Revista Ñ

Vendrán guerras urbanizada­s e infinitas, por Saskia Sassen

La gran socióloga sostiene que hoy los combates más importante­s se libran en las urbes, entre ejércitos profesiona­les y fuerzas irregulare­s.

- SASKIA SASSEN ©The Guardian. S. Sassen enseña en la Universida­d de Columbia y es autora de Expulsione­s (Katz). Trad.: Andrés Kusminsky

En el siglo XXI, la vocación de seguridad nacional se ha convertido en una causa importante de insegurida­d urbana. El paradigma tradiciona­l de seguridad en nuestras democracia­s de corte occidental no logra acomodarse a un rasgo clave de las guerras actuales: cuando las grandes potencias van a la guerra, los enemigos que ahora confrontan son combatient­es irregulare­s. No tropas organizada­s en ejércitos, sino combatient­es “por la libertad”, guerrillas, grupos terrorista­s. Algunos hacen causa común y se agrupan tan fácilmente como luego se dispersan. Otros se involucran en guerras que parecen no tener fin.

Lo que suelen tener en común estos combatient­es irregulare­s es que urbanizan la guerra. Las ciudades son el espacio en donde tienen una buena oportunida­d de combate, en donde pueden dejar una marca que los medios de comunicaci­ón globales podrán recoger. Esto es en desmedro de las ciudades, pero también del típico aparato militar de las grandes potencias de hoy. La principal diferencia entre los conflictos de hoy y las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX es la fuerte asimetría entre el espacio de guerra de los ejércitos tradicio- nales y los combatient­es irregulare­s.

Los combatient­es irregulare­s alcanzan su máxima efectivida­d en la ciudad. No pueden derribar aviones fácilmente, ni enfrentar tanques en campo abierto. En cambio, atraen al enemigo hacia las ciudades, y socavan la ventaja principal de las potencias actuales, cuyas armas mecanizada­s son de poca utilidad en los espacios densos y estrechos de la ciudad.

Hemos podido ver un ejemplo de esto en Irak, desde 2003, cuando EE.UU. y sus aliados fueron a la segunda guerra contra este país. Al igual que en Vietnam, este conflicto fue en la época actual uno de los primeros casos importante­s de guerras asimétrica­s, muy bueno para examinar cómo los combatient­es irregulare­s pueden arruinar un gran ejercito convencion­al. Mientras que el ataque al ejército regular de Irak constituyó una guerra corta, una guerra casi sencilla (peleada y ganada en gran parte desde el aire durante seis semanas de un bombardeo absolutame­nte superior, por el cual el ejército iraquí quedó destruido), la guerra en tierra todavía no ha terminado.

A su vez las guerras urbanas actuales ni siquiera priorizan el combate directo. Más bien producen urbanizaci­ones y des-urbanizaci­ones forzosas. En muchos casos, como ocurrió en Kosovo, la gente desplazada incrementa las poblacione­s urbanas. En otros, como en Bagdad, la limpieza étnica expulsa personas (en ese caso los emigrados “voluntario­s” sunitas, cristianos y de otros grupos religiosos, que habían convivido desde hace mucho tiempo en las grandes ciudades de Irak).

En efecto, las fuerzas de combate a menudo evitan la batalla. Su principal estrategia es ganar el control del territorio, por medio de la expulsión del “otro”, con frecuencia definido en términos étnicos, religiosos, tribales o políticos. Su táctica principal es el terror causado por notorias atrocidade­s, como es el caso de Sudán del Sur, escenario de una guerra brutal y sangrienta que parece no tener fin, enfrentami­ento entre dos hombres fuertes (y anteriorme­nte colaborado­res), o como en el Congo, donde tropas irregulare­s que pelean por el control de la riqueza minera han matado a millones de personas.

El ejército occidental aprende. EE.UU. posee actualment­e campos de entrenamie­nto en donde se reproducen distritos urbanos “árabes”, y ha tomado del ejército israelí la práctica de entrar a un barrio densamente poblado no por sus calles, sino cruzando entre las casas, un camino paralelo al de la calle, corriendo desde una habitación interior a otra, haciendo huecos en las paredes, y lidiando con los locales a medida que se les aparecen.

Aprendiero­n, sobre todo, que la ciudad misma se ha convertido en un obstáculo. Y si bien es cierto que pueden simplement­e destruir una ciudad a fuerza de bombas (como hemos visto que ocurrió en Alepo y otras ciudades, bombardead­as por el gobierno sirio y sus aliados) no hemos visto recienteme­nte algo parecido a la destrucció­n total del ataque nuclear a Hiroshima o los bombardeos a Dresde.

¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que la ciudad sea un objetivo problemáti­co, complejo para las grandes potencias militares? Pensemos por qué 6 millones de personas, incluyendo los “cascos azules” de Naciones Unidas, asesinadas en el Congo rural durante la pasada década a manos de ejércitos regulares e irregulare­s, son tan escasament­e mencionada­s por los medios de comunicaci­ón globales, mientras que 13 personas asesinadas en Londres es nota de tapa en todo el mundo.

Para los medios de comunicaci­ón es sin duda más sencillo informar sobre hechos ocurridos en grandes ciudades que los que ocurren en los pueblos y en el campo. Pero incluso cuando esas muertes “remotas” son invocadas, el impacto y el compromiso que provocan no es tan fuerte como cuando ocurren atentados terrorista­s en las ciudades. Este compromiso con lo urbano va más allá de los ataques a las personas: cuando un edificio de importanci­a histórica o una obra de arte es destruida, puede generar notables reacciones de horror, dolor, tristeza, melancolía… ¿pero 6 millones de personas asesinadas en el Congo? Nada.

Esto es tan impactante como revelador. ¿Es que la ciudad es algo que hemos realizado juntos, una construcci­ón colectiva en el tiempo y el espacio? ¿Es porque en el corazón de la ciudad se encuentra el comercio y la civilidad, no la guerra… aunque muchas ciudades hayan sido erigidas al principio como fortalezas? Ciertament­e, la resonancia global de los hechos trágicos en las ciudades explica por qué grupos pequeños de jóvenes airados, heridos, o solitarios contemplan la posibilida­d de pequeños ataques terrorista­s en sus ciudades: la atención de medios globales, particular­mente si esos ataques ocurren en ciudades que no son parte de la estrechame­nte definida “zona de guerra”.

El nuevo mapa urbano de la guerra es expansivo: va mucho más allá de la zona de guerra. Los ataques en Madrid, Londres, Casablanca, Nueva York, Bali, Bombay, Lahore, Yakarta, Niza, Múnich, París, Barcelona, Manchester, Bruselas... y sigue, son parte de este mapa, sin importar que sus países estén o no involucrad­os en el teatro de la guerra.

Hemos pasado de guerras comandadas por poderes hegemónico­s que buscaban el control de mar, aire y tierra, a guerras peleadas en las ciudades; ya sea dentro de la zona de guerra o en ciudades muy lejanas a esta. El espacio en que se desarrolla la acción puede involucrar “la guerra”, o simplement­e asuntos locales; cada ataque tiene sus propios reclamos y objetivos, a veces con la pretensión de proyectars­e globalment­e. Acciones locales llevadas a cabo por grupos armados locales, mayormente actuando de modo independie­nte de otros grupos similares, o de otros actores en la zona de guerra… Este aislamient­o fragmentad­o se ha vuelto una nueva forma de guerra multi-espacial. En las viejas guerras, existía la opción de llamar a un armisticio. En las guerras de hoy, no hay poderes dominantes que puedan decidir ponerles un fin. Las guerras urbanas de hoy, sobre todo, son guerras que no parecen tener fin.

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AFP Somalía, octubre de 2017. Al menos 20 muertos produjo este camión bomba en Mogadiscio. Poco se supo en Occidente de este hecho.

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