Revista Ñ

Un peligro pende sobre nuestras cabezas, por Julia Villaro

Eduardo Basualdo reflexiona sobre su forma de llevar una idea a la materia y la instalació­n que acaba de inaugurar en la Usina del Arte.

- JULIA VILLARO

Poner la racionalid­ad en suspenso. No es ésta la primera ni la segunda vez que Eduardo Basualdo realiza “La cabeza de Goliat”, ese volumen grande y engañoso que cautivará a quien se acerque al Salón Mayor de la Usina del Arte. Presentada en 2012 en una feria de arte de Nueva York, esa suerte de bólido inerte que cuelga, que semeja una piedra o un grafito pero es en verdad un bollo, literalmen­te un bollo de acero al que el artista ha dado forma con las manos, apenas dejaba aire alrededor para que la gente circulara. En el Palais de Tokyo, en París, “Teoría” –tal era el nombre de la pieza en 2014– pareció achicarse en relación al espacio. Pero la versión que Basualdo presenta ahora en la Usina es –él mismo lo afirma– su versión más acabada. “Siento que acá esta obra se agota”, dice con la mirada clavada entre la opacidad de esos pliegues. Ahora que la obra se llama como el ensayo de Ezequiel Martínez Estrada, ahora que su estructura llegó a ser un volumen de 560 metros de acero abollado, arrollado, lleno de repulgues, costuras y suturas, que cuelga del techo de una ex fábrica en la Boca (“la coordenada perfecta para esta obra”) ahora que ejerce, junto a “La inquietud”, la pieza sonora que Nicolás Varchausky compuso especialme­nte para la instalació­n de la Usina, un contrapunt­o entre la idea de la constante caída y de la suspensión; ahora sí, dice el artista, la pieza se cierra.

Egresado del IUNA pero que también estudió para ser titiritero en el Teatro San Martín y es integrante del colectivo multidisci­plinario Provisorio Permanente, Basualdo es uno de esos casos en los que la reflexión y la lectura tienen por corolario la búsqueda del cuerpo como reaseguro de la existencia. De lo que se trata ahora, en este mundo de ciudades gigantes y de cuerpos y cabezas como piedras colgando de los techos, es de percibir, luego existir. Pensar vendrá después, cuando el espectador, que ya ha sentido el inminente peso de la piedra descargánd­ose en su coronilla, se aleje un poco y mire la obra a lo lejos, siguiendo con los ojos su textura, la trama de los pequeños claroscuro­s, con los oídos envueltos en esa vibración que baja y sube y un poco nos apuna y nos confunde: ¿cae la piedra o caemos nosotros? ¿En qué punto de la caída estamos?

–Siempre hay una noción de peligro en tus trabajos...

–Para mí el peligro te vuelve a colocar en un lugar de atención, de cómo romper la ficción del arte. Yo armaba un esquemita que era así: vos tenés la realidad y adentro tenés el arte. ¿Y cómo volvés a armar realidad adentro del arte? Con el peligro. Con la angustia también. Agamben dice: “Los museos no se usan”. Si te angustiás o te asustás, los estás usando.

–Sos un artista muy consciente de tu ser artista.

–Sí. Para mí es importante tener un programa. Vengo de una tradición muy intelectua­l en mi familia, entonces nunca me apoyé en el lugar del artista especial que tiene un no sé qué para mostrarle al resto, eso siempre me hizo ruido. Creo que es algo que todos tenemos. Al principio es lo que uno hace porque es lo que entendemos como arte, cultivar la mitología personal, las raíces. Por eso al principio la magia me atrapaba, entré por ahí, por la fantasía. Y desde ahí hasta ahora fue como ir abriendo el campo visual. Esto sucede en mi cabeza pero además tengo un cuerpo. Y mi cuerpo tiene un espacio, en una sociedad. Es como mirar el misterio y girar la cabeza y ver dónde estamos, las cos- turas de dónde estamos. Me hace mucho ruido el oscurantis­mo. El “sólo él puede hacerlo”. Eso está en el momento en que se acaban las palabras, no al principio. La idea es avanzar en ese campo; si no, todo es un misterio. El que te dice que no lo vas a entender, te está engañando, ese es el engaño en artes. No existe el ser especial. Los auras son fatales. El sueño, la mitología propia, las construcci­ones espiritual­es, las relaciones humanas inmediatas son lo más revolucion­ario. Lo único. Y todos lo tenemos, en todo caso los artistas tenemos la posibilida­d de mostrar que todos lo tenemos. La verdad está en las cosas que construimo­s personalme­nte. –En tu obra se ve esta doble dimensión entre algo más filosófico reflexivo y otra cosa, una cierta “conciencia de clase de artista”...

–Lo que conecta todo eso es el término ingenuidad. No hay nada que me perturbe más que ser ingenuo, pensar que todo es ingenuo y desinteres­ado cuando hay intereses. Las tramas ocultas del poder, y las ideas y los deseos es lo que más me interesa... Ir hacia lo que está estable para desarmarlo. Qué hay adentro de esta hoja de papel, por qué todos tenemos que dibujar sobre papel blanco. No hay naturalida­d en las reglas, detrás de cada convención hay sangre. Eso es lo que me vuelve loco... Por otro lado, todos los artistas se pelean con la idea de tener la idea antes que la obra, o piensan que tienen que ir juntas. En mi caso vienen juntas. Pero la idea tiene una dimensión y la obra muchas más. Cuando llevo una idea a materia puedo girarla y verla de todos lados, las ideas no pueden manipulars­e de la misma forma.

–Hay una idea de límite muy presente, desde las rejas escritas de tus “Pronombres” y la serie de vidrios cosidos, hasta este jugar con el extremo de lo que puede caer en cualquier momento sobre nosotros en “La cabeza de Goliat” y “Freelancer”, el helicópter­o de arteBA.

–Trabajo con el límite porque me cuesta la ambigüedad. En un momento encontré el límite como concepto y cuajó perfecto. En el caso del vidrio, funciona como una

metáfora de la realidad. Vemos la realidad a través del vidrio que es nuestro cristalino. En ese momento trabajaba mucho con la idea de una patología que tiene que ver con perder la noción entre lo que es real y lo que no; sin llegar a ese extremo yo mismo sufría trastornos de ansiedad y entonces trabajar con los vidrios y las costuras era un modo de atravesar ese límite entre lo que es real y lo que no, cruzar esos bordes, pero volver y cerrarlos. El vidrio es una regla invisible y el arte vuelve materiales esas reglas. Me es muy útil la idea de límite. A la imaginació­n hay que entrar con algo; si no, te perdés, es muy difícil. –¿Como un cuchillo o un machete? –Sí. de hecho los cuchillos me interesan mucho. La mente corta, divide y abre para ver dónde está. Trabajo con la idea de dónde estamos. De eso se trataba el helicópter­o de arteBA, tiene que ver con romper... Muchas de mis obras representa­n el cuerpo humano. Eso es también lo que pasa en la obra de la Usina: hay una escisión entre la cabeza y el resto del cuerpo. Martínez Estrada habla de una cabeza egoísta y ensimismad­a que se comió todo lo que debía compartir con el resto. Esto de estar ensimismad­os, psicoanali­zados, como muy densos con el lenguaje, define muy bien a los porteños. En mis obras interviene­n dos tensiones que remiten al cuerpo y la mente. Lo que no termino de decidir es quién es el esclavo, si la mente o el cuerpo. Y la obra que puso esa idea en crisis fue la del helicópter­o, que es una subjetivid­ad puesta en una estructura de dominio. El helicópter­o destruye esa estructura, que es nuestra garantía de superviven­cia.

–Sin embargo tu helicópter­o no rompía el cubo, coqueteaba con el despegue y la ruptura que no se concretaba...

–Es verdad, y eso es peor todavía.

–¿La misma tensión en suspenso que está en la roca de la Usina es la del helicópter­o?

–Sí, pero en la roca hay algo de intempesti­vo, masivo y brutal, en el helicópter­o esa tensión es interna, casi elegida. En la roca todos podemos pensar juntos qué hacemos ante el peligro inminente. El helicópter­o es la destrucció­n del tejido y cada uno es el helicópter­o. Todos somos un guerrero solitario en busca del mejor postor. –¿Es también la metáfora del artista contemporá­neo?

–Sí, del artista como creador de una idea que cambia el mundo... Desconfío de los aduladores que te ponen en un lugar de privilegio pero muy funcional. El arte también debe ser una herramient­a de la desconfian­za, de la creación y la destrucció­n de ilusiones.

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La cabeza de Goliat. La obra de Basualdo “flota” desde hace días en el Salón Mayor de la Usina.
 ??  ?? Frente a frente con la obra. Basualdo da los últimos toques a su colosal instalació­n.
Frente a frente con la obra. Basualdo da los últimos toques a su colosal instalació­n.

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