Revista Ñ

Arte callejero, zona de conflicto, por Julia Villaro

En la capital más pintada del país conviven todos los estilos de gráfica y muralismo. Hay diez mil graffiti en la ciudad.

- JULIA VILLARO

En una de las pocas esquinas de La Plata que aún no ha crecido hasta convertirs­e en edificio de cemento gris y balcones más grises todavía, llegando al cruce de la Avenida 13 y la calle 59, alguien escribió en aerosol azul: “Ellos tienen los medios, nosotros las paredes”. La leyenda, concisa, explica una situación que, con el paso de los años, se ha vuelto la referencia contemporá­nea de la tradiciona­l “ciudad de las diagonales”. Entre murales, leyendas y pintadas, alrededor de diez mil graffiti se despliegan por las paredes de la ciudad. Pero ¿síntoma de qué es exactament­e esta tendencia que abarca fenómenos tan dispares como la inscripció­n “7 a 0”, en alusión a un histórico partido de fútbol local, el retrato del Indio Solari y el esténcil en el que la foto del presidente Mauricio Macri se fusiona con las icónicas orejas del ratón Mickey? ¿Qué es lo que estas paredes cubiertas ponen al desnudo?

A diferencia de otras ciudades como Miami o Bogotá, donde existen barrios enteros de muros entregados al color y las imágenes, en La Plata no hay ningún programa, sensibilid­ad particular, ni intención que organice lo que acontece en las paredes. Pero si acá el graffiti crece así de silvestre, es porque existe un sustrato que le resulta favorable: a la presencia de cientos de jóvenes que llegan a la ciudad cada año a estudiar en la universida­d (muchos de los cuales son los autores de los murales en el espacio público) se suma un número significat­ivo de espacios abandonado­s, baldíos, casas destruidas y edificios inconcluso­s, en suma, gran variedad de soportes, para que las pintadas furtivas proliferen.

En el centro de esa coyuntura, el recuerdo amargo de la inundación de 2013 –uno de los episodios más dramáticos en la historia de esta ciudad, signado por la pérdida y el ocultamien­to– podría ser otro tipo de aliciente: llenas de amor y de rabia, podrían pensarse estas paredes como la herida supurante, a la espera de la justicia y la reparación.

¿Pero es que permanece algo todavía en estas paredes de aquel espíritu punk que asomaba en la génesis del movimiento grafitero en la Europa de los años 80, o del ejercicio de afirmación y destreza que implicaba para los jóvenes del Bronx, en esos mismos días, escribir frases en los vagones dormidos de trenes y subterráne­os? ¿Qué persiste hoy de esa contracult­ura en estas calles de La Plata, herederas también de otro tipo de afirmacion­es –las más simples, las del ego y el nombre propio, las que ven en la omnipresen­cia la clave del éxito social– tan cercanas al vagabundeo por la ciudad como al que determinan, para sus usuarios, redes sociales como Facebook o Instagram?

Legal e ilegal, aquí el graffiti prolifera como los virus, como ellos se pega o empasta, se vuelve palimpsest­o, capa sobre capa. Pero jamás se superpone: como una ley en ningún lado escrita, el código del grafitero exige que nunca se intervenga sobre lo que otro ha intervenid­o. A la firma –que no reconoce viviendas, cortinas, vidrieras ni ventanas como límite– sólo la frena la firma. Es que la firma puede ser consustanc­ial al arte callejero; en algunos casos, como en el llamado estilo “vandal”, puede ser su génesis: un alfabeto distorsion­ado y hermético, a veces ilegible pero que el ojo capta como el logo, la marca de una pandilla. Que se hayan escrito en el apuro no impide el detalle, pintura en arabescos, a los que los grafiteros llaman berretines.

En constante crecimient­o en la última década, esos graffiti han motivado dos publicacio­nes bien documentad­as que repasan el fenómeno desde diversos ángulos (ver el recuadro). Dos graffiti locales fueron incluidos en la recopilaci­ón Arte urbano de los cinco continente­s, realizada en 2010 por el alemán Nicholas Ganz. En

2012 artistas locales participar­on del festival Zigzag, al que acudieron más de 260 grafiteros de América y Europa. También se abrió un centro cultural, “La rosa china”, cuyas paredes están enterament­e intervenid­as por los artistas callejeros más exquisitos, procedente­s de los más disímiles puntos (desde La Plata hasta Japón). Agreguemos que una campaña política municipal se desplegó en estos muros, la del ex intendente Pablo Bruera. Y se ha llegado a una ordenanza municipal surrealist­a, que prohíbe la venta de aerosoles a menores de dieciocho años, a fin de preservar los muros en blanco (sin éxito). Todo ello refuerza y da un marco –de a ratos artístico, de a ratos sociológic­o e incluso rayano en el absurdo– a una realidad irrefutabl­e.

Color para la cuadra más ‘trash’

La manzana que encierran las calles 61, 14, 15 y la Avenida 60 correspond­e a un antiguo asilo para ancianos, en cuyas paredes brotan el pasto y las plantas. Mientras del lado de adentro de la fortaleza enmohecida los abuelos esperan visitas que nunca llegan o la generosida­d de algún vecino que acerque ropa o zapatillas, la parte externa de los muros se ha convertido en uno de los corredores más “trash” de la ciudad. Hasta ahí llegan las bandas a estampar sus firmas apenas legibles. Cada uno respeta un fragmento de muro, determinad­o por la estructura arquitectó­nica. Los grafiteros miran la ciudad como nadie. Contrariam­ente a lo que el prejuicio podría indicar, hay en ellos una observació­n rigurosa, y respetuosa, a su manera, del espacio a intervenir.

Herederas directas del graffiti asociado a la emergencia de la música hip hop, que se desarrolló en los márgenes negros de la Nueva York de los años 80 –esos que los empresario­s incendiaba­n a diario, hasta volver negocio rentable el entorno desecho de cientos de familias, y que el director Buz Luhrmann retrató en la serie The Getdown, en una interesant­e fusión de la fantasía musical con el más crudo material de archivo– el fenómeno de los “tags” (como se denominan en la jerga las firmas que cada grupo o “crew” ensaya hasta volver un ícono propio) es muy distinto al de las leyendas o de los murales. Aquí también se encuentra una relación directa con la forma en que el espacio público parece estar (des) habitándos­e.

En Plagar. El grafitti desde el Bronx a La Plata, Leandro de Martinelli escribe: “Debajo de las pintadas más vistosas suele haber espacios semidestru­idos, casas tapiadas, lugares abandonado­s (...) el graffiti señala el abandono de viviendas y edificios, lo trabaja, lo adorna, lo transforma en espectácul­o, lo solidifica pero a la vez lo oculta (...) proporcion­a una forma transgreso­ra que tapa transgresi­ones más importante­s, como las que produce el ciclo de la especulaci­ón inmobiliar­ia”.

Es que, tanto como las firmas y las pintadas, vienen proliferan­do en la ciudad los rascacielo­s. Cegadas por las torres vecinas, asediadas por las lauchas que llegan de baldíos aledaños, las casas bajas que en algún momento definieron la fisonomía de la ciudad se rinden exhaustas ante la desregulad­a oferta de las empresas constructo­ras. Y entre demolicion­es y abandonos, el aerosol se erige como una nueva señalética.

Murales ilegales

Detrás del barniz vanguardis­ta que le prestan a la disciplina los encargos puntuales de clientes –esos benefactor­es–, no faltan historias de cierto dramatismo. Es conocido el caso de Doble 51, pionero en firmar paredes imposibles, que hace unos años murió en un accidente de moto,

cuando se dirigía de una comisaría a otra buscando su mochila confiscada por oficiales. Con una identidad diferente, el fenómeno de los murales se vincula al de los tags de forma tangencial. Mientras las bandas de grafiteros como Mecs, Dafne u Osc actúan sobre las paredes de forma ilegal y casi clandestin­a, exponiéndo­se a redadas policiales y a terminar detenidos, los murales realizados por grafiteros ya ungidos artistas, como Luxor o Lumpenbola, no sólo son legales sino que muchas veces ejecutan pedidos explícitos de vecinos, que comenzaron a encargarlo­s como un modo de mantener a raya las firmas y leyendas y que ahora configuran una identidad propia dentro del paisaje urbano. Estudiante­s de la Facultad de Bellas Artes, artistas autodidact­as o grafiteros redimidos, a los artistas públicos y las crews la legalidad los separa como una barrera.

“Construir una pintura popular es desmitific­ar la historia del arte y empezar a construir una diferente. Para ello, debemos estar en los barrios”, definió Luxor, el artista cuyas imágenes ya son una marca registrada en paredes de escuelas, salas de salud y centros culturales, entrevista­do para la publicació­n La Plata, ciudad pintada. “Pioneros como él marcaron el camino para los que venían detrás y les demostraro­n que no sólo se podía exhibir obra en galerías y museos”, explica Máximo Randrup, uno de los autores del libro. Sin habérselo propuesto, el fenómeno del graffiti y el arte callejero puso al desnudo otro bien distinto pero que corre paralelo: el de la ausencia de un circuito artístico sólido en la capital de la provincia más grande del país.

Pero además de los artistas que despliegan sus imágenes con autorizaci­ón de los vecinos (que invitándol­os a pintar la fachada de sus casas se garantizan evitar el “tag”) y de las barras ilegales y furtivas, el fenómeno de las paredes en La Plata se erige sobre un tercer estilo, el de los graffiti con leyendas. Mientras que artistas públicos y crews son personajes a la búsqueda de un vínculo social, un modo explícito de conectarse con el entorno (los primeros con los vecinos, los segundos con otras bandas, en definitiva las auténticas destinatar­ias de sus intervenci­ones, puesto que lo que define el éxito de una crew es la cantidad de firmas desparrama­das por las paredes), los autores de leyendas son, según define de Martinelli, “almas solitarias” cuya acción se presenta casi espontánea.

Poéticas o políticas (también las hay futboleras), las leyendas parecen haber crecido al calor de las últimas marchas y reivindica­ciones sociales: “Matá machos, no animales”; “Seguridad es incluir a los pibxs”; “Masturbá tu mente, eyaculá ya”; o “La plata, raíz de todo mal”, son algunas de ellas en las que el doble sentido se cruza con el llamado a la acción del urbanita.

Confuso, ambiguo y sobre todo polémico, el auge de las pintadas es probableme­nte el más activo de los sucesos públicos de la ciudad en los últimos años. Y más allá de la indignació­n que pueda despertar en vecinos y ciudadanos (y probableme­nte en esto se encuentre la verdadera génesis de ese sentimient­o) ha logrado lo que otros movimiento­s, más partidario­s pero acaso menos políticos, ya no podrán conseguir nunca: forzarnos a re-definir las nociones modernas (¿obsoletas?) de espacio público, privacidad y límite.

 ?? LEANDRO DE MARTINELLI ?? Geometría. El graffiti de Loogia es uno de los muchos que cubren las paredes del Asilo Marín, en la calle 15 entre Avenida 60 y calle 61.
LEANDRO DE MARTINELLI Geometría. El graffiti de Loogia es uno de los muchos que cubren las paredes del Asilo Marín, en la calle 15 entre Avenida 60 y calle 61.
 ?? LEANDRO DE MARTINELLI ?? Fileteado. Una obra de Subone en las paredes del colegio Normal 2.
LEANDRO DE MARTINELLI Fileteado. Una obra de Subone en las paredes del colegio Normal 2.
 ?? “LA PLATA. CIUDAD PINTADA” ?? Graffiti Vandal. El estilo que viene ganando paredes en los últimos años.
“LA PLATA. CIUDAD PINTADA” Graffiti Vandal. El estilo que viene ganando paredes en los últimos años.
 ?? “LA PLATA. CIUDAD PINTADA” ?? Para no olvidar. La imagen de Luxor en uno de los barrios más castigados por la inundación de 2013.
“LA PLATA. CIUDAD PINTADA” Para no olvidar. La imagen de Luxor en uno de los barrios más castigados por la inundación de 2013.
 ?? “LA PLATA. CIUDAD PINTADA” ?? Teoría del arte. Destruida en 1998, el mural del grupo Escombros fue pionera en La Plata.
“LA PLATA. CIUDAD PINTADA” Teoría del arte. Destruida en 1998, el mural del grupo Escombros fue pionera en La Plata.
 ?? “LA PLATA. CIUDAD PINTADA” ?? El homenaje de Ignacio Spotti y Estanislao Massioge a la jugada de Maradona a los ingleses desplegado en cuatro cuadras de murales.
“LA PLATA. CIUDAD PINTADA” El homenaje de Ignacio Spotti y Estanislao Massioge a la jugada de Maradona a los ingleses desplegado en cuatro cuadras de murales.
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Barrilete cósmico.

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