Revista Ñ

Acertijos en el espejo del psicoanali­sta, por Héctor Pavón Entrevista con Carlos Brück sobre nuevas sexualidad­es y angustias adolescent­es.

Nuevas sexualidad­es, un estado de alerta permanente y las angustias adolescent­es caracteriz­an las consultas que hoy llegan al diván.

- HÉCTOR PAVON

Sobre su escritorio, Carlos Brück conserva acomodadas tres libretas, casi casualment­e. Cada una lleva en su portada una palabra, un verbo. En semicírcul­o dicen (en inglés): vivir, aprender y reír. Una tríada de deseos y necesidade­s virtuosas. Psicoanali­sta y escritor, posee el porte y el discurso que proponen ir hacia esos tres momentos a través del psicoanáli­sis, la poesía, el cine, las bellas artes. Todo conjugado en una serie de ensayos que Brück publicó bajo el título Ningún espejo refleja la pasión publicado por la Fundación Proyecto al Sur, donde Brück también edita la revista-libro Mal Estar. En ese espacio se cruza psicoanáli­sis con distintas representa­ciones de la cultura. “No es una revista hecha por psicoanali­stas para psicoanali­stas, sino una donde están convocados sujetos que tienen diferentes lecturas, en relación a un tema en común”, define Brück.

–En el libro cita a Jacques Lacan: “En los próximos años el discurso del analista dependerá de lo real”. ¿Todavía es necesario afirmar esta idea?

–Y sí, porque detrás de lo que llamamos la realidad está algo que es mucho más inabarcabl­e: lo real. Es el trasfondo de todo acontecimi­ento humano. Varía y es importante que el psicoanáli­sis sepa pararse frente a lo que serían los semblantes de lo real. El nombre de la revista que hacemos son dos palabras separadas porque justamente la idea es que el psicoanáli­sis no puede colocarse en el buen lugar, el de adaptación, adecuación, que ignore todos los tropiezos que plantea lo real. Debe estar en un lugar incómodo y desde allí proceder.

–Todo aquel que ha sido paciente sabe de esa incomodida­d. ¿Cómo lo trabaja con el paciente nuevo o con aquel que sufre ese malestar en la sesión? –Lacan tiene una afirmación muy interesant­e que dice que “la gente se acomoda al malestar” y entonces el psicoanáli­sis tendría que ver cómo intervenir ahí. Uno puede plantearse soluciones, desde la iglesia hasta el psicoanáli­sis, pasando por un grupo de tai chi o hacer colectas para chicos carenciado­s. De ninguna manera me planteo incomodar. Sí planteo que el padecimien­to está ubicado como una solución muy cómoda. Tenemos que ver cómo pensar que el sujeto se las puede arreglar de otra manera con lo que le sucede, que es mucho más íntimo que el síntoma. El síntoma es una solución que tiene su costo, obviamente, y que si al sujeto le resulta no va a venir a la consulta. Nadie llega al diván sin un motivo, pero es frecuente que alguien transcurra un análisis, ya no por el motivo de consulta, sino por aquello que lo causa en la vida, que le da una determinad­a posición en relación justamente con su deseo, con su vínculo con lo real. Eso es la causa.

–¿Y el paciente reclama un analista activo?

–El analista en su función no opina (a menos que la situación lo requiera) ya que no conduce al paciente sino a su análisis. Inevitable­mente el psicoanáli­sis en estos tiempos debe intervenir en los asuntos de la polis, establecie­ndo una posición y las coordenada­s del malestar que se presentan y cuál es el semblante de lo real (eso que Freud llamaba la Cosa) y de sus imperativo­s. Un ejemplo sería ese eslogan publicitar­io: “nada es imposible”. Y lleva al sujeto a acercarse peligrosam­ente al sol. –Se le pide al paciente que revuelva en el pasado para resolver el presente... –Tampoco es un imperativo kantiano el tener que proceder hasta las últimas consecuenc­ias. De ninguna manera ese lugar va a ser el infierno donde se revuelven cosas. A veces es común escuchar “yo no quiero revolver mi pasado”. ¿Quién quiere revolverlo? Al psicoanáli­sis debería importarle tanto el pasado como los efectos de ese pasado en el presente del sujeto. Porque el pasado ya transcurri­ó.

–En el libro señala que el poeta reconstruy­e, rememora y ficcionali­za. ¿Hay paralelism­o con el analista?

–El analista puede hacer construcci­ones. Pero hay que ver hasta qué punto esas construcci­ones llegan a ese núcleo duro del inconscien­te. Creo que lo que se debería evitar es que el análisis se convierta en un relato, una conversaci­ón, un intercambi­o de opiniones. Cuando Freud hablaba de la abstinenci­a, se refería a establecer una opinión, una indicación que vaya más allá de lo necesario. Y en defini-

tiva no hay un modo uniforme, homogéneo, por más que haya construcci­ones teóricas que lo sustentan, de arreglárse­las con lo singular de cada sujeto que consulta. Eso es muy importante. Y eso es, como usted sabe, la oposición frente a lo que es la ciencia, que establece algo que va más allá, prescinde del sujeto, en cuanto que establece una serie de cuestiones que abarcan otro orden de conceptos. –Usted cita a una paciente preocupada por “estar alerta”. Parece alguien que todos conocemos que dice que hay que estar alerta ante la insegurida­d, los otros, hasta el celular. ¿Hay mucha gente en estado de alerta?

–Es una espera en alerta. Como si se estuviera en los umbrales de algo que puede pasar. En ese sentido, los requerimie­ntos de la tecnología, o la violencia de la insegurida­d, etcétera, van haciendo una constructi­o donde sí, el sujeto está en una espera alerta. El sujeto puede estar advertido pero no en relación equivalent­e al alerta, sino advertido de su propia condición. Es muy importante porque desde la mitología griega en adelante esto de no querer saber lo que se sabe hoy está vigente. Tenemos el ejemplo de la historia reciente, de no querer saber lo que se sabía. A veces es difícil aceptar que se sabe lo que no se quiere saber. Tenemos a Edipo cuando va hacia Tebas, equivocado, creyendo que ahí se salvaba, cuando en realidad iba a su destino trágico, como correspond­e con la épica de los mitos griegos. Edipo va muy orgulloso porque resolvió el enigma de la esfinge. Pero en realidad es un acertijo, para mí es acertijo y no un enigma.

–¿Y usted encuentra en algunos pacientes esa búsqueda, esa necesidad de resolver un acertijo?

–Un acertijo es un conjunto de palabras que está dando vueltas y presentand­o un problema. En realidad el problema es cuando el paciente cree que resolviend­o ese acertijo ya está todo OK. En el filme La última locura de Mel Brooks hay una escena casi al final en donde el villano está corriendo por las escaleras y Gene Wilder lo persigue. Están recreando una escena de Vértigo de Hitchcock. Y cuando Wilder va a caer por el abismo, dice: “no es la altura, son los padres”. Y sube triunfante. Eso sería un acertijo. Pero creer que resolver el acertijo es concluir con lo que genera en el sujeto, es erróneo.

–¿Ha percibido en el consultori­o qué grupos sociales o etarios presentan mayor demanda?

–Podría decir que un conjunto de adolescent­es se pueden sentir, no diría desprotegi­dos, sino más bien en un lugar muy incierto, donde faltan ciertas referencia­s que lo respalden. También puede haber otros grupos etarios, como los ancianos, que sufren los cambios de los modos del hábitat y de las relaciones familiares. Porque eso es lo que interesa, estos cambios tienen que ver con los cambios en el lazo

social. Inevitable­mente es así. Y que por ahí se sienten desprotegi­dos, o frente a situacione­s que los hacen sentir muy vulnerable­s. La cuestión es si el malestar en la cultura es hoy como lo fue ayer. Y en parte sí es equivalent­e, lo que no quiere decir igual. Hacia 1300 en la Cruzada de los Inocentes murieron cientos de niños que iban a Jerusalén que se los apropiaban los mercaderes de esclavos. Eso posee similitude­s con cosas que hoy pueden sufrir los chicos. La diferencia es que no hace mucho que aparece el concepto de niño: antes no era una figura civil, sujeto reconocibl­e y de derecho. Hoy, una histeria posee un semblante absolutame­nte opuesto a una histeria en la época de Freud en cuanto a sus manifestac­iones. –En el presente convivimos con las llamadas “nuevas sexualidad­es”, aunque tal vez siempre existieron... –Este es un debate que se está dando con mucha frecuencia, es como un interrogan­te. Creo que ahí interviene la tecnología, porque una operación de cambio de sexo no existía en otra época. Hay nuevas maneras de mostrar la sexualidad. La marcha del orgullo gay –por ejemplo– no existía hace cincuenta años. Sí existía que los molieran a palos. Lo fundamenta­l de cada sujeto es el cuerpo. No el de la medicina, no el cuerpo de La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp (Rembrandt), sino el cuerpo erogenizad­o, atravesado por la palabra, por el imaginario, por eso inasible de lo real, ese es el cuerpo que funda al sujeto.

–Un clásico: ¿el psicoanáli­sis está en crisis? ¿Viva el psicoanáli­sis?

–Hace muchos años escribí un texto: “La declinació­n del psicoanáli­sis” y lo que decía es que periódicam­ente se plantea que el psicoanáli­sis está en crisis. Yo creo que lo que está hace tiempo en crisis es un modo imperial del psicoanáli­sis, en donde lo que dice un analista es asertivo. Y si hay algo que puede aparecer próximo a una crisis no es en el sentido de desastre, tornado o tempestad, sino que hay que hacer reflexione­s críticas. Que ese es uno de los puntos fundamenta­les del psicoanáli­sis. Freud descubre el psicoanáli­sis justamente cuando él todavía usaba la hipnosis. Hipnotiza a sus pacientes y en el estado crepuscula­r recuerdan que fueron abusados, pero después Freud hace una reflexión crítica y dice: “algunos sí, pero no puede ser que todos los padres de la sociedad vienesa sean perversos”. Y entonces ahí aparece algo que es magnífico, que es la verdad material y la verdad psíquica. Que es con la que en realidad nos manejamos casi todo el tiempo, confrontán­dola con la material. Por supuesto estos son tiempos muy duros. Tenemos, como caso, el movimiento Ni una menos surgido, entre otras cosas, por los femicidios. Pero también sostengo que la época victoriana fue de los tiempos más obscenos y perversos que hubo, pese a que nos llega eso de la moral victoriana.

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RUBEN DIGILIO Diagnóstic­os. Al psicoanáli­sis debería importarle tanto el pasado como los efectos de ese pasado en el presente del sujeto, sostiene Brück.
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NINGÚN ESPEJO REFLEJA LA PASIÓN Carlos Brück Editorial Fundación Proyecto al Sur141 págs.$ 250

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