Revista Ñ

Cartas de Walsh antes de Walsh por Osvaldo Aguirre

La correspond­encia del escritor con el estadounid­ense Donald Yates revela su relación con Borges, previa a encarar “Operación Masacre”.

- OSVALDO AGUIRRE

Cartas” y “Notas al pie”, los cuentos publicados en Un kilo de oro, las cartas sobre su hija María Victoria, las “cartas polémicas” que constituye­ron uno de sus últimos proyectos de escritura en torno a la dirigida a la Junta Militar en marzo de 1977, inscriben en la obra de Rodolfo Walsh una variante particular en su culto del relato breve y la fidelidad a la prosa despojada y certera. En ese conjunto falta lo que parece ser su práctica más consecuent­e y ortodoxa del género epistolar: la correspond­encia que mantuvo durante una década con el profesor y escritor estadounid­ense Donald Yates (1931-2017), un especialis­ta en la literatura policial latinoamer­icana.

Las cartas de Walsh a Yates –un total de 28 textos, cada uno de varias carillas escritas a espacio simple– se encuentran depositada­s en la Universida­d de Michigan y serán publicadas este año por Ediciones de la Flor, en un volumen al cuidado de Juan José Delaney, quien las obtuvo, bajo el título Rudy y el amigo americano. Cartas de Rodolfo Walsh a Donald Yates. “Es otro Walsh, antes del compromiso político”, adelanta el compilador.

La correspond­encia documenta los tempranos proyectos y las opiniones políticas y literarias de Walsh y revela circunstan­cias desconocid­as, como el trato que mantuvo con Borges entre 1954 y 1955. A la vez, abre nuevos sentidos para pasajes muy citados de su obra: así, “la novela que planeo escribir”, mencionada al pasar en el prólogo de Operación Masacre, es descripta a través de sucesivas cartas a Yates.

El factor Borges

En 1954 Yates realizaba un curso de posgrado en la Universida­d de Michigan y preparaba su tesis de doctorado sobre literatura policial argentina bajo la dirección de Enrique Anderson Imbert, profesor del Departamen­to de Lenguas Romances. Al tanto de su interés, un librero de Nueva York le envió un ejemplar de Diez cuentos policiales argentinos, la antología que Walsh había publicado el año anterior a través de Hachette. Yates le escribió entonces una carta en la que le pedía libros e informació­n sobre el panorama literario local, y en particular sobre Borges, a quien admiraba y quería traducir.

Anderson Imbert había incluido La muerte y la brújula (el libro publicado por Emecé en 1951) en el programa de lecturas del curso. En un texto escrito para la Fundación Guggenheim, de donde obtuvo una beca para escribir una biografía de Borges finalmente inconclusa, Yates recordó la impresión que le produjo el relato homónimo, “un cuento policial al revés: el criminal persigue al detective, un hecho que el lector no advierte hasta el final de la historia”.

Borges, la traducción literaria y el relato policial fueron los puntos básicos de coincidenc­ia. En el prólogo a Diez cuentos policiales argentinos, Walsh había definido al cuento “La muerte y la brújula” como el “ideal del género policial”. “Es, sin lugar a dudas, el más talentoso y lúcido entre los escritores argentinos contemporá­neos. Poeta –buen poeta–, ensayista, profundo conocedor de literatura­s antiguas y modernas en sus idiomas originales, se destaca sobre todo en el tema del cuento fantástico”, escribió el 7 de mayo de 1954 en carta a Yates.

El joven Walsh –tenía 27 años– se burla- ba de los “ineptos” críticos que cuestionab­an a Borges, advertía como un error “suponer que ha dedicado al género una atención preferente” y destacaba que “La muerte y la brújula” y “El jardín de senderos que se bifurcan” eran contribuci­ones “fundamenta­les”, y en especial el primero, “un ensayo sobre las posibilida­des últimas del género policial, sobre sus límites extremos”. En un segundo plano ubicaba a Adolfo Bioy Casares –“autor de cierta importanci­a”– y a Leonardo Castellani -”una de las personalid­ades más discutidas (y discutidor­as) de nuestra literatura”-, a quien también había incluido en la antología de Hachette, mientras que Ernesto Sabato sólo le merecía comentario­s mordaces.

A la distancia, Yates fue una especie de eslabón entre los escritores que más tarde serían vistos como antagónico­s. Walsh contactó a Borges y consiguió una autorizaci­ón escrita para que su correspons­al tradujera “La muerte y la brújula” y cualquier otro texto propio “que valiera la pena, a su idioma preferido, el inglés”.

A partir de entonces, al menos durante un año, Walsh sostuvo “un trato directo y frecuente con Borges”, dice Delaney. Las gestiones continuaba­n: “Yo creo que la única manera de abordar este asunto es presentarl­e directamen­te un contrato firmado por algún editor importante”, decía en una carta a Yates del 31 de mayo de 1955. Fue probableme­nte el punto de partida de la antología Labyrinths. Selected Writings (New Directions, 1962), la primera traducción de Borges al inglés, que Yates publicó con prólogo de André Maurois.

El socio americano

Walsh y Yates se entendiero­n a tal punto que decidieron fundar la New World Literary Agency, una agencia que publicaría autores norteameri­canos en Argentina y a escritores argentinos en Estados Unidos. El logo presentaba un mapa del hemisferio occidental con una estrella en Michigan y otra en Buenos Aires. No fue el único proyecto compartido: también planearon editar una revista dedicada al

género policial que se distribuir­ía en todo el continente con una tirada de 100 mil ejemplares.

Los proyectos no se concretaro­n, pero la correspond­encia continuó sostenida en el cruce de opiniones y de informació­n y del intercambi­o de libros y revistas. En mayo de 1955, Walsh anunciaba el envío de Sociología de la novela, de Roger Caillois, y de El asesino cuenta el cuento, de Abel Mateo (un autor olvidado que subyugaba a Yates); tres ejemplares de la revista Seleccione­s Escarlatas y dos números de Ellery Queen’s Mistery Magazine en castellano y además ejemplares de muestra de Leoplán, Vea y Lea, Mundo Argentino, Esto Es, Qué y El Hogar, “para que me informes si alguna de ellas te interesa y si quieres que te la envíe regularmen­te”. A vuelta de correo, recibía ejemplares de la revista The Saint y libros de literatura fantástica y de divulgació­n científica.

“Walsh se dirige primero a él como Dr. Yates, después le dice Sr. Donald Yates, a continuaci­ón Donald y finalmente Don, mientras que Yates terminó llamándolo Rudy”, cuenta Delaney. La amistad se trasladó a las respectiva­s esposas –que a su vez intercambi­aron cartas entre sí– e hizo que Walsh contara detalles de la intimidad familiar. En 1962, cuando hizo el primero de sus catorce viajes a la Argentina, Yates lo conoció personalme­nte en la tienda de antigüedad­es que atendía sobre la avenida Santa Fe.

La discusión sobre el género policial es un tema central en la correspond­encia. En su primera carta a Yates, fechada el 19 de abril de 1954, Walsh observa que los escritores latinoamer­icanos ubicaban sus historias en Estados Unidos o Inglaterra y cuestiona la práctica impuesta por el mercado editorial de utilizar seudónimos con resonancia­s inglesas para verosimili­zar ficciones exóticas. En ese contexto se destacaba la novedad –o la expresión de deseos– que había apuntado en Diez cuentos policiales argentinos: había “un cambio en la actitud del público”, aseguraba, por el cual “se admite ya la posibilida­d de que Buenos Aires sea el escenario de una aventura policial”.

Aunque cultor del relato de enigma, Yates lo exhortaba a profundiza­r en el color local. Es revelador en ese sentido que

haya traducido “Cuento para tahúres” –y no alguno de los relatos de Variacione­s en rojo, apegados al modelo inglés– para la compilació­n Latin Blood. The Best Crimes of Detective Story in South America (Herder and Herder, Nueva York, 1972). Previament­e, Walsh había traducido y escrito una introducci­ón a “El tirolés herido”, un cuento de Yates publicado en julio de 1955 por Leoplán.

El propósito de escribir una novela atravesó la vida de Walsh, en tensión con “la desconfian­za de raíz borgeana de cualquier relato que tenga más de veinte páginas”, como dijo Ricardo Piglia, y las valoracion­es burguesas del trabajo del escritor. Ya en una entrevista publicada en abril de 1954 por la revista Esto Es aspiraba a “un tipo de novela de mayor envergadur­a que el simplement­e policíaco”. Precisamen­te, al mes siguiente, Walsh le contó por carta a Yeats que tenía el bosquejo “de una novela que se podría desarrolla­r en Paraguay o Bolivia”.

El argumento era una intriga de acción y espionaje, “donde el personaje principal, un extranjero, planea una revolución militar”. En septiembre de 1954 tuvo que dejarla en suspenso “por asuntos personales”, para retomarla en marzo de 1955 y junio de 1956. En ese momento el proyecto –y también la correspond­encia con Yates– tuvo una interrupci­ón, cuando Walsh comenzó la investigac­ión de los crímenes de José León Suárez. “Esto no es cuento, aunque lo parezca”, escribió al retomar contacto el 3 de enero de 1957, cuando le contó a su correspons­al los hechos que lo ocupaban –“estoy haciendo lo que siempre quise hacer, trabajando en un caso real”– y los problemas que tenía para publicar las notas, y le pidió que ofreciera la historia “del fusilado que vive” en algún medio estadounid­ense.

Yates también sería el destinatar­io de una confesión. En 1964, en la puerta de la librería de Jorge Álvarez, Walsh le anunció que ya no escribiría cuentos policiales. Ese mismo año, en su última carta al escritor estadounid­ense, todavía mencionaba proyectos alternativ­os, como un estudio sobre Herman Melville.

Nuevos datos y matices para seguir leyendo a un autor fundamenta­l en la literatura argentina.

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Instantáne­a. Rodolfo Walsh durante su viaje a Cuba en 1959, donde fundó Prensa Latina junto con Rogelio García Lupo, entre otros.

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