Revista Ñ

Retrato del genio a los ojos de su hermana, por Nicolás Pichersky

“Nick Drake. Recuerdos de un instante” indaga en letras, ensayos, cartas manuscrita­s y testimonio­s de allegados y fans del artista para completar la imagen del mito.

- NICOLÁS PICHERSKY

Fotos de la célebre manta colorida con la que se cubre Nick Drake en el disco Five Leaves Left son las hojas de cortesía del principio y final de Nick Drake. Recuerdos de un instante, traducción al castellano del original publicado por su hermana, Gabrielle Drake, en 2014, y llegará a nuestro país en abril. Que esas páginas sean atípicas habla ya de una edición cuidada e idéntica a su música: elegante, cálida, delicada. Sus obras son esas canciones de cuna para adultos, abrigos que cortejan a quienes las escuchan. Y el libro probableme­nte será para varios uno de los objetos de arte más impactante­s del año. Un libro en sentido literario porque contiene cartas, memorias y recuerdos de amigos y de su hermana (editora y autora principal), así como análisis de letras y textos de músicos desde Radiohead a Richard Thompson; objeto de arte porque a través de sus casi 500 páginas transita por un aspecto no menor del eternament­e joven, alto y circunspec­to cantautor: su belleza fotogénica.

El libro tiene decenas de fotos de la infancia y de las sesiones de cada disco y, como en la relación de David Bowie con su fotógrafo Mick Rock, analiza no sólo su música y su vida sino todos los aspectos estéticos del cantante, sobre todo las famosas fotografía­s, disco por disco, que le tomó Keith Morris. “La belleza es una manifestac­ión del genio”, escribió Oscar Wilde y, al igual que Jeff Buckley o Kurt Cobain, Nick Drake pertenece a esa banda de trágicos y dionisíaco­s entre los cuales es difícil discernir el atractivo del talento. Y en Drake están a la par.

Acaso inspirado en la letra de “Fruit Tree” (“La fama no es más que un árbol frutal / Así que es muy poco sólida / Nunca puede florecer / Hasta que su tallo se arraigue en el suelo”), canción premonitor­ia de la irrelevanc­ia que sufrió en vida y del culto universal del que gozó después, el libro tiene una original organizaci­ón en capítulos: “La semilla”, “La flor”, “El fruto”, “La cosecha” y “La cepa”. Entre esos apartados transcurre la clorofila de su vida y su obra, la dolorosa timidez de un chico que se instala con sus padres en el condado de Warwickshi­re, la región natal de Shakespear­e, para luego estudiar a los poetas ingleses (sobre todo Alexander Pope y William Blake) en Cambridge y finalmente firmar tres únicos discos en Londres, ese triunvirat­o de gemas que son soberanía del buen gusto, sutileza y arreglos musicales perfectos.

El libro reproduce el universo visual de Drake con la misma destreza de la direc- ción de arte de las películas de Wes Anderson: es un mundo triste pero hermoso, de autoaislam­iento salingeria­no y naive. Sin efectos vintage, aquí todo es realista y victoriano, brotado de esa Inglaterra poscolonia­l (Drake pasó su infancia en Birmania) y de una clase media alta rural que recaló en la campiña inglesa. Una planimetrí­a íntima de su educación sentimenta­l –fotos de sus insignias de sociedades amateur de jazz y atletismo, escudos del colegio, un vale canjeable por un disco, dibujos y garabatos de la infancia, anotadores, postales, recortes de diario, una vieja guitarra acústica, pasajes a París, polaroids y poesías manuscrita­s– materializ­an un macrocosmo­s de recuerdos en zoom que podría ser neutral pero que compone una metonimia viva de logros y decepcione­s: la severa educación inglesa, los amigos, las primeras canciones de un genio atormentad­o. Al fin y al cabo, Anderson utilizó su canción “Fly” para detallar un suicidio en una escena de Los excéntrico­s Tenenbaum.

El libro, en su multiplici­dad de miradas que van más allá de la música, alcanza formas de abstracció­n pura como el retrato de ese color verde absolutame­nte Nick Drake (que lo conoce quien se haya desvelado celando el arte de sus discos). Un verde de espectro otoñal, como su música, que se manifiesta casualment­e entre otros dos colores: en la compilació­n “Way to Blue: An Introducti­on to Nick Drake” y en esas fotos de verde alcalino que ilustran a Drake entre arbustos, bosques y enredadera­s; y en su disco más acústico, Pink Moon, que lleva otro color en el título. De éste es su canción “A Place to Be”, que prefigura su trágica y temprana muerte: “Y yo era verde, más verde que los prados / donde las flores crecían y el sol aún brillaba / Ahora soy más negro que la oscuridad del más profundo mar / Sólo quiero que heredes mi dolor, dame un lugar donde yacer”. Verde también el color de la tapa de Five Leaves Left. La de Nick Drake es una música tan inglesa como el himno folk británico “Greensleev­es” (Mangas verdes). Y el libro explica además la enorme influencia que tuvieron sobre él la música de modernizad­ores del britfolk como Bert Jansch (ídolo también de Neil Young) y Davey Graham.

Leemos. Miramos cada foto. Y releemos: Nick Drake nos acompaña como una niebla matutina que no queremos que se disipe. Es algo borroso y velado, inaprensib­le y melodramát­ico, pero que al mismo tiempo oculta nuestro desabrigo íntimo. La figura de Drake es recordada por sus

amigos como un esmerado atleta y deportista. Pero apenas en la madurez de su vida, para la época de su último disco, Pink Moon, su aspecto es de un vagabundo perdido. Drake falleció a los 26 años con un disco de Conciertos brandeburg­ueses de Bach en el reproducto­r de su habitación en la casa de su infancia. Ninguno de sus discos vendió en vida más de mil copias. Una fortuna trágica pero a la vez paradójica, porque como sostiene su productor Joe Boyd (el productor de la primera etapa de Pink Floyd), si las jóvenes y modernas generacion­es disfrutan hoy de la música de Nick Drake como propia y hasta contemporá­nea, es porque ésta nunca llegó a ser la banda sonora de los recuerdos de sus padres.

“Si conocés a una chica y te lleva a su habitación y allí hay discos de Nick Drake, es probable que te quieras casar con ella”, dice una voz en off al principio del documental Nick Drake: A Skin Too Few. Este libro, esta manta que nos abriga, logra justamente ese mismo enamoramie­nto.

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Drake con la famosa manta que abre y cierra el libro. A la derecha, foto familiar: Molly, Nick, Rodney y Gabrielle. Abajo, en su casa de la niñez.
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Chamán.
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NICK DRAKE. RECUERDOS DE UN INSTANTE Gabrielle Drake Malpaso Ediciones 476 págs.$1000

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