Camus debe morir, de Giovanni Catelli
Un libro recién traducido al castellano explora la posibilidad de que Albert Camus haya sufrido un atentado.
Es difícil resistirse a una teoría conspirativa, más aun si involucra a los servicios secretos de la antigua Unión Soviética, tan proclives a envenenar, disparar por la espalda o incluso cometer algún autoatentado con tal de suprimir al enemigo. Imposible resistirse, además, si la víctima es el Nobel de Literatura Albert Camus, un hombre cuya capacidad para desafiar las pasiones públicas lo volvía una rara avis entre los intelectuales politizados de su tiempo. No dejarse llevar por vendavales ideológicos, sin embargo, no lo volvía menos crítico. Para él oponerse al autoritarismo de la URSS, a sus “sermones, vida gris y catecismo de la propaganda”, no era tanto ser “anticomunista” como un ser humano con alguna integridad moral. Y esa, según algunos, fue la actitud que lo llevó a la tumba.
Editorial Bärenhaus acaba de publicar en la Argentina Camus debe morir, no ficción escrita por el eslavista y poeta italiano Giovanni Catelli, que despliega una explicación alternativa al accidente automovilístico del 4 de enero de 1960 en el que murieron el autor de La Peste y, tras algunos días de internación, su amigo Michel Gallimard. El libro salió en Italia en 2013, pero la primera vez que la versión dio la vuelta al mundo fue el 1 de agosto de 2011, cuando el Corriere della Sera publicó el breve artículo “Il giallo Camus” (“El policial Camus”), donde se cuenta que Giovanni Catelli descubrió un pasaje en los diarios del poeta y traductor checo Jan Zábrana (1931–1984) que, llamativamente, no había sido traducido en las versiones reducidas al italiano y al francés. El pasaje dice: “De un hombre que sabe muchas cosas, y tiene fuentes por las cuales conocerlas, he oído una cosa muy extraña. Él afirma que el accidente vial en que en 1960 murió Camus estuvo orga- nizado por el espionaje soviético”. Con ese dato, Catelli se puso sobre los hombros la tarea de investigar más sobre la muerte de Camus y el misterioso informante de Zánabra.
No tuvo éxito. Reunido con Marie Zábranová, esposa del escritor checo, anota algunos probables sospechosos, pero dos han muerto y el otro niega saber nada al respecto. Ante el callejón sin salida, en lugar de resignarse a la falta de testimonios y de pruebas no especulativas (Olivier Todd, biógrafo de Camus, dice no haber encontrado ninguna pista en los archivos soviéticos), Catelli dedica demasiadas páginas a explicar las razones por las cuales es verosímil que la KGB hubiera querido borrar al Nobel francés del mapa. Su oposición sin concesiones a la invasión soviética de Hungría, su afilada crítica al ministro de Relaciones Exteriores Dmitri Shépilov, su apoyo al autor ruso Boris Pasternak y el historial asesino de los servicios secretos soviéticos en el exterior son algunos de los indicios que le sirven a Catelli para darle espesor a la versión de Zánabra. Hacia al final del libro sorprende con otro indicio incomprobable: el abogado francés Jacques Vergès –notable por defender al nazi Klaus Barbie y al jemer rojo Khieu Samphan, ambos acusados de crímenes contra la humanidad– habría asegurado en vida que el accidente que mató a Camus había sido provocado por una sección de la KGB, con la anuencia tácita de los servicios franceses.
La ausencia de testimonios directos es la gran debilidad de Camus debe morir; lo sitúa más cerca de la ficción histórica (la propia prosa lo acerca al género) que de un trabajo de no ficción que se toma en serio. No obstante, el perfil de Marie Zábranová y de su esposo Jan resultan inolvidables, y uno se pregunta si no habría sido más justo con la realidad dedicarles un libro a ellos y no al supuesto complot contra Camus.