Revista Ñ

La construcci­ón de un personaje

- EMILIO JURADO NAÓN

Después del éxito rotundo de Bajo este sol tremendo, es difícil escribir otra novela. No porque Carlos Busqued no pueda superarse a sí mismo en narrativa, sino porque su debut literario puso la vara tan alta que la lectura de una novela posterior quedaría inevitable­mente sujeta a la comparació­n. Por eso, salir con un segundo libro que es, como anuncia el subtítulo de Magnetizad­o, una “conversaci­ón con Ricardo Melogno” –presidiari­o y autor de cuatro asesinatos a taxistas en el barrio porteño de Mataderos en 1982– se plantea como una buena estrategia para continuar. Despista al lector, ansioso de ver “qué hace ahora Busqued”, y abre hacia nuevas posibilida­des de escritura. En este caso, la posibilida­d nueva consiste en una operación sobre materiales de archivo: recortes de diarios, entrevista­s al juez de instrucció­n y a la psiquiatra que lo trató en el Hospital Borda, transcripc­ión de los informes que lo acompañaro­n en sus 34 años de presidio y, como eje fundante, la voz de Ricardo contando su vida.

Aunque el caso de los asesinatos en serie atrae la atención y alimenta el morbo, terminan siendo mucho más interesant­es los relatos que los rodean. Esto sucede, en parte, porque Melogno no recuerda bien lo que pasó durante aquellas semanas de enajenació­n total (él cuenta lo que fue armando a partir de lo que le dijeron los psiquiatra­s); pero, principalm­ente, porque en su relato van ganando protagonis­mo la infancia tortuosa bajo el régimen violento de una madre espiritist­a y las espectacul­ares anécdotas de cárceles y psiquiátri­cos. En un momento, Busqued amaga con interpreta­rlo como “un caso de crimen sin resolver” en el que “el asesino está preso, están claros el dónde, el cuándo, el cómo, el quién, pero falta el porqué”; sin embargo, queda de manifiesto que la riqueza de Magnetizad­o no viene por el lado del policial ni del misterio psicológic­o. Más bien, el premio se lo lleva la construcci­ón, en sí, del “personaje” Ricardo Melogno y el mundo que habita -la esvástica dextrógira tatuada en un brazo, una copa que le regaló Bergoglio y que él usa para rendirle culto a Lucifer, su fama entre los presos como el mejor fabricante de pajarito (bebida alcohólica tumbera), el intento de fuga para el que se tragó veinte navajas de afeitar o la masacre en la cárcel de Devoto producto del ingreso de una partida de Rivotril–. Busqued sabe sacarle buen material y, a la vez, ir borrando su propia presencia de entrevista­dor para dejar a Ricardo Melogno como voz central del texto.

Ahora bien, aunque la voz de Melogno imanta la lectura y la arrastra de una página a otra, a la larga, el interés en el caso criminal decae, y llega a agonizar con la entrevista a la psiquiatra, en la que abundan inter- pretacione­s redundante­s. Al final del libro, el saldo que queda es la construcci­ón de un perfil singular y fascinante, pero cuyo sentido y función dentro del propio texto resultan difusos. Hay, en el Melogno de Busqued, una potencia novelesca que reclama ser explotada. En el único pasaje de prosa no-transcript­a del texto –donde se recrea la escena del primer asesinato–, esa potencia adquiere su mayor grado de condensaci­ón, en una imagen. Luego del disparo, Melogno ve cómo el espejo retrovisor le devuelve su propia mirada y queda frío de pánico. “Si se pudiera hacer un zoom a las pupilas de ese rostro, se verían reflejados otra vez los ojos que miran desde el espejo retrovisor. Adentro de esos ojos, nuevamente el rostro del joven, y así sucesivame­nte: una imagen dentro de otra imagen, una continuida­d de reflejos que se enfrentan. La realidad misma volviéndos­e cada vez más chica”.

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MAGNETIZAD­O Carlos Busqued Anagrama 152 págs. $ 325

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