Un camello se pasea por las Américas
De Samanta Schweblin y Emiliano Monge a Diego Zúñiga y Liliana Colanzi, “Bogotá 39” celebra a narradores latinoamericanos menores de 40.
Dicen que un camello es un caballo diseñado por un comité. Un dicho de dudoso valor, pero si lo aceptamos en términos estéticos, por lo menos, una lista literaria vendría a ser un camello por excelencia. Con el que el premio literario convierte en virtud su vicio principal: lo absurdo de elegir un “ganador” o “ganadores” de entre los cientos o miles de textos publicados en un periodo determinado.
Una lista literaria se nutre de la controversia tanto (o más) que de intenciones más nobles. Se supone que la lista de 39 escritores nacidos después de 1978 elegidos para el Hay Festival Bogotá 2017 (los “Bogotá 39” compilados en este libro) son una celebración de la literatura latinoamericana. Pero está en la naturaleza de las listas que la primera cosa que uno hace cuando están anunciadas es fijarse en los nombres que no figuran.
Efectivamente, la idea es ser inclusivo y exclusivo al mismo tiempo. Y el tema latinoamericano exacerba el dilema: tiene que ser representativo, lo que vuelve al proyecto susceptible de “tokenismo”
(es decir, concesiones que se realizan para evitar acusaciones de discriminación).
En este caso, el ejemplo más flagrante es el de Brasil. Bogotá 39 incluye tan solo dos textos de escritores brasileños, tres veces menos que las delegaciones de Argentina, Colombia y México. La explicación puede encontrarse en el proceso de selección: las nominaciones vinieron de la industria editorial hispanoparlante y la lista final es un reflejo bastante exacto del tamaño comparativo de esa industria en cada país, quizás con la adición extra de un par de escritores colombianos por ser el país anfitrión.
Dada la premisa de este libro, uno hubiese esperado que el prólogo, de Margarita Valencia, fuera un ejercicio de banalidades diplomáticas. Llega como una sorpresa no del todo ingrata, entonces, que esté escrito en un tono combativo, que raya en lo ofensivo.
No creo que sea verdad, ni muy razonable, afirmar que “la historia de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX es la historia de la lucha por salir del gueto”. Más adelante declara que “estos nuevos escritores latinoamericanos ya no están esperando modositos a que los saquen a bailar”. La lista que en todo caso yo quisiera ver es la que enumere a los escritores que la autora cree han sido demasiado “modositos” en el pasado.
¿Y qué se desprende de la lectura de los treinta y nueve elegidos? Primero: que la escritura de mu- chos no es muy adecuada para el formato de esta antología. Para evitar que sea demasiado larga, a cada uno se asignaron entre seis a ocho páginas. Para una escritora como Samanta Schweblin, la extensión breve le viene al dedillo, pero la mayoría de estos textos son extractos de novelas inéditas, o peor, cuentos que se han elegidos (o eso espero) justo porque contienen la cantidad de palabras indicadas.
Segunda conclusión: que nadie, en ninguna parte de América Latina, debería ser padre. Por lo visto es una tarea que no hacen muy bien (tampoco las relaciones románticas parecen muy aconsejables). Tercera: que la influencia lingüística de nuestro vecino del norte es cada vez más obvia. Habría que empezar una campaña ya para prevenir la proliferación de términos como “downloadear”.
Dicho todo esto, Bogotá39 tiene sus puntos altos. ¿Con materia prima de tanta riqueza cómo podría ser de otra manera? Lecturas recomendables incluyen los textos de Carlos Manuel Fonseca, Diego Erlan, Brenda Lozano y Juan Pablo Roncone, el cuentito desopilante de Mónica Ojeda, los incursiones en el “nuevo weird” de Emilio Monge y de Martín Felipe Castagnet. Pero aun así el consejo de este humilde lector es el siguiente: que ignoren todo el ruido y hagan sus propias listas literarias. Es una apuesta mucho más segura.