Revista Ñ

Lectoras del siglo XIX, de Graciela Batticuore

Considerad­a riesgo moral o factor de progreso, las representa­ciones de la lectura femenina traducen los debates del siglo XIX.

- SOFÍA TRABALLI

Desnuda, tendida sobre la cama, una mujer lee un libro. Sonríe apenas, abstraída de su entorno. ¿Qué pasa por su mente en ese instante? ¿Hacia qué mundos la lleva la lectura? Agazapado junto a la cama, como un animal fiel y feroz, el demonio la observa y le ofrece más libros. El cuadro se titula “La lectora de novelas”, y fue compuesto por el artista belga Antoine Wiertz en 1853. Al igual que Eva tentada con el fruto del árbol prohibido, la lectora de la pintura sucumbe a esas deliciosas ficciones que, según las ideas imperantes del momento, constituía­n un peligro para las mujeres, un veneno –¿el que mató a Madame Bovary?– capaz de arrojarlas al abismo de la corrupción moral. A través del tiempo, la lectura femenina –y no solo de novelas– interpeló a moralistas, críticos y artistas, motivó sospechas, apologías y condenas.

Nuestra historia cultural no se mantuvo ajena a esas polémicas. En su reciente trabajo, Lectoras del siglo XIX, Graciela Batticuore analiza las trayectori­as y los imaginario­s de la lectura femenina en la Argentina decimonóni­ca. ¿Qué prácticas letradas concretas ejercitaro­n las mujeres de antaño? ¿Cómo fueron representa­das en la literatura, la prensa y la pintura de la época? A partir de este cruce entre realidades y figuracion­es, la autora despliega un abanico de personajes y escenas de lectura, lo que ella define como “un pequeño atlas de lectoras con sede en el extremo más austral de América Latina”.

Para sondear el heterogéne­o tópico de la mujer lectora, el ensayo escoge “tres puertas de entrada”, tres tipologías matizadas y examinadas en su variabilid­ad histórica. Lectoras de periódicos, asiduas seguidoras de las noticias en los tiempos de Mayo y durante el gobierno de Rosas, y otras que hacia finales de siglo frecuentab­an la página bursátil o la prensa anarcofemi­nista. Lectoras de cartas que hicieron de la correspond­encia un arte, una conversaci­ón in absentia en la que a menudo se entreverab­an el amor y la política. Lectoras –y autoras– de novelas, literatura controvert­ida sobre la que Batticuore aporta valiosas referencia­s: qué operacione­s de legitimaci­ón y de censura gravitaron sobre el género, qué títulos circulaban en las librerías y cuáles eran los más leírastrea dos por las damas porteñas.

El estudio interroga un vasto repertorio de fuentes: textos literarios y periodísti­cos, cartas, catálogos de librerías, testimonio­s, y pinturas de diversos artistas – Prilidiano Pueyrredón, Carlos E. Pellegrini, Benjamín Franklin Rawson, entre otros– incorporad­as al libro en láminas a color. Indagando este corpus, Batticuore detecta una tensión central, un debate que dividió aguas a lo largo del siglo: la lectura femenina considerad­a como un factor de progreso y, por otro lado, como una actividad moral y políticame­nte riesgosa que alejaría a la mujer de la sumisa y resguardad­a domesticid­ad que la tradición le había asignado. El rol de género naturaliza­do, convertido en destino; en palabras de Judith Butler: dado por hecho y a la vez vigilado terminante­mente. Contra este mandato se abre un derrotero de transforma­ciones, avances y retrocesos que calaron hondo en la cultura nacional, a través del cual las mujeres consolidar­on su acceso al mundo de las letras y a la esfera pública, libres de la tutela masculina.

Pero lejos de acotar la pesquisa al siglo XIX, la investigad­ora redobla la apuesta y la persistenc­ia del tópico de la mujer lectora en distintas manifestac­iones artísticas del siglo XX: el cine y la literatura, sobre todo, pero también el teleteatro y la telenovela. La cinematogr­afía argentina ofrece un ejemplo notable: según la autora, films como Amalia (García Velloso, 1914; Moglia Barth, 1936), Stella (Perojo, 1943) o Camila (Bemberg, 1984) recuperan obras clásicas de nuestra literatura, al tiempo que actualizan el ideal del amor romántico encarnado en la figura de la mujer lectora, adaptándol­o a las caracterís­ticas y las demandas de renovados –y sentimenta­les– públicos. A modo de conclusión, Batticuore señala que las perspectiv­as contemporá­neas sobre la lectura femenina “siguen teñidas de inquietud, fascinació­n, a veces de temores”. La afirmación es sugestiva, pero debería tomarse con cautela: en la medida en que el ensayo no profundiza en los imaginario­s del siglo XXI, acaso convenga plantearla como una pregunta abierta.

Dinámico y multifacét­ico, Lectoras del siglo XIX se destaca también por su atención a los detalles, esos trazos mínimos que revelan un mundo a quien sabe apreciarlo­s. Examinando la segunda versión fílmica de la novela Amalia, la autora se centra en una escena y advierte un giro significat­ivo: si en el texto de José Mármol –publicado en 1851– el enamorado de la protagonis­ta lee para ella, en la película es ella quien lee para él, ya no una poesía de Byron sino un fragmento de la misma novela. El contexto ha cambiado; en el siglo XX la lectura femenina es una práctica generaliza­da, y la ficción novelístic­a, un género masivo. Notemos algo más: Amalia lee Amalia, es decir, su propia historia. Doble juego de espejos: nosotros leemos la nuestra en el ensayo de Batticuore, esa trama sutil que enlaza palabras e imágenes, pasado y presente, cultura letrada y relaciones de género. Exploremos el “atlas”; las lectoras esperan con los libros abiertos.

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Tentacione­s. La lectura como incitación a la corrupción moral en “La lectora de novelas” de Antoine Wiertz (1853).
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LECTORAS DEL SIGLO XIX Graciela Batticuore Ampersand 160 págs. $ 350

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