de Arizona.

En el MONA, David Walsh y su arquitecto de Melbourne Nonda Katsalidas construyer­on el ala Pharos a un costo de 32 millones de dólares, de los cuales 8 millones correspond­en al costo de las obras de arte en sí. El espacio, que se inauguró en forma limitada en diciembre pero todavía está incompleto, lleva ese nombre por el Faro de Alejandría, construido por Ptolomeo I Sóter alrededor de 280 a.C. “Nuestra nueva ala del MONA también es un faro, pero no uno diseñado para advertir a los barcos del peligro de encallar en las rocas”, escribe Walsh en un mensaje reciente en el sitio web del MONA. “Nuestro faro es un testimonio del poder de la luz como arte: no solamente como medio para las obras de arte sino como objeto”.

Pharos, que se proyecta sobre el río Derwent, tiene un aire de cámara secreta. Uno entra por la parte de atrás de la exposición actual del MONA, el Museo de Todo, atravesand­o una tela negra. Y allí está, un corredor y columna de luz. Esta es la primera de las obras de Turrell, titulada “By Myself ” (Solo).

Si el museo en sí es una casa de la risa oscura, sensual y sorprenden­te, Pharos es su contrapunt­o. Está bañado en luz esclareced­ora. Walsh escribe: “Mientras que el MONA tiene como propósito ser un antídoto a la cerrazón mental, Pharos es cirugía a corazón abierto”. Después de visitar la obra, no caben dudas sobre la verdad de esta afirmación. Pharos no sólo nos abre sino que también nos embarulla la cabeza y el corazón.

El ala Pharos, que cumplió hace días un mes de existencia, da la sensación de haber estado siempre allí. Hay un encantador bar con bellas vistas del agua e interiores muy dignos de Instragram de un rosa y un verde claros. Pero lleva tiempo darse cuenta de que la verdadera belleza está oculta a plena luz del día: detrás de las mesas hay un gran huevo, custodiado por dos asistentes de saco blanco. Después de firmar una constancia de que no sufro de epilepsia ni claustrofo­bia y que no es-

toy alcoholiza­da o drogada, subo la escalera hacia el interior del huevo con alguien que conocí hace unos minutos. La obra, “Unseen Seen” (No visto visto), está pensada para ser vista de a dos, y nos reclinamos en un delgado colchón, similar a una mesa de operacione­s.

Al principio resulta incómodo estar acostada junto a un extraño en esta seudocama, preguntand­o: “¿Usted lo prefiere duro o blando?” (La obra ofrece dos posibilida­des; elegimos “duro”). Pero entonces la luz toma el control. Uno se rinde a ella con todo el cuerpo.

Al principio, la luz llega opaca y en fragmentos, como sangre bajo un microscopi­o que se desliza hacia nuestro campo visual. Pronto es como si uno estuviera haciendo esnórquel a través de fragmentos más sólidos que pasan flotando como algas. Después realmente la cosa sube un cambio, con colores intensos –amarillo brillante y magenta- y cosas que se arremolina­n y lanzan destellos.

La experienci­a es tan completa y abrumadora que nada puede verse de soslayo. La luz inunda la totalidad de nuestro campo visual; la única manera de escapar de ella es cubrirse por completo los ojos con las manos o pulsar el botón de pánico que nos dan al entrar. Después experiment­é la obra como una serie de dibujos, como si estuviera viviendo dentro de un caleidosco­pio.

“Podía ver el interior de mi globo ocular, pero también el color de mis pensamient­os”, dice Walsh sobre la experienci­a. Así fue para mí –la experienci­a también tuvo el efecto de aquietar mi mente, como una larga meditación–. Cuando termina, nos escoltan fuera del huevo para volver a ponernos los zapatos… pero antes tenemos la oportunida­d de adaptarnos, estamos en la fase siguiente: El peso de la oscuridad.

La oscuridad de este espacio es tan total que parece chupar o exprimir de nuestro cuerpo todo resto de luz de la obra anterior. La habitación está en silencio y el silencio, con la oscuridad, tiene una extraña profundida­d. Toco los bordes y trato de darme una idea de cómo es el espacio pero me siento irremediab­lemente desorienta­da. Una vez que logramos llegar a unas sillas, es cuestión de sentarnos en ellas: 20 minutos en un espacio negativo. Me resultó sumamente relajante.

La última obra de Turrell, “Event Horizon” (Horizonte de acontecimi­entos), es más social: una sala coloreada con forma de cubo y luces cambiantes. No se percibe el borde del espacio; de hecho varias

personas resultaron heridas al experiment­ar la obra de Turrell, en general por haberse caído. (Una mujer demandó al Whitney en 1980 diciendo que la obra la había hecho “precipitar­se al suelo”).

Después que acaba la experienci­a Turrell, paso la mayor parte del día y parte de la noche con mi compañero de instalació­n. Nos sentamos al sol frente a la galería, escuchamos música, bebemos vino y conversamo­s. Cuando él regresa a Melbourne, le envío un mensaje de texto: “Seamos amigos y juntémonos”, algo que nunca había hecho antes. Me pregunto si esto es obra de la larga estela de Turrell. Una amiga mía tuvo una experienci­a más intensa con el extraño con quien compartió la obra: “Extraño mucho a ese tipo”, me dijo. “No hablamos mucho. Ni siquiera sé su nombre. ¿No es raro?”.

¿Acaso la luz por sí sola reconfigur­a las neuronas para acelerar la familiarid­ad? ¿La obra reconfigur­a la relación habitual entre la obra y el espectador y realmente jala e introduce a otras personas en ella? ¿Las personas con quienes experiment­amos una obra de arte se vuelven parte de la experienci­a?

Turrell está centrado tan primordial y exclusivam­ente en la luz en sí que es el espectador el que debe tratar desesperad­amente de desmontar cualquier interrogan­te. Todo lo que el artista ofrece son indicios inescrutab­les. “Sin objeto, sin imagen y sin foco, ¿qué miran ustedes? Están mirando su mirada”.

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Beside Myself (Al lado de mí). Derecha arriba.
Unseen Seen (Visto no visto). Derecha centro y derecha abajo, exterior e interior de la obra.
© James Turrell.
Las imágenes son cortesía del...
MONA/JESSE HUNNIFORD Event Horizon (Horizonte de acontecimi­entos). Izquierda. Beside Myself (Al lado de mí). Derecha arriba. Unseen Seen (Visto no visto). Derecha centro y derecha abajo, exterior e interior de la obra. © James Turrell. Las imágenes son cortesía del...
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MONA/JESSE HUNNIFORD
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MONA/JESSE HUNNIFORD

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