Flora y fauna
Al llegar, no se ve a nadie en la habitación. Tres acéfalos maniquíes de costura se yerguen inquietantes vestidos para matar con brillos, escotes y tajos. De cuatro barrales dispuestos contra las paredes cuelgan prodigios de seda, lamé, paillette, terciopelo, encajes, canutillos, flecos, borlas, lazos, drapeados, corsés… Los cuatro percheros se van deshojando: Milena Plebs vende sus vestidos de show y de milonga. Y deja al desnudo la memoria de una era de glamour, que la vio recorrer el planeta con las compañías de Tango Argentino y Tango x 2, del New York City Center a Japón, de Helsinski al West End londinense, sembrando la tangomanía a escala internacional.
Durante dos sábados de verano, previo contacto por redes, bailarinas célebres y milongueras ignotas acudieron a la Feria Milenaria montada en el salón de una casa del Boedo de techos bajos. Los anfitriones, milongueros: un músico argentino (el contrabajista Hernán Paglia) y una periodista rumana, Mirela, que ofreció el espacio, organizó la feria y derrocha optimismo. Algunas de las más exquisitas bailarinas de pista, como Graciela González (“la Leona del Tango”) y “la Negra” Elina Roldán, pasaron a revolver el guardarropas de Milena. La magnífica Guillermina Quiroga –ex Tango x 2, ex Forever Tango– arrasó: se llevó seis vestidos.
Instalada en el patio de Mirela, Milena agita el evento en Facebook desde su celular: “¡Ese vestido baila solo!”, comenta alguien debajo del post que muestra un diseño en exhibición pero fuera de venta, que vistió su clamorosa versión del tango “Gallo ciego”. A media tarde, una pequeña comitiva golpea el portón de la entrada, sin timbre: la encabeza el argentino Oscar Velázquez, seguido por un puñado de japoneses que todavía no llevan cumplidas veinticuatro horas en Buenos Aires. “¿Milongueras de Tokio?”, le pregunto a Rinko, que habla español, mientras la diminuta figura de Yoko –que tiene treinta y cuatro años y aparenta veinte– cruza veloz hacia el probador con una percha en la mano. Mucho más allá: ellos viajaron desde Fukuoka, en el extremo de Kyushu, una isla del sur del archipiélago donde la comunidad tanguera anima una milonga de algo más de un centenar de aficionados. Sin dudas, sus ausencias no pasarán inadvertidas en estos días allí. Pero esta noche en Buenos Aires los espera el salón La Viruta, donde la Típica Tanturi recrea en vivo el estilo del director de la orquesta del 40; mañana, asado al aire libre; pasado, “la ruta” de las zapaterías de tango.
Ya sale la sutil Yoko del probador, directo al centro de la sala para lucir el vestido. Sus compatriotas la reciben con exclamaciones agudas y una ráfaga de aplausos cortitos. Milena se acerca, aprueba el modelo con una sonrisa y en un segundo la escena se convierte en un meet and greet con besos, fotos y póster autografiado de rigor. Más aplausos. Al rato cae Vizzotto, que se dedica a fotografiar el tango desde hace unas tres décadas, y entonces los milongueros en el patio ya suman más de cuatro. La charla toma el cauce habitual en estos casos: se pasa revista a milongas y bailarines, se reparten críticas y alabanzas, se saca a relucir algún chisme, se evocan personajes del renacer del tango salón en los 90...
Y no hay nostalgia en esa evocación para Milena Plebs, la bailarina y coreógrafa que en aquellos años, junto a Miguel Ángel Zotto, desató una auténtica revolución escénica, al llevar el estilo de tango de pista a los teatros de todo el mundo y, en un virtuoso movimiento de doble vía, atrajo a las nuevas generaciones de bailarines profesionales hacia el circuito de los salones populares. En alguno de esos salones, tal vez una noche de estas reconozca el vuelo familiar de alguna falda. Quien la lleve puesta soñará con la cadencia inigualable de Milena. Ella sigue acumulando millas, estrella en festivales internacionales, atracción excluyente en los salones de clase y en las pistas de tango de cualquier lugar del mundo al que llegue. Con nuevas galas, ahora, liviana de equipaje.