Crímenes irreparables
La violencia sexual es, por algunas de sus características, más difícil de reparar que otros delitos contra la humanidad. Para algunos crímenes de guerra, son posibles procesos de reconciliación, pero las víctimas de estupro están particularmente poco dispuestas a evocar el hecho traumático, en algunos casos porque implicaría sumar otros aspectos no afrontados y nuevos traumas, por ejemplo, los de un hijo al que se le confiesa en qué circunstancias fue concebido. Sin embargo, como toda forma de maldad, también esta se abre a la posibilidad de ser replanteada por quien lo ha cometido. El recuerdo y el arrepentimiento pueden llegar de un modo inesperado, después de decenios, suscitados por acontecimientos que se creen rutinarios, como los aniversarios del fin de la guerra.
Veamos qué dice una crónica inmediatamente posterior a la caída del Muro de Berlín. En 1999, en un aniversario de la victoria, un veterano del Ejército Rojo se dirige a un convento ortodoxo y rompe en sollozos. Cuando le preguntan si ha ido a rezar, explica: “No, soy ateo y miembro del partido. Soy uno de los que en 1945 conquistaron Berlín. Allí hemos cometido errores. No había estado nunca con una mujer. Luego, olvidé completamente la cuestión. Pero al cumplir 60 años me volvió de golpe”.
La violencia de un grupo de hombres hacia las mujeres, como grupo, en la actualidad está todavía, en cierto modo, “naturalmente incluida”, si no en una sociedad entera, sí en sus subculturas. Parece casi inevitable en los grupos compuestos solo de varones o en los cuales a las mujeres, aunque estén presentes, se les ha asignado de entrada una posición subordinada. Ya nos referi- mos a un caso extremo: aunque faltan pruebas concretas, lo que sabemos de las relaciones entre los sexos en Pitcairn nos permite suponer que el libertinaje y la violencia sustancial del centauro ha sido endémica allí, desde el día en que Fletcher Christian llegó con sus amotinados hasta el día de hoy.
Un aspecto al mismo tiempo nuevo y muy antiguo de esta situación podría resurgir con las migraciones en masa. Se produjo un estremecimiento de temor cuando en el verano de 2015 una oleada migratoria “anómala” llegó al sudeste de Europa y se estableció sobre todo el país que más generosamente la había recibido: Alemania. A raíz del relajamiento de las inhibiciones que es habitual durante los festejos de fin del año, innumerables mujeres fueron molestadas sexualmente o agredidas en espacios públicos. La sorpresa hubiera sido menor si se hubiera tenido en cuenta que las transgresiones y los abusos sexuales siempre han tenido lugar en la historia cuando masas de hombres solos se sienten unidos por su número, por haber sobrevivido juntos a viajes dramáticos y por un difícil destino común. Extracto del capítulo “Sin final” de Los Centauros, Luigi Zoja (FCE), 2018.