Tienda de ramos generales Kelly Lake, de Chris Kraus
La desmaterialización del arte es el tema central del último libro traducido de la escritora, que acaba de publicar una biografía de Kathy Acker.
Ensayo, cuento, crónica: Chris Kraus no sabe muy bien cómo llamar los cuatro textos que integran su breve y fulminante Tienda de ramos generales Kelly Lake. Fueron escritos entre 2011 y 2014, tiempo después de que Kraus, autora hasta entonces de libros de ficción, sin formación especializada, incluso sin demasiado interés en el tema, porque se lo pedían, empezara a escribir sobre arte. Dos de los textos incluidos por Kraus en el libro fueron publicados por Semiotexte, la revista y editorial de las que es coeditora, en Los Ángeles, un tercero se publicó en Sidney, en la revista Oberon, y el que da título al volumen fue editado en Londres, como parte de un libro.
En el primer artículo, “Propiedades perdidas”, Kraus cuenta cuando conoció en Saas-Fe (Suiza), en una clase de la European Graduate School, de la que ella es profesora, en 2011, a Thomas Gokey, cuya primera obra al terminar la escuela de arte había sido una “visualización”, en forma de dinero hecho pedazos, de la enorme deuda que él mismo había contraído para pagar su carrera: 49.983 dólares. “El monto total de dinero entregado a cambio de un título de maestría en Bellas Artes, molido y transformado en cua- tro hojas de papel”, se llamaba la obra.
Junto a su esposa bibliotecaria y activista, Meg Backus, Gokey desarrolló después el proyecto “LibraryFarm”, en el que trabajaron con “muchas personas diferentes, muchos desacuerdos insignificantes, tratando de ejercer la democracia de una forma lenta y desprolija”. Para ellos, dice Kraus, “LibraryFarm” se transformó en una cuestión de detalles. “Y esos detalles, considerados en todas sus dimensiones, se volvieron paradigmas”, agrega.
Gokey fue arrestado en Nueva York, durante las jornadas de Occupy Wall Street. En la celda, entre activistas, periodistas, economistas radicales y delincuentes menores, marihuaneros y borrachos, conoció a Mathew Cardwell, abogado, defensor público en el Bronx. Juntos pusieron en marcha “Rolling Jubilee”, con la idea de reunir fondos para comprar deudas por préstamos para estudios y asistencia médica. Una vez adquiridas, las deudas eran liquidadas públicamente.
“La deuda es algo muy inmaterial, pero la siento en mi cuerpo. Siento la presión de la deuda, siento su peso”, le escribe Gokey a Kraus, y agrega: “Como artista, participé en una performance increíble creada por Cassie Thornton en la que se le pedía a la gente que actuara su deuda o que le pusiera palabras”.
“El intercambio financiero como intercambio poético”, escribe Kraus, “en lugar de producir objetos que fetichizan revoluciones pasadas”.
Para probar, Gokey usó 466 dólares de su bolsillo y compró 14.000 dólares de deudas de tarjetas de crédito correspondientes a once cuentas morosas. “Estudiar el universo de la deuda es abrirse camino hacia el corazón más oscuro del capital”, anota Kraus. Y: “Es también revelar su dinámica psíquica más potente: la culpa individual, la falta de confianza en uno mismo y la vergüenza”.
Gokey se pregunta si lo que hace lo acerca o aleja del arte. “Ninguno de nosotros sabe qué pensar sobre lo que hacemos. Es como si todos fuéramos ex artistas”, le dice a Kraus.
Mientras asiste a una presentación (“absurda en su falta de perspectiva” de recién graduados en bellas artes), Kraus piensa que una obra profundamente política como “Rolling Jubilee” no puede ser arte porque es emprendida de forma autónoma, “sin depender de la aprobación exterior”.
El artículo sobre Gokey es “a favor y en contra de la desmaterialización del arte”. El dinero, su efecto inmobiliario, las prácticas y los procesos de búsqueda, son algunas de las cuestiones de interés de Kraus en el arte contemporáneo y en el relato del arte contemporáneo, del que este libro, con su voz crítica, participa.
“Face”, otro de los textos incluidos, comienza con Kraus en el norte de Minnesota, más o menos a mediados de agosto, después de haber pasado cuatro semanas en una cabaña que le alquiló a una mujer que luego se mudó a Dakota del Sur. Kraus está terminando un libro de ensayos sobrela obra de algunos artistas a los que conoce, y empieza un divorcio que parece simple pero terminará recién tres años más tarde. Para chequear mails tiene que hacer cuarenta kilómetros en auto.
Al final del texto, Leka Kavaja-Popescu le cuenta que en el 2006 había hecho una pasantía en la Kunsthalle de Düsseldorf y el último día de trabajo llevó una cheesecake para compartir con el resto del staff. Había un curador famoso, Kasper König, que a pesar de que estaba prohibido fumar se armó un cigarrillo y lo fumó. “Su visita duró lo que el cigarrillo. Al final me preguntó: ‘¿Y vos, qué vas a hacer?’”.
“No hay manera de escapar de la composición”, le dice Kavaja-Popescu. “Las obras lindas vienen con buenas historias, lo suficientemente largas pero nunca tan largas como para no poder terminar con un remate. Un título puede parecer sin sentido, pero el lenguaje nunca está demasiado lejos, siempre listo para rescatar la obra del caos del azar. Nunca deberías confiar en una historia, especialmente si está bien contada”.
Kraus viene de publicar un libro sobre Kathy Acker, escritora punk, de vanguardia, la primera “pornógrafa feminista”, cuyas novelas iniciales, de mediados de los 80, fueron reescrituras de clásicos. Reversionó el Quijote con una protagonista femenina, y escribió My Mother Demonology sobre la correspondencia de Colette Peignot, amante de Georges Bataille. En Blood and Guts in Highschool (traducida como Aborto en la escuela) Acker narró la vida de Janey Smith, adicta al sexo que padece una enfermedad pélvica y está enamorada de su padre, que la explota y vende como esclava. En Empire of the Senseless se apropió de Las aventuras de Huck y del Neuromante de William Gibson para contar, a través de las voces de dos terroristas, Abhor, mitad humanamitad robot, y su amante Thivai, una historia que se desarrolla en una París postrevolucionaria, en ruinas.
Acker estudió con los poetas David Antin y Jerome Rothenberg y utilizó el cutup de William Burroughs como herramienta compositiva. Desestimando la continuidad del relato, sus libros pueden ser leídos por cualquier lado. La anécdota avanza espasmódicamente, a medida que las identidades se dividen y fragmentan. Así las referencias. Acker logró cierta notoriedad en Inglaterra, pero en los Estados Unidos vivió siempre de trabajos mal pagos: fue secretaria, archivista, stripper y docente de escuela.
Murió hace veinte años, de un cáncer de pecho. El tiempo transcurrido parece haber jugado a favor de sus libros. La escritora Dodie Bellamy, amiga y discípula de Acker, señaló que “su escritura resuena todavía más en el mundo de hoy, en el que la razón ha sido abandonada, reemplazada por un tribalismo libidinal”.
Dos novelas de Chris Kraus traducidas al castellano, Amo a Dick y Verano del odio, la destacan como una de las voces más singulares de la ficción contemporánea. De Amo a Dick Jill Soloway (directora de Transparent, que narra la conversión de Mort, un profesor jubilado, en Maura) ha filmado una serie elogiadísima. En Música prosaica, Marcelo Cohen relata su trabajo de traducción de esa novela. Al igual que Verano del odio, Tienda de ramos generales Kelly Lake lo tradujo Cecilia Pavón.