De fiesta junto a obras invalorables, por Steph Harmon
Pequeñas multitudes llenan los espacios de exhibición más importantes de Australia, que por la noche programan cenas, conciertos y danza.
Son las 9 de la noche de un sábado y el guardia de la galería que custodia Mass (en inglés, “misa” y a la vez “masa”), la obra de Ron Mueck, da señales de entrar ligeramente en pánico. La gente ingresa a montones en la reducida sala y hay codazos por todas partes. Mass –el trabajo más grande del escultor australiano hasta la fecha– es la impactante pieza central de la primera edición de la Trienal de Arte y Diseño que realiza la National Gallery de Victoria, Melbourne, en la que 100 calaveras humanas sobredimensionadas caen en catarata desde el cielorraso al piso.
Cuando la obra se abrió al público en diciembre, la proximidad de la gente a ella era vigilada rigurosamente. Las enormes calaveras están colocadas precariamente una sobre otra, según explicó un guardián; el brazo o la pierna de alguien fuera de lugar podría hacerlas desmoronarse como en un juego de Jenga inconmensurablemente costoso. El bolso que una mujer llevaba colgado del hombro empezó a flirtear con el borde de uno de los cráneos hasta que el guardia se abalanzó hacia ella y le dijo a la mujer por lo bajo: “¡Dé un paso atrás!”.
Pero un mes después es el fin de semana inaugural de Trienal Extra: un festival gratuito se apodera de la exhibición durante diez noches de arte escénico, lectura de poesía, charlas y fiesta. A las cien personas más o menos que se aglomeran en el espacio ya no se les dice tanto que hagan silencio, conversan más y se acercan a la obra a distancias menores de lo que lo harían normalmente.
Las guía el coreógrafo y bailarín Thomas E.S. Kelly, del aclamado grupo de danza contemporánea Chunky Move. El grupo está llevando a cabo la premiere de cinco obras nuevas inspiradas en la exhibición, que invitan a multitudes de personas a perseguir a los bailarines por los pasillos toda la noche.
Al llegar a la primera calavera, que está sola en una sala contigua, formamos un círculo a su alrededor. Kelly, vestido informalmente como un integrante del público, camina hacia el interior del círculo. Se contorsiona y da vueltas y baila en torno al cráneo, gruñendo y batiendo las palmas; les toma la cabeza con las manos a algunos espectadores y las compara entre ellas y con la calavera de Mueck. Nuestros cráneos son ese cráneo, nos dice; todos algún día estaremos reducidos a huesos.
Lo seguimos a la sala siguiente, donde está apilada la mayoría de las calaveras. Kelly las abarca con una actitud seria. Zigzaguea entre los cráneos acercándoles y retirando sus miembros y el cuerpo. El guardia parece alarmarse momentáneamente cuando avanzamos con el bailarín hacia el espacio negativo. Kelly se arroja al piso; gruñe y respira, se golpea el pecho, desciende a una especie de locura, se arroja el pelo a la cara. Canta en un idioma indígena, estrofas cautivantes que quedan suspendidas en el aire en torno a nosotros, antes de que seamos conducidos al espacio siguiente –y a la danza siguiente–, escalera abajo.
Cuando esa noche más tarde regreso al lugar, el coro de cámara Polyphonic Voices canta en un rincón el himno “Amazing Grace” (Sublime gracia). La multitud está en silencio, las sopranos remontan vuelo, las calaveras vigilan todo. La obra en sí ya era suficientemente impresionante, pero con voces como esas resulta majestuosa.
Las art parties o fiestas artísticas afterhours no son de ninguna manera un fenómeno nuevo, pero hace poco que las instituciones australianas han empezado a afrontar riesgos con más frecuencia y a producir eventos más atrevidos. La noche antes de que Chunky Move se hiciera cargo de la Trienal en Melbourne, la Art Gallery de New South Wales fue anfitriona de su propia velada de música, danza, comida y arte escénico: Rembrandt Live (Rembrandt en vivo).
Dirigido por John Bell, este ciclo del festival de Sidney con entradas agotadas tiene lugar en el marco de la imperdible exposición Rembrandt y la Edad de Oro Holandesa, colección prestada por el Rijksmuseum de Ámsterdam, que se lleva a cabo en la Art Gallery de New South Wales. Cinco músicos de la Australian Brandenburg Orchestra visten trajes de
la época y estrafalarios sombreros con plumas, facilitados por la Sydney Theatre Company. Como en El flautista de Hamelin, nos llevan de una sala a otra, tocando flauta barroca y guitarra, violín, viola y viola da gamba. Debajo del cuadro “Muchacha leyendo una carta” de Vermeer hay un clavicordio, y en la galería siguiente encontramos un órgano de cámara.
A través de los retratos, paisajes y espléndidas naturalezas muertas se escucha la voz del tenor Richard Butler en holandés y los bailarines Talia Fowler, Neale Whittaker y Stephen Tannos interpretan el papel de artistas callejeros y hacen la mímica y los movimientos de tocar para nosotros al ritmo de un paisaje sonoro de ruidos de la calle.
La música es tan magnífica como los cuadros que la rodean, llenos de luces y sombras, triunfo y romance. Afortunadamente se trataba de mi segunda visita a la exhibición, porque las interpretaciones apenas dejan tiempo para asimilar las obras. Mi sala favorita expone las decadentes naturalezas muertas de Jan Davidsz de Heem y Pieter de Ring: ostras carnosas, mitades de granadas brillantes y duraznos; uvas desbordantes, langostas lánguidas y caracoles curiosos.
Para aquellos lo bastante afortunados como para poder pagar una entrada de aproximadamente 220 dólares –o luchar para conseguir una entrada gratis–, a Rembrandt Live le siguió durante dos noches el Banquete Barroco, un festín inspirado en la época de la exhibición y curado por el célebre chef Matt Moran. El público corresponde a un target diferente del de Trienal Extra, por supuesto –en este caso la mayoría de la gente anda por sus cincuenta años o más– pero el propósito es el mismo: profundizar la experiencia de una exposición haciéndola multisensorial.
Rembrandt Live es una secuela espiritual de la obra Nude Live (Desnudo en vivo) presentada en el Festival de Sidney de 2017 en colaboración con la galería de arte, en la que los integrantes de la Sydney Dance Company bailaban sin ropas entre la exhibición de desnudos de ese año. (En algunas veladas se invitó a que también se desvistieran quienes habían comprado las entradas). Con su serie de eventos Art After Hours iniciada en 2003, la galería de Sidney fue una de las primeras del país en trascender los límites convencionales con este tipo de programación. En la segunda mitad de febrero celebra Carnaval –y su exhibición Robert Mapplethorpe– con una fiesta queer after hours en la que habrá proyecciones de películas poco comunes y un recorrido por los “aspectos LGBTQI más destacados” de la colección.
Al Museo de Arte Nuevo y Antiguo de Hobart se lo conoce por sus extravagancias estilo Gran Gatsby. El Museo Melbourne inauguró hace poco sus Fiestas Nocturnas mensuales, un “lugar de recreo adulto” para amantes del arte; la National Gallery de Victoria lleva a cabo sus habituales Noches de Viernes NGV; y hace un par de semanas el evento unitario Summer Up Late (aproximadamente, trasnochada de verano) se apropió de las exposiciones de Yayoi Kusama y Gerhard Richter en la Galería de Arte Moderno de Brisbane con música en vivo, performances y “visitas sensoriales”.
Después están las fiestas mensuales Art Bar en el Museo de Arte Contemporáneo, y desde luego otro evento pionero es Jurassic Lounge (sala de estar jurásica), que el Museo Australiano estrenó en 2011.
En los más de seis años transcurridos desde ese momento, el Jurassic Lounge ha invitado músicos a tocar junto a esqueletos de dinosaurios y a bailarines de cabaret para que hagan shows con serpientes vivas entre los animales embalsamados. En una Noche de Brujas reciente (Halloween) degustamos insectos a la parrilla mientras un acróbata en zancos, disfrazado de araña gigante, horrorizaba a los presentes caminando en puntillas por sobre sus cabezas.
El francés Mathieu Ravier, creador del evento, se inspiró en otros similares realizados en espacios artísticos de Londres y Nueva York. Dice que estas noches funcionan mejor cuando, en vez de mostrar trabajos preexistentes, los intérpretes logran relacionar su actuación con las obras de arte entre las que se desempeñan. Actualmente dedicado full time al museo, Ravier comenta que ve una “nueva ola” de programación innovadora en las instituciones de arte australianas.
“Me encanta esta evolución”, dice. “Cuando llegué a Australia hace 11 o 12 años, me impresionó la falta de opciones. Parecía que si pagabas 65 dólares podías ir a la ópera o, si no, podías ir a un pub, y esas eran todas las alternativas… Realmente creo que hoy hay una diversidad de ofertas mucho mayor”.
Naturalmente, son menores los riesgos para un lugar como el Museo Australiano, donde la mayoría de las piezas en exhibición están concebidas para soportar los brazos en jarra y los dedos pegajosos del sector demográfico clave del museo: los chicos. En el Jurassic Lounge se puede ir tomando una cerveza en casi todas las salas; pero si uno bebe subrepticiamente un traguito de alcohol cerca de alguna de las calaveras hechas a mano de Mueck, el guardián de la galería se va a poner del mismo color de la obra.