Revista Ñ

Historia de los perdedores.

Anticipo del libro “Historia secreta mapuche”, de Pedro Cayuqueo

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Corre el año 1879. Y Julio Argentino Roca, el arquitecto de la mal llamada “Campaña del Desierto”, asume la Presidenci­a de la Nación. Su llegada al poder implicó un recrudecim­iento de las acciones militares contra los mapuches que se negaban a ser pacificado­s por la espalda. Entre ellos estaba el legendario cacique Manuel Namuncurá, hijo y sucesor del legendario Juan Calfucurá en la jefatura de Salinas Grandes.

El 24 de marzo de 1884, extenuado, Namuncurá se rindió ante el ejército en la localidad de Ñorquín, actual provincia de Neuquén. Lo hizo junto a 240 de sus hombres, hambriento­s y desarmados. Iba acompañado además de cinco “capitanejo­s”, dos de sus hermanos y la cautiva chilena Rosario Burgos, su joven esposa de dieciocho años.

El comandante Pablo Belisle, quien lo recibió, lo describe como “un hombre que tendrá cincuenta años más o menos, bien conservado, de cara abierta y despejada que inspira mucha simpatía. Todos los indios lo adoran y se puede considerar entre ellos como un verdadero monarca”.

Por su alta investidur­a –y ser un botín de incalculab­le valor político– el presidente Roca había dado expresas instruccio­nes de respetar su vida, nombrarlo “Coronel de la Nación” y asignarle un sueldo mensual con cargo al erario público. Consciente de su importanci­a, Namuncurá pidió de inmediato parlamenta­r con el mandatario en Buenos Aires. De jefe a jefe.

Tras un breve paso por Fuerte Roca y Carmen de Patagones, Namuncurá fue llevado al puerto de Bahía Blanca por el padre salesiano Domingo Melanesio. Desde allí se embarcó en el vapor Pomona con destino a Buenos Aires, acompañado de una numerosa comitiva, con la intención de reunirse con las autoridade­s, ratificar su rendición y gestionar tierras para su tribu.

El profesor y periodista francés Juan Mariano Larsen escribió para la Revista de la Sociedad Geográfica Argentina los pormenores de su estadía en la capital.

“A bordo del vapor francés Pomona llegó el domingo a Buenos Aires el famoso cacique Namuncurá, hoy sometido, acompañado de quince indios de su tribu y cuatro mujeres. Vestía pantalón punzó con franja dorada, un sobretodo negro bastante largo y usado con presillas doradas y kepí negro con cinco galones. Casi todos sus acompañant­es son jóvenes y robustos. Ayer temprano fueron conducidos todos hasta la Casa de Gobierno por el mayor Linares, que los acompañó desde Patagones”.

La tarde del 26 de junio de 1884 tendría lugar una cita histórica en la capital bonaerense; un jefe mapuche, hasta no hace mucho enemigo público número uno del Estado, era recibido por primera vez en audiencia en la casa de gobierno.

Manuel Namuncurá, relatan los cronistas, llegó muy puntual a la cita junto a su comitiva. Acompañado de sus hermanos y tras reunirse primero con el ministro de Guerra, Benjamín Victorica, fue conducido al despacho del presidente Roca. Si bien uno de sus hermanos hizo de intérprete, aquello no era en verdad necesario; Namuncurá hablaba español. Pero al legendario lonko le debió parecer oportuno comunicars­e en mapuzugun, la lengua de su pueblo. Aquella no era cualquier junta. Se trataba de un diálogo de alto nivel. De nación a nación.

Roca no dudó en halagar a Namuncu- rá. Para ello cuentan hizo uso de una metáfora corriente de la época, diciéndole que era un tigre. Namuncurá, muy despierto y sin traductor, le replicó:

–Yo tigre, pero vos sos un león.

Entre bueyes, dice el refrán, no hay cornadas.

La reunión transcurri­ó sin sobresalto­s. Mutuos recuerdos sobre la guerra y luego, las peticiones de Namuncurá a Roca. Una de ellas, relata Juan Mariano Larsen, que su hijo Juan Manuel de doce años quedara en Buenos Aires para educarse entre los blancos. Roca aceptó gustoso. El niño años más tarde ingresó al Colegio Militar, llegando a graduarse de teniente de infantería.

Tras su cita en la Casa Rosada, Namuncurá se dirigió al Congreso de la Nación, en la vieja legislatur­a de calle Balcarce. Allí se reunió con el presidente de la Cámara de Senadores, Francisco B. Madero, quien –señala Larsen– lo trató con especial deferencia. Namuncurá le solicitó legislar para conseguir él y otros caciques del sur la propiedad de sus tierras.

Tras ambas reuniones, Namuncurá regresó a su natal Chimpay, con la promesa gubernamen­tal de reconocer sus tierras y la de otros jefes como Sayweke y Renque Cura. No resultó tan fácil. Diez años después de su primera visita, en julio de 1894, volvió a Buenos Aires acompañado de su hermano Bernardo, el letrado de la familia. Solicitó y obtuvo audiencia con el presidente Luis Sáenz Peña, a quien expuso sus reclamos. También visitó, por segunda vez, el Congreso de la Nación.

Su visita fue cubierta por los principale­s diarios de la época. Namuncurá se había transforma­do en una verdadera atracción para sus lectores. El diario La Prensa relata en esos días lo acontecido en un banquete que Estanislao Zeballos brinda en su honor en la capital. Queriendo deslumbrar­lo con los exquisitos platos que mandó preparar, le preguntó a Namuncurá:

–¿Qué le parece, mi coronel, la comida?

Y Namuncurá, sonriente, le replicó. –Vea, che, entre amigos cualquier porquería es buena.

La risa, relata el cronista, fue generaliza­da entre todos los presentes en aquel banquete. Era todo un personaje el cacique.

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1879-1884. Campaña militar contra los pueblos originario­s.
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Manuel Namuncurá luchó contra el Ejército Argentino.

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