Revista Ñ

El escritor que vuelve a la escena del crimen, por Elvio E. Gandolfo

- Elvio Eduardo Gandolfo es autor de las novelas “Boomerang” y “Mi mundo privado”, entre otros libros. ELVIO E. GANDOLFO

La breve frase inicial, con punto y aparte, es clásica de la serie negra: “La encontraro­n unos niños” (o una lavandera, o un oficinista). Siempre sigue la descripció­n directa o indirecta del cadáver. Aquí es una mujer pelirroja, cuarentona, ahorcada con una de sus medias y arrojada a una cuneta. Tiene las ropas desordenad­as, y le falta un pezón, desde hace mucho. James Ellroy agrega, dos páginas y media después: “Tenía toda la pinta del clásico cuerpo tirado a altas horas de la noche”. Quien lee Mis rincones oscuros ya sabe que está hablando de su madre, asesinada un fin de semana mientras él estaba con el padre, en la visita semanal asignada por un juez.

El libro se divide en cuatro partes, tan distintas como cuatro libros. La inicial se titula “La pelirroja”, como suele llamarla su hijo (de 10 años cuando ocurrió el crimen). Un breve párrafo en cursiva de introducci­ón confiesa: “Tu muerte define mi vida. Quiero encontrar el amor que nunca tuvimos y explicarlo”. El tono es el de un informe policial y forense, frío y frustrante. Figuran nombres de investigad­ores. “La mitad de los veintiséis hombres del Departamen­to de Policía de El Monte –dice– pasaron por allí. Las mujeres blancas muertas eran como un imán”.

El Monte era una zona marginal de Los Ángeles adonde Geneva Hilliker, la madre (quien prefería que la llamaran Jean) se había mudado de pronto con el hijo, sin que él supiera por qué. Era enfermera profesiona­l, vivía de su trabajo, y aprovechab­a el fin de semana para divertirse. Incluye interrogat­orios, reconstruy­e los movimiento­s de ella, el asesino y algunos acompañant­es (en especial una rubia). No llega a nada. Se cierra como un caso no resuelto.

La segunda parte es “El niño de la foto”. En primera persona, es uno de los mejores relatos literarios de una infancia y adolescenc­ia difícil, casi letal. Está a la altura de El juguete rabioso de Roberto Arlt, por ejemplo. En el libro aparece el momento en que la madre le da libertad al hijo para que elija, y elige al padre. De inmediato recibe un par de golpes violentos en respuesta.

Cuando la policía lo entrega al padre la noche del crimen y empiezan a vivir juntos, él descubre que la madre tenía razón. La figura paterna debilitada, autotraici­onada, es el comienzo de muchas carreras literarias. Antes, cada vez que se veían, el padre se dedicaba a debilitar la imagen de Jean. “Mi madre me protegió con un estilo y firmeza impecables”, reconoce a la larga el autor.

Cuando se juntan, Ellroy define la pesadilla de la convivenci­a: “Éramos pobres. Nuestro apartament­o apestaba a caca de perro. Yo desayunaba galletas y leche cada mañana y cenaba hamburgues­as o pizza congelada todas las noches. Llevaba ropa andrajosa. Mi padre hablaba solo y les decía a los comentaris­tas de la tele que se fueran a tomar por culo y que le chuparan la polla. Siempre andábamos en calzoncill­os. Estábamos suscritos a revistas de chicas desnudas. Nuestra perra nos mordía de vez en cuando”. Apenas se desarrolló en edad y sobre todo estatura, Ellroy se dedicó con pasión a la delincuenc­ia juvenil, a drogarse con inhaladore­s y a colarse en casas vacías. Estuvo preso. El padre, sin embargo, le enseñó a leer, le regaló La placa de Jack Webb sobre la vida criminal de Los Ángeles. Después enfermó gravemente, se colgó del hijo viviente, y al fin murió.

La tercera parte es “Stoner”. Bill Stoner fue quien acompañó durante un largo período de investigac­ión a Ellroy. El tono recobra la frialdad del informe policial para contar la larga carrera de Stoner en Homicidios, con destaque de las víctimas mujeres. Al fin, en “Geneva Hilliker” describe el proceso de investigac­ión y búsqueda del posible culpable junto a Stoner, entre policías ya ancianos, rastros que se pierden, El Monte convertido en un agujero infecto. El libro está dedicado a Helen Knode, la segunda esposa de Ellroy, quien lo instó a volver al pasado. Es un relato intenso, a veces agotador. Cuando hizo ese trabajo de más de un año, Ellroy estaba fuerte: había publicado La Dalia Negra (un caso real que reflejaba la muerte de la madre), inicio del Cuarteto de Los Ángeles. Dos obras maestras, Los Ángeles Confidenci­al y Seis de los grandes (2001), lo ubicaron no solo como un número uno de la serie negra sino también de la literatura estadounid­ense. La última parte convierte a Mis rincones oscuros en un libro inolvidabl­e. Es difícil de soportar por momentos (como casi toda su obra) debido a la violencia, la falta intensa de corrección política, el romanticis­mo, el estilo reducido al hueso. Cuando termina, sabe que va a volver al crimen original, generador.

Lo hizo en 2010, con A la caza de la mujer, bastante breve y muy menor, fallido. Cuando inició un Segundo Cuarteto de Los Ángeles con Perfidia (2014), muchos esperaron la repetición, la decadencia. Pero mostró un trabajo demoledor de construcci­ón. A partir de una madre muerta, el hijo demostró una y otra vez que está vivo y bien, a pesar del hecho atroz, y a partir de ella, la pelirroja.

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MIS RINCONES OSCUROS James Ellroy Trad. Hernán Sabaté Literatura Random House494 págs.

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