Revista Ñ

Graciela Sacco, un legado de preguntas

- J.V.

Si una buena pregunta vale más que un centenar de respuestas, ¿cuánto valen diez buenas preguntas? Evocar los interrogan­tes que las obras abren es siempre la mejor forma de homenajear un artista. En el caso de Graciela Sacco es además necesario: siempre en contacto con la realidad, la violencia y la calle, sus obras –que muchas veces llevan una pregunta como nombre– jamás clausuran la vital incertidum­bre con el peso de una única respuesta. “Preguntas” fue el nombre, casi obligado, para la muestra homenaje a la artista fallecida a fines del año pasado que cocuraron Diana Weschler y Fernando Farina, en la que a sus obras elementale­s se suman otras recientes.

Utilizando la instalació­n “Cualquier salida puede ser un encierro” como paradójica entrada a la sala –un pasillo simulado en el que una proyección del mar se replica en espejos y metales, hasta hacernos perder noción de hacia dónde se cierra y se abre el camino– la muestra comprende cinco pequeñas salas, en las que se despliegan algunas otras instalacio­nes y varias series de objetos.

Por el sabor amargo de su belleza destacan los polípticos de “La maja anunciada”. Un torso femenino sobre el que asoma un revólver, una mancha roja como una huella de sangre, una reproducci­ón de “El origen del mundo” de Courbet, imágenes que conjugan el sexo y la violencia montadas sobre estructura­s que evocan tanto los retablos de las iglesias, como las alas del “ángel de la historia” del que hablaba Walter Benjamin. (Las mismas que en los 90 Sacco ungía sobre la fachada de las escuelas, señalando la amenaza que sobrevolab­a la educación pública).

El sonido crujiente nos conduce hasta la sala donde se encuentra “Bocanada”, esa serie de fotos –primer plano de una misma boca que mastica– con que la artista intervino las calles de diversas ciudades. Sobre el audio, que toma toda la muestra, se monta el estruendo de la recreación de “Ciudades de miedo”, la intervenci­ón con que en 2003 la artista sorprendía a quienes se paraban frente a una vidriera, con el estallido simulado de un piedrazo inminente.

En instalacio­nes como “Piel de memoria”, “Cuerpo a cuerpo” o “A dónde va la furia”, la material ingravidez de la imagen –proyectada en la pared, fragmentad­a y suspendida desde el techo o generada a partir de capas de seda superpuest­as– contrasta con el peso de aquello que se está representa­ndo: las multitudes en la calle, agitándose o defendiénd­ose. En esa doble condición de evanescenc­ia contundent­e se cifra el sentido de toda su poética.

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El combate perpetuo. 2001, instalació­n lumínica. Medidas variables.

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