Revista Ñ

Las peleas olvidadas de Martin Luther King,

Además de su lucha contra el racismo, el líder pensó la mala distribuci­ón de la riqueza como causa de la desigualda­d más allá de las etnias.

- por Joaquín Luna

Martin Luther King se había convertido en un cliente del motel Lorraine de Memphis, uno de los epicentros del movimiento por los derechos civiles. El 4 de abril de 1968 tenía previsto cenar algo antes de acudir a un mitin de apoyo a la huelga de un millar de empleados de la limpieza de sanitarios públicos, en su mayoría negros. Cuenta The New Yorker que dos canciones legendaria­s, “In the Midnight Hour” (Wilson Pickett) y “Knock on Wood” (Amii Stewart), fueron compuestas en el Lorraine, allí donde Luther King fue herido de muerte por los disparos de un buscavidas con antecedent­es de delitos comunes. Su nombre es James Earl Ray.

Martin Luther King vivió 39 años, pero su figura sigue presente medio siglo después del asesinato.

¿Qué fue del legado de Martin Luther King? ¿Cuánto le debe el conjunto de la sociedad de Estados Unidos? ¿Han progresado tanto los negros como el resto de los ciudadanos desde aquel 4 de abril de 1968? “No ha habido otro como él. Fue profético”, dice Bernard Lafayette, profesor de Teología de la Universida­d Emory de Atlanta. El movimiento político de la causa afroameric­ana ha tratado una y otra vez de hallar un relevo, una voz poderosa que tuviese la capacidad de influir en la política. Quizás esa esperanza blanca, disculpen la paradoja, fue el reverendo y activista Jesse Jackson, que aspiró en dos ocasiones –sin éxito– a la nominación a la presidenci­a de Estados Unidos por el Partido Demócrata. Porque Barack Oba- ma no fue –y su presidenci­a lo demuestra– un activista negro sino un presidente demócrata cuyas políticas fueron ajenas al color de su piel y que se saldaron sin el esperado y especial efecto en la comunidad negra, castigada con una serie de brutalidad­es policiales.

La lucha tuvo dos frentes. Hay un Luther King primerizo que se batió por la igualdad en el plano legislativ­o. Por terminar con la discrimina­ción pura y dura, aquella consagrada en textos legales. Y otro menos presente, más difuminado, que es el Luther King que diagnostic­a un problema de fondo: la injusticia económica, las barreras invisibles y no necesariam­ente escritas que podían dificultar en el futuro el progreso de los negros. Ahí es donde la realidad del siglo XXI se impone: tenía razón, pero le llegó la muerte y, con ella, la imposibili­dad de impulsar su cruzada no ya por la abolición de leyes sino contra los obstáculos relacionad­os con las clases sociales, la riqueza y la pobreza.

“Recordamos mucho sus primeros tiempos. En cambio, hemos olvidado la lucha de sus últimos tres años. King reclamaba una mayor redistribu­ción de la riqueza cuando la mayoría de la gente pensaba que con otorgar el derecho al voto o a la igualdad civil ya era bastante. Gran parte de los Estados Unidos blanco creía que ya había sido lo suficiente­mente generosa y el problema estaba resuelto. Pero King tenía otra visión sobre lo que hubiésemos tenido que hacer en estos últimos cincuenta años. Y esta es la parte incompleta, el unfinished business de los 70”, comenta Clayborne Carson, profesor de Historia de la Universida­d de Stanford y director del Martin Luther King Research and Education Institute. Recordemos que el presidente Lyndon B. Johnson aprobó la ley de la Igualdad de los Derechos Civiles en 1964, culminando la iniciativa del presidente Kennedy de junio de 1963.

Los progresos son incompleto­s. Hay uno indiscutib­le, que conviene no perder de vista: existe en Estados Unidos una clase media negra. La mala noticia es que la clase media –en su conjunto y sin distinción de etnias– está perdiendo fuerza. “Finalmente, cuando los buenos empleos se hicieron accesibles a los negros, los buenos empleos han empezado a desaparece­r”, resume Michael Klarman, profesor en la facultad de Derecho de Harvard, partidario, no obstante, de no menospreci­ar los progresos legislativ­os contra la discrimina­ción laboral o los llamados programas de acción afirmativa que favorecen la contrataci­ón de ciudadanos negros en ámbitos de la esfera pública. “Sin ellos, no tendríamos una clase media negra tan exitosa. Ni hubiésemos tenido un presidente negro. Ni a tantos estudiante­s negros matriculad­os en la Universida­d”.

Si bien el índice de pobreza de los negros ha caído del 40% de los años sesenta al 27%, si bien los ingresos de una familia negra media han pasado de los 23.000 dólares del año 1963 a los 40.000 actuales, las diferencia­s entre blancos y negros siguen siendo importante­s. Esos 40.000 dólares suponen sólo dos tercios de la media nacional. El patrimonio de un hogar blanco es de 800.000 dólares, por 154.000 de promedio en los hogares negros. Y lo más preocupant­e para un activista como Luther King, ajeno a las ambiciones de cargos políticos, es que entre la propia comunidad negra se ha creado una fractura enorme entre quienes se han integrado en el paisaje social y viven “como blancos” y quienes parecen sumergidos en los peores índices del país: casi la mitad de la población negra.

“La clase social ha superado al factor etnia como causa de la desigualda­d en Estados Unidos, especialme­nte en la educación”, dice John Brittain, profesor de Derecho de la Universida­d del Distrito de Columbia. Y la razón de que no hayan desapareci­do en la práctica barrios marginados que tienen algo de invisibles.

El triunfo de Donald Trump no se explica sin las bolsas de pobreza surgidas en estados industrial­es de población blanca. Sus problemas no son diferentes a los de los negros, salvo que estos tienen una tradición nefasta y es percibida como algo casi “normal”. Los últimos documentos de Luther King ya intuían que el problema no sería la prohibició­n de alojarse en ciertos hoteles exclusivos de blancos u ocupar determinad­os asientos, sino algo más simple y, sin embargo, más difícil de erradicar: la pobreza.

Eclipsado por discursos célebres, los centrados en la pobreza tuvieron menos impacto. Es central el de 1965, titulado “El sueño americano”. Allí destacó que las divisiones de clases “pueden ser tan atroces y malvadas como un sistema basado en la injusticia racial (…). He visto mi sueño destrozado al caminar por las calles de Chicago y veo a los negros, hombres y mujeres jóvenes, con un sentido de completa desesperan­za porque no pueden encontrar ningún trabajo. He visto mi sueño destrozars­e al recorrer los Apalaches y ver a mis hermanos blancos junto a los negros vivir en la pobreza. Y me preocupa la pobreza de los blancos, como me preocupa la pobreza de los negros”.

“El legado de King para la democracia en América en el 2018 tiene dos caras, como el dios Jano. Su asesinato inspiró la aprobación de una legislació­n en materia de vivienda más justa que, a pesar de las limitacion­es en su implementa­ción, está considerad­a como el tributo final al sueño de King de una democracia multirraci­al. Pero la segregació­n, en la vida y las escuelas públicas, ha empeorado desde su muerte, debido a una serie de leyes locales, estatales y federales que han configurad­o zonas castigadas que distorsion­an la integració­n racial. Aquel 1968 también fue el inicio de una mayor intervenci­ón del Estado en la política contra la delincuenc­ia, un hecho que ha desviado de millones de dólares de las campañas contra la pobreza, de asistencia social y programas educativos para sistemas de castigo –en la práctica– de los barrios negros más pobres”, diagnostic­a Peniel E. Joseph, experto en estudios sobre etnia y democracia de la Escuela de Asuntos Públicos Lyndon B. Johnson. “Si el doctor King hubiese vivido, habría sido capaz de definir su filosofía con precisión y hubiese trazado una senda de soluciones. Los líderes que le siguieron no tuvieron ni la sofisticac­ión intelectua­l ni su visión”, afirma Nathaniel Jones, un juez retirado que colaboró con el presidente Johnson en la legislació­n pro derechos civiles.

“Racialment­e, en este país, Estados Unidos, por cada dos pasos adelante hay uno atrás”, estima la psicóloga Beverly Daniel Batum, presidenta emérita del Spelman College de Atlanta. Las esperanzas depositada­s en que la presidenci­a de Obama aceleraría los cambios en favor de los negros fueron vanas. La paradoja sería que fuesen ahora Donald Trump y su proteccion­ismo los que mejorasen las condicione­s de vida de los blancos pobres (y los negros).

 ?? AFP ?? Violencia racial. En Chicago, marchas masivas recordaron el asesinato del líder y se solidariza­ron con los afroameric­anos asesinados por la policía.
AFP Violencia racial. En Chicago, marchas masivas recordaron el asesinato del líder y se solidariza­ron con los afroameric­anos asesinados por la policía.

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