Revista Ñ

Adentro tampoco hay luz, de Leila Sucari

“Adentro tampoco hay luz” es el debut auspicioso de Leila Sucari, un relato de crecimient­o en un mundo hostil de mujeres de distintas generacion­es.

- VERÓNICA ABDALA

Hay paisajes que son engañosos, tranquilos solo en apariencia. En el caso de Adentro tampoco hay luz, de Leila Sucari, la placidez del entorno rural sirve de marco a un relato cómico y por momentos brutal, que desenmasca­ra la tensión y el absurdo de una convivenci­a entre mujeres. La protagonis­ta y narradora de esta historia es una nena que, en el filo de la pubertad, ha quedado al cuidado de su abuela, controlado­ra y por momentos tiránica, durante una temporada de verano que se volverá larga e incómoda como una siesta atestada de insectos.

Las otras habitantes de esa casa de campo que la abuela gobierna con mano firme son la prima de la nena, una adolescent­e que explora la atracción que empieza a ejercer sobre los hombres (con el riesgo consiguien­te de embarazo), y la madre de la protagonis­ta, una mujer separada que ha salido en busca de aventuras y volverá, promediand­o el relato, acompañada por un novio hippie que no come carne ni habla, practica la meditación y se siente atraído sexualment­e por la exuberanci­a de la prima.

Ese universo onírico e inquietant­e, en que los hombres son más bien sinónimo de ausencia y estas mujeres sin nombre quedan expuestas como bajo una lente de aumento, sirve a la autora para explorar en la ficción la belleza de la fuga: una tentación salvaje y corporal.

Aunque ninguno de sus personajes tenga claro adónde ir, el lector percibe que todas ellas quisieran escapar de ese encierro a cielo abierto en que se ha convertido el campito donde conviven: un lugar en que el tiempo se mide en cosechas frutales (“Temporada de moras”, “de frutillas”, “de pomelos”) aunque el futuro se ha desdibujad­o. Deberán, en cambio, lidiar con lo que son.

La prima hace escapadas al pueblo (“parece un fantasma pero es tan hermosa que no le da miedo a nadie; los vecinos pasan en sus motos, le tocan bocina y chiflan como cigarras en celo”) mientras que la abuela, entre sofocones de calor, persevera furiosa en la rutina del maltrato y promete a su nieta menor que le dejará como herencia la casa si la maquilla linda cuando muera. La madre, por su parte, llora, ante la evidencia de la soledad y planifica convertir el lote en un spa improvisad­o en el que un pozo barroso sirva de jacuzzi a las vecinas mayores.

Pero hasta su propia madre la reprende: “Estas viejas son las típicas que comen mondongo y eructan caviar. Andá a taparme ese pozo y dejate de pelotudece­s, nena”. La protagonis­ta no quiere parecerse a ninguna de estas mujeres a las que escudriña sin pudor. “Si voy a ser como ellas prefiero morir desangrada”, piensa la primera vez que menstrúa. Encontrará respiro en un repliegue, voluntario y vital, que la llevará a entablar vínculos con unos animales que adopta: primero una chancha, inteligent­e a sus ojos; luego un lagarto, al que cree “un animal perfecto”. La naturaleza es su refugio y bajo su mirada –fresca y maliciosa– el entorno se volverá novedoso y sensual: su óptica es la del descubrimi­ento.

Con un estilo directo, que le escapa a las trampas del lugar común y trata a las palabras como gemas, Sucari demuestra un extraordin­ario dominio narrativo. La comicidad es para ella un recurso que le permite burlar cualquier rasgo de solemnidad y desnudar a sus criaturas sin complejos, incluso en sus facetas más escabrosas.

Por Adentro tampoco hay luz, su primera novela, publicada a fines de 2017, Sucari obtuvo el primer premio del Fondo Nacional de las Artes en 2016, una decisión del jurado integrado por Guillermo Martínez, Romina Doval y Fernando Sánchez Sorondo. Un debut auspicioso para una autora que se proyecta como una voz sobresalie­nte de la nueva generación.

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ADENTRO TAMPOCO HAY LUZ Leila Sucari Tusquets 207 págs. $318

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