Modos de ver La elegida del editor Perlas cultivadas Hashtag
Algunos de los retratados en la colección de ex presidentes exhibidos en la National Portrait Gallery de Washington eran, como Washington o Jefferson, dueños de esclavos. Más que cualquier opinión, ese hecho –que de manera muy pertinente señala el crítico de The New York Times Holland Cotter– da una idea cabal del profundo significado de este otro hecho: desde el lunes pasado, el de Barack Obama, tataranieto de otros esclavos, es parte de esa galería de retratos. Obama y su mujer, la ex primera dama Michelle, fueron los dos primeros afro- americanos en ocupar la Casa Blanca y acaban de convertirse en los dos primeros que integran la colección oficial de retratos de parejas presidenciales que fue abierta al público en 1968. Consciente de la trascendencia de esta novedad, Michelle Obama prefirió enfocarse no en el pasado de esclavitud y discriminación sino en el futuro cuando habló en la ceremonia de presentación de las pinturas: “Pienso en todos los jóvenes, especialmente en las niñas de color, que, en los años venideros, vendrán a este museo y verán la imagen de alguien que se ve como ellas en el muro de esta gran institución estadounidense”, dijo. Los Obama no son los únicos afroamericanos que ingresaron por primera vez al ala de la Galería Nacional que exhibe los retratos de todos los ex presidentes estadounidenses. Los acompañan en esa entrada histórica los artistas que eligieron para hacer el trabajo, los también afroamericanos Kehinde Wiley y Amy Sherald, que han trabajado temas raciales en sus obras anteriores. “Ser el primer artista afroamericano en retratar al primer presidente afroamericano es fascinante. No puede haber nada mejor”, dijo Wiley.
En el retrato que Sherald hizo de Michelle, como en muchos otros de sus trabajos, la piel es gris y el color está en la ropa del modelo y en el fondo celeste. Las pinturas de Wiley y Sherald rompen con la tradición de los retratos presidenciales no sólo por los colores: también por las formas y las poses de sus modelos. Lejos de la imagen formal de un burócrata, sin corbata, con un fondo vegetal, Obama mira atentamente al espectador, como si estuviera escuchándolo, más bien tenso, un poco inclinado hacia adelante, con la actitud de quien aun sigue concentrado en su tarea. El retrato de su mujer, con mirada firme y serena, no es el de alguien que se limita a acompañar: se la ve dispuesta a seguir abriendo caminos, que hasta podrían llevarla, algún día, de regreso a la Casa Blanca.