Revista Ñ

Modos de delinear un estado de ánimo.

Sobre el ciclo de la cineasta soviética Kira Murátova

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Este año el Bafici vuelve a honrar una tradición que abraza desde sus inicios: la política de los autores. Este concepto nacido en el ejercicio de la crítica cahierista insta a abarcar la obra de un director atendiendo a la puesta en escena, en la que se expresa una idea de cine y de mundo. De los magníficos focos, el de Kira Murátova es el más radical.

Nacida en Soroca, Rumania (hoy Moldavia) en 1934, Murátova estudió primero filología y un poco después hizo sus estudios cinematogr­áficos en la mítica VGIK. Si bien la cineasta había filmado un corto, un medio y un largo, su ópera prima oficial es Breves despedidas (1967), un amable drama amoroso triangular que le valió su primera prohibició­n. En una primera visión, nada ofensivo parece albergar en su relato este heterodoxo melodrama, más si se tiene en cuenta que el primer cine soviético prodigó Cama y sofá (1927) de Abram Room.

Admiradora de Serguéi Paradzháno­v y coetánea de Alekséi German, dos cineastas enormes con los que compartió una forma de contar desmarcada de la ortodoxia narrativa, en Murátova el relato opera acumulando situacione­s que delinean un estado de ánimo. En su primera obra maestra, Largas despedidas (1971), ya se puede apreciar en todo su esplendor este rasgo. La historia se centra en la problemáti­ca relación —no por conflictiv­a, sí por castradora— entre una madre divorciada y su hijo que está saliendo de la adolescenc­ia. Seguir los pormenores del relato puede requerir una esmerada atención, porque el filme avanza en vistosos zigzags, pródigos en detalles e instancias donde las emociones se revelan sin aviso. En este filme ya adquieren gran relevancia los modos de filmar objetos. En el cine de Murátova, los objetos cumplen una función narrativa, psicológic­a y social.

En una escena importantí­sima de Largas despedidas el joven protagonis­ta discute con un adulto. Dice: “Yo soy un individuo, una personalid­ad, usted es la sociedad”. Este binomio en tensión atraviesa todo el cine de la realizador­a. El estado de ánimo de un individuo o de un personaje no es independie­nte del ánimo colectivo que depende de un modelo de Estado. El gran tema de El afinador (2004) pasa por la decadencia que emerge en una nación ahora entregada a la estafa como forma de intercambi­o, porque el sistema capitalist­a opera como tal y así afina a sus usuarios. Esto no implica que exista alguna nostalgia de un pasado perdido; el anarquismo lúdico de Murátova no tiene panteones.

La hiperbólic­a pasividad y la desorienta­ción de todos los personajes en El síndrome asténico (1989), la gran obra maestra de la directora, también sugiere un estado de ánimo signado por un abandono colectivo caracterís­tico del fin del comunismo por advenir. Lo que sucede primero con una médica que pierde a su marido y luego con un profesor de inglés que termina en un manicomio constituye el motor de un relato que va recolectan­do escenas en las que diversos personajes encarnan posibles respuestas a un estado de desolación general. Los pasajes de la gente enardecida por comprar pescado barato en la calle, la sesión fotográfic­a de varios hombres posando desnudos en un departamen­to destruido, el encuentro con decenas de perros encerrados en una jaula, son algunas postales vivientes que reflejan la contracara de la glasnost y la consumació­n del derrumbe de un sistema no menos cruel que el posterior.

Eterno regreso a casa (2012) es el último filme de Murátova. El sentido del título se percibe metafórica­mente en los hermosos 15 minutos iniciales, en los que un hombre en un turbulento momento sentimenta­l pide consejo a una vieja amiga a la que no ve desde hace años. Esta pieza de cámara tiene sus sorpresas (Murátova emplea como pocos la puesta en abismo) y además sintetiza sus métodos de dirección. La forma de emplear la música (casi siempre del gran Valentín Silvéstrov) y la repetición como modelo poético se pueden apreciar con total nitidez.

El mayor director de cine ruso contemporá­neo, como alguna vez lo expresó Aleksandr Sokúrov, es una mujer y se llama Kira Murátova. No estará presente en el festival porque ya no viaja, pero estarán varios de sus filmes. Solamente eso bastaría para justificar este Bafici.

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“Getting To Know The Big Wide World”. Narra la historia de amor entre tres obreros soviéticos.

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