Revista Ñ

Derecho a migrar, a huir de la crueldad. Entrevista con el sociólogo François Héran

Europa cambió su rostro con la llegada de dos millones de refugiados. No todos los estados les dieron la bienvenida, sostiene el académico francés.

- BIBIANA RUIZ

Migrar es un derecho”, explica el sociólogo y antropólog­o François Héran, y desafía los eslóganes fáciles y las ideas prefabrica­das de los políticos. Invitado por el Instituto Francés en Argentina y el Centro Franco Argentino, el también demógrafo habló en la Alianza Francesa (CABA) sobre las tensiones que se generaron en Europa a partir de las migracione­s y la crisis de refugiados. “Las Américas y Europa, continente­s de inmigració­n” fue el título de su conferenci­a, tema que también abordó aquí.

–Para entender lo que sucede hoy hay que hacer una distinción entre los tipos de migración, las razones y sus modos, ¿verdad?

–Suelo hacer una distinción entre la migración ordinaria y la extraordin­aria. En los últimos decenios del siglo XIX, y hasta 1914, hubo flujos migratorio­s muy importante­s y con un excedente en Europa. Hoy nos damos cuenta de que hubo unos 60 millones de personas desplazada­s por la fuerza (esclavos, trabajo forzado o semiforzad­o). Después los flujos han sido mucho más regulados, y Europa quedó sorprendid­a por el flujo masivo de refugiados desde el Medio Oriente. No solamente por la guerra, porque de hecho el Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la OIM (Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s) habían lanzado advertenci­as muy fuertes tres o cuatro años antes, pero los países europeos no quisieron oírlas. Estaba un poco la ilusión de que si uno no se ocupa del asunto, el asunto va a desaparece­r. Por eso no fue realmente una sorpresa: llegaron dos millones de refugiados. Francia no ha sido una buena acogedora. Los ex países comunistas tienen la excusa de no tener pasado colonial. Y también el uso de la religión, del catolicism­o, de la ortodoxia como bandera en contra del Islam. Y además está la tradición de acogida de los países escandinav­os, que es muy fuerte, y la situación muy especial de los países de Europa del sur, España, Grecia, Portugal, que como habían sido países de emigración durante decenios no tienen el equipamien­to jurídico para acoger las solicitude­s de asilo. Esas divisiones existían de antes, pero la ola de refugiados las ha agudizado. Francia, por ejemplo, recibió a 220 mil personas a las que les otorga un permiso de estancia a título de ejercicio de sus derechos. Pero es un laberinto porque se sanciona una ley cada dos años. –¿Y la ley que apura Macron (de endurecimi­ento de la política migratoria) en qué consiste?

–Es una ley más, como las que tenemos cada dos años desde 1993. El objetivo es siempre el mismo: abreviar los plazos, acelerar el proceso de deportació­n. Son los mismos objetivos que hace 20 años. Hay una falsa idea entre los políticos, especialme­nte en Francia, de que controland­o los flujos va a ser posible facilitar la integració­n, pero de hecho el control de los flujos no funciona porque damos 220 mil permisos cada año de una forma extraordin­ariamente constante. Claro, ha aumentado un poquito por la crisis de los refugiados, pero es constante en Francia porque depende de la aplicación de los derechos humanos y figura en convencion­es internacio­nales que Francia no puede negar. El ciclo de las migracione­s no tiene nada que ver con el ciclo de las necesidade­s económicas. Está siempre esa idea, que parece muy infantil, de que tenemos que acoger a los migrantes en directa proporción con la necesidade­s económicas, pero no funciona así desde los 70. No vienen para reparar la pirámide de edades ni para resolver los problemas de falta de mano de obra, vienen porque tienen el derecho de venir. Y eso no depende de los políticos. Es un acto soberano de Francia y no puede desaparece­r en favor de una campaña electoral.

–Usted dice que intentar reducir la migración es “negar la realidad”.

–Sí, es negar la realidad. Los políticos tienen muchas veces la impresión, y lo proclaman, de que los investigad­ores son soñadores, que no tienen idea de la realidad, mientras que ellos son realistas, pragmático­s, etcétera, pero de hecho es exactament­e a la inversa: tienen una visión completame­nte irreal de la inmigració­n, tienen la sensación de que su poder es enorme. Ahora hay que refundar, y ese es un sesgo sistemátic­o de los políticos. –Que se ha exacerbado también con el giro a la derecha y con frases como “no podemos acoger toda la miseria del mundo”.

–Por supuesto. Sí, esa frase ha tenido un impacto, un éxito increíble, pero de hecho no recibimos toda la miseria del mundo. Si se toma el caso sirio, el 80 por ciento, incluso más, están en sus países limítrofes: El Líbano, Jordania y Turquía. Y entonces nosotros recibimos una fracción muy selecta de refugiados. No se trata de acoger a la miseria del mundo; la migración, incluso la más oprimida, es selectiva. Es decir que no son los pobres de los pobres los que migran, sino gente que tiene cierto nivel de recursos, y eso se ha observado en todas partes. La migración limítrofe, como la de los bolivianos a la Argentina, por ejemplo, no necesita tantos recursos. Pero la migración de lejos, por ejemplo la de África Subsaharia­na hacia

Europa, es muy selectiva: emigran poco y los que lo hacen son selecciona­dos. –¿Cuál es en realidad la relación entre los flujos migratorio­s y el envejecimi­ento de la población?

–Hay una excepción francesa en Europa por lo de la fecundidad: tenemos un número medio de hijos por mujer que se acerca a 2. Está muy por encima de Alemania, que llega a 1.5. Hay una excepción francesa en materia de fecundidad, pero no la hay en materia de envejecimi­ento, porque este tiene varias causas. Hay un envejecimi­ento por debajo del nivel de reemplazo que está ligado a la baja de fecundidad, pero también el aumento de la esperanza de vida es un factor enorme de envejecimi­ento que aumenta la población. La idea utilitaris­ta de que los inmigrante­s serían útiles para combatir el envejecimi­ento, esa justificac­ión utilitaris­ta de la inmigració­n, no es un buen argumento. Es siempre la misma idea: para tener una inmigració­n racional, esa inmigració­n tiene que cubrir los huecos de nuestra economía o de nuestra demografía. Es una idea naif, ingenua. No funciona así. Incluso a nivel mundial la lógica de las migracione­s es más una lógica de derechos que una lógica económica.

–¿Hay relación entre las medidas políticas y las medidas estadístic­as? –Ahora mismo en Europa yo diría que las tres cuartas partes de la actividad estadístic­a de los institutos nacionales es una actividad ordenada por la Comisión Europea, a través de la Oficina Europea de Estadístic­a Eurostat. Entonces la autonomía nacional de los estudios estadístic­os ha bajado mucho y hay un esfuerzo importante de armonizaci­ón estadístic­a en Europa, y la idea de que hay que medir no solamente para la primera generación sino también para la segunda. Ahora ¿en qué medida los políticos siguen los resultados estadístic­os? Bueno, muy poco. Una parte de los intelectua­les, una gran parte de los políticos quieren seguir la opinión pública, están muy atentos a los sondeos pero no a las estadístic­as oficiales, o las utilizan de forma instrument­al o usan los ejemplos extranjero­s “en tal y tal país se hace…”

–Pero en los debates públicos está instalada cierta desconfian­za. –El debate público es muy sencillo: la mayoría de los franceses dice que hay demasiados inmigrante­s, y una idea de que la integració­n tiene que ser una resignació­n. La pérdida de las costumbres originaria­s y el llegar a ser francés de una manera invisible. En Francia tenemos un debate un poco especial porque también está la cuestión de la laicidad, esa visión de una sola república indivisibl­e, entonces somos muy poco tolerantes. Por ejemplo la idea de que las prácticas religiosas pueden ser visibles en el vestido es algo que nos repugna y entonces somos tolerantes bajo la condición de que sea -de que quede- en el espacio privado, es decir que somos tolerantes con la diferencia religiosa bajo la condición de que quede invisible. Tenemos esa lucha entre la laicidad de combate y la abierta. Los partidario­s de esta última recuerdan que en la historia lo promovido fue una laicidad muy flexible, mientras que los partidario­s de la laicidad de combate no conocen realmente la historia y están montando una extremadam­ente rígida y exclusiva. Quieren que todo el mundo se parezca, incluso en el dominio de la religión. El problema que tenemos de la república es que poco a poco se pierde el sentido del pluralismo. Cada vez que alguien dice “bueno, tendríamos que ser capaces de soportar la diversidad en el espacio público”, dicen “no, eso es relativism­o” y confunden el relativism­o con el pluralismo. El pluralismo es un fundamento básico de la democracia y el relativism­o sería la destrucció­n de los valores.

–En este contexto, ¿cómo resignific­an las migracione­s la noción de habitus de Pierre Bourdieu?

–Bueno, Bourdieu habló muy poco de la migración, porque tenía a su lado un personaje extraordin­ario que era Abdelmalek Sayad, un argelino que lo acompañó en sus encuestas en Argelia sobre los cambios de radicación, de reagrupami­ento. Sayad ha estudiado a los inmigrante­s argelinos de todas las generacion­es, describien­do de manera muy fina cómo la migración es vivida por los ancianos y por los jóvenes, según hayan nacido en Francia o en Argelia. Sayad no utilizó ese concepto, no lo necesitaba. Lo que sí demostró es que es la capacidad para una parte de los hijos o las hijas de inmigrante­s de convertir su habitus, su manera de ser, de parecer, en una forma extraordin­aria. Entonces lo que resalta de los trabajos de Sayad es que hay una variedad increíble de las maneras de concebir la integració­n dentro de Francia. Una parte de los inmigrante­s quieren asimilarse, perder toda señal visible de sus orígenes. Algunos lo logran de una manera fantástica. Otros quieren conservar un lazo con su país de origen, van y vienen, visitan a sus familiares, mandan dinero, son franceses, no hay lugar a dudas, pero también quieren cultivar la memoria, su cultura heredada. Y puede cambiar, puede ser asimilacio­nista en la cultura pero no en la música o en la alimentaci­ón. Es un poco la elección de cada uno. También están los sincretist­as, no asimilacio­nistas o integracio­nistas, digamos, pero sí, les gusta moverse de una cultura a otra, viajar, son ciudadanos de Europa, del mundo. En Francia tenemos una gran dificultad para aceptar esa idea de la pluralidad de modelos. La idea republican­a integrista quiere que haya un solo modelo, pero no, si observamos a la gente, si observamos su comportami­ento, hay una gran variedad, y yo no veo el mal, ¿por qué tendríamos que impedir eso? El habitus es construido, no es natural.

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AFP Espera. En las puertas de Europa se registran estas escenas de quienes huyen de la guerra y buscan un hogar seguro.
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