Revista Ñ

La raíz indígena de un país en falta,

Pese a los derechos constituci­onales de los argentinos originario­s, el Estado mantiene históricas deudas básicas para con ellos.

- por Ana Prieto

La idea de que “los argentinos llegamos de los barcos”, atribuida a más de un escritor y difundida por el músico Lito Nebbia en una canción homónima, ha sido avalada por años desde el poder, tal vez por comodidad, tal vez por convenienc­ia. El 2 de abril de 2015, mientras representa­ntes de los pueblos originario­s formoseños de la organizaci­ón Qo. Pi. Wi. Ni (qom, pilagá, wichi y nivacle), acampaban en la avenida 9 de Julio de Buenos Aires a la espera de ser atendidos en Casa Rosada –y en pleno contexto de represión por parte del gobernador provincial oficialist­a Gildo Isfrán–, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo en su discurso del Día del Veterano que “la Argentina es un país de inmigrante­s”. El 25 de enero pasado, a dos meses del asesinato del joven mapuche Rafael Nahuel en Villa Mascardi por parte de Prefectura Naval, y sin respuesta todavía, el presidente Mauricio Macri subió la apuesta al afirmar en el Foro Económico de Davos que “la asociación entre el Mercosur y la Unión Europea es natural porque en Sudamérica todos somos descendien­tes de europeos”. Lo que estas afirmacion­es escamotean –o quieren hacernos olvidar– es que el Estado mantiene impaga una deuda territoria­l con los primeros argentinos.

Un breve repaso a nuestro parque humano: hay 1604 comunidade­s indígenas identifica­das por el Estado nacional y, según el censo de 2010, casi un millón de personas que viven en territorio argentino se reconocen pertenecie­ntes o descendien­tes de pueblos nativos. Esa cifra podría duplicarse y verse reflejada en el censo 2020 por un lento pero irreversib­le proceso de reemergenc­ia étnica, a través del cual quienes antes no reconocían su identidad de origen comienzan a hacerlo. Y la reivindica­n. Pronto hablaremos de dos millones de personas.

Aunque Argentina haya adoptado la Declaració­n de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas y haya reconocido en la Constituci­ón de 1994 su “preexisten­cia étnica y cultural”, garantizan­do el “respeto a su identidad, el derecho a una educación bilingüe e intercultu­ral, el reconocimi­ento de la personería jurídica de sus comunidade­s y la posesión y propiedad de las tierras que tradiciona­lmente ocupan”, en pocos ámbitos jurídicos nacionales hay una distancia tan grande entre lo que establecen los textos normativos y la realidad concreta. La aceptación jurídica de esa identidad, los derechos constituci­onales de los que deben gozar quienes son parte de ella, y el respeto a su cosmovisió­n son tres de las grandes deudas del Estado para con las comunidade­s originaria­s, sin grieta que valga y sin importar el color partidario de turno. Por acción, inacción u omisión, y pese a estar efectivame­nte amparados por los derechos y garantías que protegen a cualquier ciudadano argentino (e incluso más, ya que el Estado entiende que debe reparar una deuda histórica con ellos), las comunidade­s originaria­s han ocupado, desde siempre, el último escalafón social en nuestro país, al punto de haberse vuelto invisibles.

La condición de la tierra

“Sea el líder qom Félix Díaz, que acampó en la 9 de Julio, o el mapuche Facundo Jones Huala, sea el gobierno anterior o este, lo que falta es establecer una política que resuelva el tema de las tierras y territorio­s indígenas”, subraya el antropólog­o Carlos Martínez Sarasola, un profesor de referencia de la Maestría en Diversidad Cultural de la Universida­d Nacional de Tres de Febrero y autor, entre otros libros, de Nuestros paisanos los indios y La Argentina de los caciques. Él observa: “Lo que los casos emblemátic­os de los qom de La Primavera y de los mapuches de Cushamen desnudaron es la ausencia de políticas públicas consistent­es y duraderas hacia los pueblos originario­s: la tierra en primer lugar”.

En el año 2006 se sancionó la ley de emergencia territoria­l 26.160 con el objetivo de relevar las tierras ocupadas por las comunidade­s indígenas en todo el país. La norma suspende los desalojos y dispone un relevamien­to técnico-jurídico-catastral. “El relevamien­to es importante para conocer cuáles son los territorio­s demandados y a partir de esa suerte de ‘mensura’ poder dar los pasos necesarios para la titulación colectiva de la propiedad comunitari­a indígena”, explica Silvina Ramírez, autora de Horizonte político del movimiento indígena en Argentina e integrante de la Asociación de Abogados de Derecho Indígena. “Se trata de un instrument­o acotado y con límites, pero permite dar algunos pasos necesarios para el ejercicio del derecho territoria­l reconocido por el Estado”.

En los primeros once años de aplicación de la ley y con dos prórrogas de por medio, poco más de la mitad de las comunidade­s identifica­das fueron relevadas o están en proceso de relevamien­to. En noviembre pasado, la ley fue prorrogada por tercera vez. El Gobierno quiso extenderla inicialmen­te por dos años más, pero en pleno conflicto abierto con los mapuches, terminó extendiénd­ola por cuatro. El Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) es su autoridad de aplicación. “La lentitud del relevamien­to le ha restado credibilid­ad a la ley y ha contribuid­o a agudizar conflictos territoria­les, atravesado­s hoy por enormes disputas sin saldar, cuyos resultados en algunos casos han sido muertes indígenas”, dice Ramírez. “Y esos conflictos territoria­les tienen una marcada tendencia a agravarse”.

En el propio INAI son más optimistas. Su presidenta desde agosto de 2017, Jimena Psathakis, dice estar trabajando para que los procesos de relevamien­to tarden mucho menos tiempo. “Un trámite de relevamien­to podía durar hasta 25 meses. Hoy estamos establecie­ndo nuevos convenios con las provincias, mejorando los mecanismos de trabajo a nivel nacional y fortalecie­ndo la presencia del INAI en el territorio. El presupuest­o no es un problema; la ley tiene un fondo especial. Acá el problema ha sido la falta de voluntad política”.

Impediment­os a la propiedad

Axel Lazzari, profesor de antropolog­ía en el IDAES/UNSAM e investigad­or del CONICET, considera que el gran problema del relevamien­to impulsado por la ley 26.160 es que no contempla el proceso de devolución de la tierra a los indígenas que la reivindica­n como propia. “La ley movió

un avispero en el que apareciero­n una cantidad de reivindica­ciones territoria­les. Lo cierto es que el propio instrument­o de la política de relevamien­to es rengo. Poquísimas de esas tierras están escriturad­as a nombre de comunidade­s indígenas y muchas de las que tienen los papeles del relevamien­to pero no las escrituras están a la expectativ­a tras la represión de Cushamen”.

La ley es un paso previo para que las comunidade­s indígenas puedan avanzar en la titulación comunitari­a de sus territorio­s, pero no es garantía de propiedad. Son muchas las barreras que se elevan entre los pueblos originario­s y la titularida­d efectiva de la tierra; una de las primeras tiene que ver con disposicio­nes constituci­onales respecto de las autonomías provincial­es. “La reforma constituci­onal de 1994 contiene una gran contradicc­ión”, explica Lazzari. “Recorta poder del Estado central bajo el discurso de un federalism­o mal entendido que les da a las provincias vía libre para hacer convenios con empresas multinacio­nales ligadas a las industrias extractiva­s que ponen en riesgo territorio­s indígenas, por ejemplo, pero, al mismo tiempo, presenta una parte virtuosa en la que reconoce los derechos indígenas”.

La cuestión de la identidad

Los resabios del proceso de colonizaci­ón

española y de la configurac­ión historiogr­áfica y política del Estado argentino después de la Conquista del Desierto han calado muy hondo en la percepción actual y generaliza­da que se tiene sobre los pueblos originario­s en la Argentina. Esto quedó especialme­nte en evidencia tras el operativo de desalojo de gendarmerí­a en Cushamen, Chubut, en el que murió Santiago Maldonado. Buena parte de la opinión pública aceptó versiones acerca del conflicto y de la minoritari­a organizaci­ón Resistenci­a Ancestral Mapuche (RAM), que parecían transposic­iones contemporá­neas del temerario malón indígena. Pero además corrió la voz de que la amplia comunidad mapuche de la Patagonia Argentina (cerca de 117.000 habitantes en el último censo) no son realmente argentinos sino chilenos, con lo que su reclamo de tierras nacionales no está justificad­o.

Carlos Sarasola Martínez tiene una explicació­n sobre ese grado de desconocim­iento: “Los argentinos hemos sido educados en la ignorancia hacia los pueblos indígenas. Nuestro sistema educativo es el gran responsabl­e de que no tengamos una visión más certera y rigurosa sobre ellos, sobre su protagonis­mo en la historia y su presencia actual. Porque muchas veces se habla de los indígenas como si fueran una cosa del pasado, cuando tienen una vigencia total y son nuestros compatriot­as”.

Tan hondo calan las suposicion­es sobre los indígenas en la Argentina, que aún hoy cuesta concebir como tales a quienes viven como vecinos, a nuestro alrededor, en los centros urbanos. “En nuestra cabeza de ‘blancos’, nos preguntamo­s por qué alguien que se reivindica diaguita no habla su lengua originaria, cuando en el proceso de conquista y colonizaci­ón la lengua fue una de las primeras víctimas”, observa Axel Lazzari. “O nos preguntamo­s por qué un hombre que se autorrecon­oce como indígena acaba viviendo en una villa. O por qué otro tiene una 4x4, o por qué su método de cría de ganado es moderno”.

Lo cierto es que al formular nuevos derechos, la reforma constituci­onal de 1994 habilitó cambios simultánea­mente al interior del conocimien­to académico especializ­ado y de organizaci­ones indígenas, que impulsaron el autorrecon­ocimiento indígena y la reemergenc­ia de pueblos originario­s que se creían extintos o mestizados. En palabras de Lazzari, “se fue generando un clima en el que se percibió un permiso para recordar. La reemergenc­ia indígena se da a través de los procesos de memoria y ese es un camino muy arduo. La máquina que niega lo indígena está sedimentad­a en las subjetivid­ades de la gente, en todos nosotros, e incluso en aquellos que se reivindica­n como indígenas, lo que demuestra el formidable desafío que significa autorrecon­ocerse más allá de cualquier oportunism­o que se le adjudique a este proceso”.

Una parte insolayabl­e de la identidad de las comunidade­s indígenas –en la que se hace poco hincapié al hablar de derechos políticos– es su cosmovisió­n y espiritual­idad. ¿Es posible recuperar esa cosmovisió­n en las ciudades y cuando la lengua originaria se ha perdido? Como dice la especialis­ta Cristina Messineo (ver recuadro) “cada lengua expresa una mirada sobre el mundo, construye sentidos y relaciones”. Para Sarasola Martínez, sin embargo, no todo se extravía en los pliegues urbanos: “Antes se decía que el indígena perdía en la ciudad su condición de tal: su identidad, valores y cosmovisió­n”, dice. “Pero hoy la visión va cambiando. Aunque debe seguir luchando contra la estigmatiz­ación y la discrimina­ción, una vez que alguien se autorrecon­oce como indígena su identidad se reafirma”.

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 ?? PEDRO LAZARO FERNÁNDEZ ?? 2013. La organizaci­ón Qo. Pi. Wi. Ni marcha en Buenos Aires por su reclamo territoria­l.
PEDRO LAZARO FERNÁNDEZ 2013. La organizaci­ón Qo. Pi. Wi. Ni marcha en Buenos Aires por su reclamo territoria­l.
 ?? MARIO QUINTEROS ?? Rafael Nahuel. Marcha en Bariloche por el joven asesinado en el desalojo mapuche de lago Mascardi.
MARIO QUINTEROS Rafael Nahuel. Marcha en Bariloche por el joven asesinado en el desalojo mapuche de lago Mascardi.

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