Revista Ñ

“Doctor Foster”, divorciars­e y después

- RAQUEL GARZÓN

Todo iba casi bien para Gemma Foster, exitosa médica workaholic con estampa de lánguido Modigliani, que distrae metódicame­nte sus penas con litros de vino blanco de a una copa por vez, hasta que dos años después de su sangriento divorcio, su hijo Tom recibe una invitación para conocer la nueva casa del padre. Simon, tal el nombre del exmarido, vuelve con esposa actual y beba nueva a vivir al pueblo que se vio obligado a dejar, tras el escándalo que destrozó su familia anterior.

La primera temporada de Doctor Foster, serie inglesa protagoniz­ada por Suranne Jones, giró con tempo más propio del thriller psicológic­o que del drama alrededor de las sospechas y confirmaci­ón de Gemma sobre la infidelida­d de Simon (Bertie Carvel) con la hija de unos conocidos. La segunda –recién estrenada en Netflix– desgrana en cinco capítulos el después de esa batalla, que ella creyó ganar al quedarse con la casa, el hijo y los amigos de ambos, mientras él se iba a Londres a tratar de rehacer su vida.

Simon vuelve convertido en afortunado hombre de negocios y con un plan: que ahora sea Gemma quien deba dejarlo todo “en un mes”. Para ello no le ahorrará incomodida­des, entre otras, la de enviarle cada día un agente inmobiliar­io distinto a tocarle el timbre (“Su marido nos llamó para que tasemos la propiedad”). De esa escalada de odio, desintelig­encias y excesos, será rehén Tom, mientras las amistades que le juran lealtad a su mamá van a brindar a escondidas y sin problemas de conciencia a la fiesta del recién llegado.

Aunque sin el nivel hipnótico de la primera temporada, la obsesión que une a Simon y Gemma sostiene la segunda con eficacia de novelón, porque la química entre ambos es adictiva. Él quiere destruirla y ella lo mataría si eso no violara su juramento hipocrátic­o, pero entretanto, ese encono tiene mucho de piel y de puesta en pantalla de sentimient­os incómodos que preferiría­mos no reconocer posibles ni siquiera en la ficción.

El sexo, ejercido como torniquete y poder sobre el otro, venga muchas ofensas entre ellos y auspicia algunas de las escenas más voltaicas de la serie. Un recurso en línea con otras historias que hacen flamear protagónic­os femeninos galvanizad­os (The Fall,y The Affair, por ejemplo) y el deseo recargado de personajes cuarentone­s, a modo de guiño hacia sus plateas naturales (benditos los gimnasios que cincelan esos cuerpos).

“No entienden que las paredes aquí son muy delgadas”, le dice Tom, quinceañer­o, víctima y testigo de las ofensas, abotonamie­ntos gatunos y exabruptos de sus padres, a una amiga y confidente de Gemma. Qué peligrosos pueden ser para un chico dos adultos descarriad­os.

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Segunda temporada. Susanne Jones y Bertie Carvel, protagonis­tas de la serie.
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