Sobrevida de las lenguas.
Entrevista con la lingüista Cristina Messineo
Desde los inicios de su carrera, en la primavera democrática, cuando la especialidad era casi una rareza, la lingüista Cristina Messineo estudia las lenguas indígenas. Testigo de los cambios en el reconocimiento de la diversidad cultural en el país, es una de las voces autorizadas en el tema. –¿Cuántas lenguas se hablaban en el territorio argentino previo a la conquista y cuántas sobreviven? –Antes de la llegada de los españoles existían unas 35 lenguas indígenas; en la actualidad solo se hablan entre 14 y 16 (ver mapa). Los pueblos y las lenguas son preexistentes a la conformación de los estados, por eso algunas trascienden las fronteras (mapudungun, toba/qom, guaraní). Gracias a investigaciones recientes, se pueden agregar las lenguas vilela, considerada extinta desde 1960, y chaná, oculta durante 200 años. También hay que incluir las lenguas habladas por la población indígena proveniente de países limítrofes, como el quechua cuzqueño boliviano, y las habladas por la población criolla, como el guaraní de Corrientes o el quichua en Santiago del Estero (variación del quechua). Aunque la lengua oficial es el español, hay dos provincias que reconocen la cooficialidad de lenguas indígenas: Corrientes, el guaraní, y Chaco , el qom, mocoví y wichí.
–¿Es posible saber cuántos hablantes de lenguas indígenas hay?
—Es difícil. Podemos saber cuántas personas se reconocen como indígenas. Pero, en relación con la lengua, está el competente total que la usa todo el tiempo, y también una gran franja de bilingües pasivos o inactivos, que pueden entender pero no producir. Y se dan casos de lenguas que se consideraban desaparecidas, como el huarpe o el ona, que están siendo recuperadas por los más jóvenes. Ellos buscan documentos antiguos, intentan transcribirla y hablarla. Es difícil entonces cuantificar el número de hablantes. -¿Cuántas lenguas se encuentran en riesgo cierto de extinción? —Vilela, ona, chaná son casos extremos, con uno o dos hablantes o “recordantes”. Pero una lengua no solo se pierde porque mueren sus hablantes. También los padres dejan de transmitirla a sus hijos. El mapudungun (mapuche) o el toba/qom sufrieron un fuerte desplazamiento a causa del español.
–¿Qué se pierde al morir una lengua? –Las lenguas aportan al conocimiento humano porque el lenguaje es una facultad cognoscitiva. Si se pierde una lengua se pierde la expresión de esa facultad cognoscitiva. Cada lengua expresa una mirada sobre el mundo y contribuye a la diversidad cultural. –¿Los censos realmente reflejan la realidad de la población indígena? –Según el último Censo Nacional de 2010, el 2,4 % de la población es indígena en el país. El primer Censo General se realizó en 1869, cuando los jefes del Ejército de frontera censaban a los indígenas con criterio militar, contándolos como enemigos. Otros censos tuvieron el mismo criterio de omisión y ocultamiento. Recién en 1966 se proyectó el Primer censo indígena nacional, que quedó trunco con el derrocamiento del presidente Arturo Illia, la estadística parcial dio un total de 165.000 indígenas. En la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas, de 2004 y 2005, más de 600.000 personas reconocen públicamente su identidad. Porque entre 1966 y 2004, hubo un proceso de visibilización en el que tuvo que ver la vuelta de la democracia, leyes provinciales, la ley nacional 23.302, de 1985. La reforma constitucional de 1994 reconoce la preexistencia étnica y cultural de estos pueblos e impulsa un cambio en las políticas. El gobierno de Kirchner, con la Ley de Educación 26.206/06, incluye la Educación Intercultural Bilingüe (EIB) en el sistema educativo.
—Sin embargo la educación intercultural bilingüe ya estaba vigente cuando asumió Néstor Kirchner. —Sí, yo trabajé junto con otros lingüistas en la elaboración del Documento fuente de lenguas indígenas en 1998, solicitado por el Ministerio de Educación de la Nación, para orientar a los docentes en contextos de diversidad lingüística. En los 90, había una gran presión de la OIT para que los países reconocieran a estos pueblos. –¿Cómo empezó la EIB?
–Entre 1986 y 1989 se crea el Centro de investigación y Formación para la modalidad aborigen en Chaco (CIFMA), en cuya creación participé. Estaba dedicado a la investigación en lenguas y a la formación de maestros indígenas. A partir de 2004 estos programas tuvieron impulso a nivel nacional. Pero en 2017 se desmanteló esta área.
—¿Con qué razones?
—No lo sé, para mí es incomprensible ya que representa décadas de retroceso, años de esfuerzo, de capacitación y producción de material bilingüe. —¿Qué características tiene este tipo de educación?
–En general, es un maestro indígena que trabaja a la par del maestro común enseñando la lengua y la cultura indígenas. Hubo que hacer un trabajo profundo de formación de docentes indígenas y no indígenas, para que entendieran que el bilingüismo no es nocivo y que, por el contrario, permite que los niños estén más motivados. Una de las razones por las cuales una lengua se deja de hablar es porque se la desvaloriza. Había niños indígenas a los que les hacían lavar la boca con jabón cuando usaban su idioma en la escuela. Luego se comprendió la riqueza de enseñar otra lengua en el aula.