Revista Ñ

El libro como semilla de superviven­cia,

Decenas de ejemplares enterrados por militantes en los 70 y recuperado­s por un hijo 30 años después son el centro de la fascinante investigac­ión de “La biblioteca roja”.

- por Leonardo Sabbatella

La tierra tiene la capacidad de destruir todo lo que se guarda bajo su superficie. Ya sea por efecto de las propiedade­s del suelo, las acciones de los insectos o las lluvias que se filtran, casi nada de lo que es enterrado puede recuperars­e en sus condicione­s iniciales. Las biblioteca­s enterradas nunca vuelven a ser las mismas. No solo por la transforma­ción material de los libros sino porque, desde su vida subterráne­a, cuentan las relaciones entre política y lectura que las llevó a ser escondidas. Durante los años 70 las biblioteca­s se enterraban para reducir el peligro que significab­a tener ciertos libros y, al mismo tiempo, se convertían en fósiles de una época y una forma de vida. Una vez desenterra­dos, adquiriero­n un valor extra: ahora eran evidencias retrospect­ivas (y críticas) del Terrorismo de Estado.

Habría que hacer una arqueologí­a política de las biblioteca­s enterradas para reconstrui­r los efectos de la persecució­n ideológica pero también una historia de la lectura como forma de insurrecci­ón.

La biblioteca roja

Si una biblioteca articula una identidad tan privada como social, la dictadura militar encontró ahí un indicio para detectar a quienes torturaba y desaparecí­a. Los libros se habían convertido en una bomba de tiempo, en delatores de una vida política. Algunos optaron por deshacerse de los ejemplares de un modo que dejara la menor cantidad de rastros posibles, como la quema de los libros (acto de autoprotec­ción que se anticipaba a la práctica incendiari­a de la dictadura). Otros eligieron enterrar sus biblioteca­s de forma secreta para ocultar los libros sin perderlos del todo, o al menos con la expectativ­a de recuperarl­os en otro lugar del tiempo.

En marzo de 1976 Liliana Vanella y Dardo Alzogaray, jóvenes estudiante­s con activa participac­ión política, terminan de enterrar parte de su biblioteca en el jardín de la casa que estaban construyen­do en Villa Belgrano, Córdoba. No fue simplement­e meter los libros bajo tierra sino que hicieron un pozo de cal y ladrillos (con el objetivo de filtrar el agua) y los envolviero­n en bolsas plásticas para hacerlos impermeabl­es. Entre otros, ocultaron El hombre nuevo de Che Guevara, ¿Qué hacer? de Lenin, El hombre y el arma de Vó Nguyen Giáp, libros de Nicolás Guillén, Mao, Karl Marx, León Trotsky y Antonio Gramsci. Cuando regresaron al país, ocho años después del exilio, intentaron desenterra­r la biblioteca pero lo primero que encontraro­n fue una bolsa con un libro deshecho por la humedad y renunciaro­n a recuperar la biblioteca. Treinta años después del intento fallido, Tomás Alzogaray Vanella (hijo de Liliana y Dardo), Gabriela Halac y Agustín Berti realizan una investigac­ión sobre el destino de la biblioteca perdida y, poco después, en enero de 2017, se inicia la excavación con ayuda del Equipo Argentino de Antropolog­ía Forense.

La historia del enterramie­nto y el proceso de recuperaci­ón fueron registrado­s en La biblioteca roja, un libro atípico que reúne textos breves de distinto tenor (entre los que se destaca el diario de la excavación), fotografía­s documental­es y citas a expertos en la materia sobre la destrucció­n de los libros. Los testimonio­s en primera persona de Vanella y Alzogaray son el momento más desconcert­ante y conmovedor del libro. Un relato que se desdobla en el tiempo y que pareciera que no se puede contar sino de forma superpuest­a, paralela, que pone en crisis la linealidad de la experienci­a.

Para el antropólog­o y especialis­ta en políticas de la memoria, Juan Besse, “la historia de La biblioteca roja es una lección acerca de cómo no es tan sencillo romper lo que conecta una generación con otra, algo conmovedor, la evidencia de que el trabajo inconcluso de una generación se transmite como promesa a la que sigue y hasta puede realizarse”.

La excavación dio como resultado 16 paquetes de libros meteorizad­os por efecto del agua, el ácido, el humus y el suelo, según describe el paleontólo­go Santiago Druetta. Una de las preguntas centrales que plantea La biblioteca roja es sobre el estatuto de esos restos encontrado­s. ¿Siguen siendo libros? ¿O son algo distinto, reclaman ser llamados de otra forma? ¿Acaso son algo más que libros destruidos por el tiempo? Quizás lo más radical sea mantenerlo­s en las condicione­s que fueron encontrado­s, con las marcas de la historia y la violencia que los habitan. Los libros no están en condicione­s de ser leídos pero esto no significa que sean ilegibles; son la materializ­ación de una experienci­a de vida. Hoy los libros de La biblioteca roja se han transforma­do en piezas múltiples: pruebas que documentan un

testimonio, elementos de un patrimonio cultural, social y científico de la historia argentina y, además, no dejan de ser el tesoro bibliográf­ico de una familia.

Estantes sublevados

La biblioteca roja no es un caso aislado sino que es parte de una serie de prácticas que sucedieron durante los años 70 para enterrar y ocultar libros. Una serie de biblioteca­s sublevadas que no se dejaron caer en el olvido ni la censura y que fueron escondidas como un gesto silencioso de resistenci­a.

Oscar Elissambur­u y Nélida Valdez, profesores universita­rios de Mar del Plata, enterraron sus libros bajo el tercer álamo después de la tranquera de su casa. A 18 años del entierro, sus hijos se enteran de la historia y quieren recuperar los libros. Casi como un juego de niños excavaban todos los días al volver de la escuela hasta que dieron con la pequeña biblioteca de los padres. La arqueóloga Laura Duguine sostiene que “la diferencia que existe en esta recuperaci­ón es que no fue hecha por profesiona­les y por ende no fue tenida en cuenta la documentac­ión y el registro del contexto del hallazgo”. Se trató de una recuperaci­ón tan personal como había sido su enterramie­nto.

Un caso invertido: el 12 de agosto de 1976 detienen y desaparece­n a Luis García. La noche posterior el padre y su hermano Alberto vacían la biblioteca y la entierran enfrente de la casa, atrás de una cancha de fútbol entre unos árboles en San Antonio de Padua. Alberto calcula que enterraron alrededor de 150 libros y revistas. Cuenta que entre los libros enterrados estaban las obras completas de Lenin, El capital de Karl Marx, ejemplares del diario La Opinión, la revista Humor y la revista Descamisad­os, entre otros muchos papeles. Cuando termina la dictadura los esfuerzos de la familia se concentran en encontrar al hermano que hasta el día de hoy sigue desapareci­do. Tras una serie de mudanzas, se enteran de que en ese baldío donde enterraron los libros se construyó una casa. Hoy la biblioteca es imposible de recuperar.

Carolina Ávila vivió en la casa de su abuela y con sus padres hasta los dos años. Después, por seguridad, viajó a Córdoba con la madre. Antes de reunirse con ellas, el padre entierra en el jardín de la casa una vieja lata de galletitas, esas latas cúbicas y de metal con un vidrio redondo en el frente para ver su contenido, repleta de libros y revistas. En agosto del 76 matan al padre de Carolina y esa misma noche detienen y desaparece­n a su madre. Durante treinta años la abuela, que era la

única que conocía la historia de la lata de galletitas, no se animó a hablar hasta que murió su marido. Entonces confesó la historia. Carolina excavó al lado de unas hortensias, donde señaló la abuela, y encontró la lata con los libros.

En el invierno del 76 la familia Gerchunoff aprovechó una reforma en la casa para esconder la biblioteca en una baulera a la que le construyen una pared adelante para ocultarla. Los hijos, que apenas entraban en la baulera, fueron apilando los libros que los padres les alcanzaban. Tiempo después se ven obligados a vender la casa y a abandonar los libros. Cuando es liberado por la dictadura, Salomón Gerchunoff (padre de la familia y abogado laboralist­a) va a la casa y le pide al nuevo dueño acceder a la biblioteca pero no lo dejan. Gerchunoff cuenta la historia al dueño pero toma el reparo de no decir dónde estaban escondidos. Sin que los Gerchunoff supieran, la historia se transformó en una especie de mito urbano por el que se la conocía como “la casa de los libros perdidos”. En 2008 pudieron acceder a la casa y recuperar la biblioteca.

La memoria (y quizás una forma de historia) se encuentra en cómo el presente lee el pasado. Y esos libros recuperado­s pueden ser leídos como una de las formas que adoptó la sociedad de los años 70. Un objeto en el que se puede leer una época.

En La biblioteca roja, Agustín Berti escribe que “la historia de las cosas es también una historia de violencias” y eso puede verse en los libros desenterra­dos. Pueden leerse ahí las marcas directas e indirectas que la violencia estatal ha producido sobre esos objetos. Y en los cuerpos detrás de los objetos. Las excavacion­es y el trabajo para reponer su contexto convirtier­on esos restos de libros en deshechos significan­tes que restauran las vidas sedimentad­as.

Juan Besse explica que a los libros recuperado­s por el trabajo arqueológi­co “se los puede pensar como ruinas, fragmentos de monumentos lingüístic­os que forman parte del archivo de una época, del modo en que hombres y mujeres quisieron y pudieron entender el mundo en el que vivían”. Y agrega que “la ruina es un objeto empírico pero a la vez es un objeto que hace hablar. No hay ruina sin glosa o sin comentario”.

Toda biblioteca, no importa su escala, tiene la capacidad de crear el lugar donde se encuentra, de generar una atmósfera propia. Cada libro tiene un pasado, una trayectori­a, un itinerario de lecturas, que genera una especie de ecosistema de lectura. Las biblioteca­s ocultadas crean dos lugares a la vez, el lugar de donde vienen pero también el espacio donde se escondiero­n. Cada libro tiene ahora una doble vida. En las biblioteca­s recuperada­s puede reconocers­e una cualidad que han adquirido por su condición subreptici­a, la capacidad de proyectar otra biblioteca, la de los libros que aún quedan por encontrar, pero también la de los libros que cuenten la pesadilla de la historia.

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FOTOS: RODRIGO FIERRO Rescate. La excavación y exhumación de libros fue realizada por voluntario­s del Equipo Argentino de Antropolog­ía Forense.
 ??  ?? Atados. Cada grupo de ejemplares estaba envuelto en bolsas de plástico.
Atados. Cada grupo de ejemplares estaba envuelto en bolsas de plástico.
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Demarcació­n. Sitio en el jardín donde se escondiero­n los ejemplares.
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LA BIBLIOTECA ROJA Agustín Berti, Gabriela Halac y Tomás Alzogaray Vanella Ediciones Documenta 142 págs.

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