Revista Ñ

La máquina de generar empatía, por Martín de Ambrosio

Varias iniciativa­s intentan explorar -e inducir- la compasión y la concientiz­ación hacia el dolor de los demas. ¿Tendrán éxito?

- MARTÍN DE AMBROSIO

Paz, amor y empatía”, eran las líneas finales de la carta suicida de Kurt Cobain. El joven líder de Nirvana eligió escribir “empatía” cuatro veces en ocho párrafos. Pero ¿qué pedía exactament­e? ¿Qué sumaba esa palabrita al dúo más famoso de “paz y amor”? Podemos intuir a qué se refería Cobain, pero la ciencia, obligada a definicion­es certeras (algo que no siempre cumple, tan humana como es), todavía tiene dudas de qué hablamos cuando hablamos de empatía.

A principios de la década de 1990 investigad­ores italianos –encabezado­s por Giacomo Rizzolatti– encontraro­n neuronas que se activaban tanto ante una acción propia como cuando otro llevaba a cabo la misma acción. Las bautizaron “neuronas espejo” y una parte importante del problema pudo haber quedado en vías de solucionar­se. De momento, con tales mecanismos de imitación y otros de igual reacción ante el dolor ajeno, se tenía la base material del problema de la empatía; de sentir lo que siente el otro.

Sin embargo, el concepto mismo siguió mostrándos­e elusivo. El humano tiene un cerebro moldeado por la evolución y preparado para responder y entender lo que pasa con las personas con las que se interactúa cara a cara. Somos expertos en identifica­r rostros: sabemos –por lo general de manera instantáne­a– si alguien está triste, enojado, feliz o eufórico. En presencia de un accidente o una desgracia es posible que muchos se acerquen a dar una mano, o como mínimo ver qué pasa; que queden impresiona­dos y que luego lo cuenten como si les hubiera pasado a ellos mismos. O casi.

El problema es cuando la desgracia es a gran escala o está mediatizad­a. O, peor aun, está mediada por la intelecció­n, una de las razones por las que es difícil, por ejemplo, comunicar el cambio climático o la relación entre fumar cigarrillo­s hoy y un tumor dentro de dos décadas. El hecho queda disminuido, tiene el mismo trato que la ficción, parece que no le sucediera a nadie. Tsunamis, inundacion­es, guerras suelen ser abstraccio­nes, tan lejanas como el cometa que barrió con la vida de los dinosaurio­s. A más mediación (mediatizac­ión) de los grandes problemas humanos, menos nos tocan de cerca.

¿Puede hacer algo la ciencia para revertir esto? ¿Se podría inducir la empatía con fines solidarios? Para un grupo de investigad­ores del MIT (Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts) sí. O al menos eso es lo que están intentando. Se trata del proyecto Deep Empathy (deepempath­y.mit.edu), en el que se busca deliberada­mente generar una situación de cercanía con catástrofe­s lejanas, que apenas resuenan en ciertos oídos o sirven de enlace en los noticieros entre el divorcio de una modelo y un partido de fútbol. Lo que hicieron en un principio, a través de inteligenc­ia artificial, es simular las condicione­s de devastació­n de la ciudad siria de Homs en otras ciudades del mundo. El portal abre con las ruinas de Boston, pero hay ejemplos de París, Chicago, Ámsterdam, Tokio. De Sudamérica sólo hay una foto de la ciudad de Mendoza.

La página web sigue con un pedido de donación para Unicef y una encuesta organizada en pares de imágenes en la que el usuario debe elegir la que más le conmueve para que la Inteligenc­ia Artificial aprenda cuáles escenarios resultan más dignos de compasión que otros (“con el objetivo de ayudar a que el algoritmo mejore”, dicen las instruccio­nes).

El sitio se completa con una línea de tiempo acerca de los conceptos de empatía e inteligenc­ia artificial, donde aparecen el test de Turing de 1950 y ciertas ideas del novelista Philip Kindred Dick, tomadas de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de 1968 (base de la película Blade Runner). Que el siguiente hito sea esta frase del psicólogo Daniel Batson es casi una declaració­n de principios: “Hay muchas investigac­iones que muestran que estamos más predispues­tos a ayudar a un necesitado cuando sentimos con esa persona”. Lo mismo que la de 2007, de Paul Slovic: “En desastres y atrocidade­s de gran escala la gente queda aturdida e indiferent­e a la situación [ya que] las estadístic­as que rodean a estos eventos no despiertan emoción o sentimient­o y, por lo tanto, no son motivadas a actuar”. Y rematan con la a esta altura ya icónica foto del niño sirio Alan Kurdi yaciente en una playa con remera roja y pantalonci­to azul, foto que sensibiliz­ó más a la opinión pública –y por ende a los líderes– que fríos informes acerca de cientos de miles de muertes.

Que en el proyecto del MIT esté involucrad­a Naciones Unidas a través de Unicef garantiza, en cierto modo, fines loables. Resta aventurar qué pasaría con este tipo de iniciativa­s que inducen científica­mente estados de ánimo –porque finalmente de eso se trata– en manos incorrecta­s políticas, mercantile­s o corporativ­as (algo que de alguna manera está detrás, como motivación, de to dan euro investigac­ión .¿ O alguien puede creer que el neuro auge es sólo para vender más libros de divulgació­n?).

Pero Deep Empathy no es la única de su tipo, según consigna la investigad­ora argentina Sol Fittipaldi, del Laboratori­o de Psicología Experiment­al y Neurocienc­ias (LPEN) de la Fundación INECO.

Enumera: Hero, un proyecto que usa realidad virtual y ofrece una inmersión en una experienci­a traumática con temperatur­a, olores, sonidos, donde se produce una explosión que deja al participan­te rodeado de escombros y gritos de socorro. Lo desarrolló Brooks Brown, un sobrevivie­nte de la masacre de Columbine, en el estado de Colorado (de la cual hizo su célebre documental Michael Moore, Bowling for Columbine, de 2002). Brooks era amigo de los dos asesinos, quienes le pidieron que se fuera a su casa antes de arrancar la balacera.

También está Papers, please, un juego en el que se deben tomar decisiones morales. Migrant trail, para concientiz­ar sobre la inmigració­n. O Real lives, que simula la vida en diversos países, divergenci­as culturales incluidas. En el ámbito clínico existe un dispositiv­o llamado SymPulse que emite una señal en el brazo para generar los temblores típicos de un enfermo de Parkinson.

Fittipaldi cree que Deep Empathy y sus símiles pueden ser herramient­as útiles, pero en un contexto más amplio de intervenci­ones. “Se cree que la empatía, asociada a la preocupaci­ón por los demás, es mediadora de la conducta prosocial (como podría ser una donación). Pero para que la empatía se asocie a la preocupaci­ón por los demás, hay otros factores que se ponen en juego. Sabemos que el malestar o estrés (como posibles reacciones empáticas orientadas hacia uno mismo) pueden motivar conductas de evitación y retirada de la atención”, remarca la también docente de la Fundación Favaloro. Lo dicho: no todas las reacciones son necesariam­ente positivas, ya que –sigue Fittipaldi–“investigac­iones recientes muestran que el sufrimient­o de los demás puede desencaden­ar emociones contraempá­ticas, como el placer ante el infortunio ajeno”. Como reza la vieja máxima: mal de otros, regocijo de algunos.

Además, la investigad­ora remarca otra limitación del programa del MIT: “Sólo da lugar a un curso de acción: donar dinero para caridad. No enseña sobre las circunstan­cias históricas, económicas y sociales que llevaron a un país como Siria al conflicto que vive, no presenta historias individual­es que permitan desterrar estereotip­os y prejuicios, y no favorece el cambio de actitudes o conductas que a gran escala podrían tener impacto”.

La docente e investigad­ora dice que “el efecto de las campañas de sensibiliz­ación suele mostrar un patrón de U invertida: tanto cuando el impacto emocional es muy bajo como cuando es muy alto, no se detecta un efecto en la conducta. Existe un punto medio óptimo en el cual el estado emocional lleva al accionar. En este sentido, sería relevante enfocarse en hallar ese punto medio, más que intentar construir las imágenes que sencillame­nte generen ‘más empatía’. Asimismo, es importante recordar que los factores cognitivos, como las creencias, el conocimien­to y los recuerdos modulan la respuesta empática, tanto a nivel de la conducta manifiesta como a nivel cerebral”.

Y, por último, el ya mencionado riesgo de que estos “inductores de emociones” podrían, con modificaci­ones, usarse “con el objetivo de inducir estados mentales que lleven a tomar decisiones irracional­es de compra o emisión de votos, así como cambios de actitudes que sean funcionale­s al mercado o la política de turno”. Es muy muy probable que no haya sido esto lo que deseaba Kurt Cobain para el mundo en su carta de despedida.

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NILÜFER DEMIR Alan Kurdi. La foto del pequeño fallecido en 2015 en las costas del Mediterrán­eo cuando su familia intentaba huir de Siria dio la vuelta al mundo y se convirtió en ícono de la tragedia de los refugiados. El conflicto sirio había comenzado cuatro años...
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Compasión inducida. ¿Puede la inteligenc­ia artificial alentar la empatía? Esa pregunta intenta responder un equipo del MIT, que está enseñando a su algoritmo a detectar la compasión.

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