Flora y fauna
Con gestos absurdos y posturas exigentes, imitan escenas de grandes obras de la pintura universal observadas un instante antes en un calendario antiguo. Bailan con desenfreno y coreografía ingeniosa una versión más acá en el tiempo del ítalo disco a todo volumen, debajo de luces de club nocturno. Se dejan iluminar por una lámpara portátil robada de una obra en construcción. Escuchan asombrados una variación sobre el episodio bíblico de la Última Cena, con consecuencias inesperadas para la historia de la humanidad. Con dificultad, levantan y arrastran piedras de diferente tamaño, algunas realmente grandes, de un lado a otro del espacio escénico. Comen nueces rotas con esas mismas piedras de cascanueces. Cargan el cuerpo inerte de uno de ellos que desfallece tras un baile exótico y sensual. Y lo besan en el suelo. De a dos o de a cuatro, los personajes se encuentran, comparten un viaje por lugares extraños y conocidos, seguramente distintos para cada espectador.
Todos los recursos de la performance entran en juego en Las piedras, la obra escrita y dirigida por Agustina Muñoz, que reestrenó el viernes 6 de abril en el Centro Cultural San Martín (donde había conseguido buena repercusión en agosto y septiembre de 2017). La pieza había sido estrenada y gestada durante la residencia DAS en Ámsterdam, donde la actriz y dramaturga fue invitada junto a otros siete artistas de distintas partes del mundo a repensar durante dos años su trabajo teatral. (No es un detalle que al cierre de esta edición la página web de DAS, www.atd. ahk.nl, muestra la fotografía de una escena de Las piedras en su portada).
Lo primero que aparece en Las piedras es el texto. Un tono exacto le permite a Muñoz ser las dos voces de un diáologo proyectado en un teleprompter y leído en vivo, con sutiles divergencias entre lo que se ve y se escucha que invitan a adivinar si se trata de otro recurso...
El diálogo interior, como un devenir del pensamiento, indaga en las diferencias entre las personas, repara en detalles intrascendentes como la disyuntiva de escaparse al campo o a la ciudad, el número de los zapatos que no podrán prestarse y va creciendo hasta el dilema existencial.
Atravesada por cierta lúcida ingenuidad, Las piedras encarna una visión común del mundo, donde hay viajes, recurrentes encuentros con desconocidos, despedidas entre lágrimas delante de un café que nadie va a tomar, e-mails con declaraciones que no se harían en persona: sentimientos muy específicos en general ensombrecidos por otros más valiosos pero que no encuentran eco, porque no le hablan a nadie.
Los diálogos que parecen enrarecidos por una afectación de gueto se encuentran en un lugar humano. En el punto cúlmine en que la existencia es potencia pura, ese momento de certeza de que los próximos pasos definirán mucho del resto de la propia vida, y esa convicción que ayudaría a discernir no llega... O no da señales para reconocerla.
Con la misma candidez, alguien hace una pregunta que no acepta responderse: ¿Qué tipo de piedra te gustaría ser? ¿Una que está quieta en el suelo? ¿O la piedra que va en la mano de un manifestante antes de ser lanzada a un edificio gubernamental?
En realidad, la obra se llama así a partir de una escena que fue quitada. Mostraba a tres personajes que tiraban una piedra contra la pared tratando de romperla, pero la pared se quebraba y no la piedra. En el trabajo intenso y complejo que la obra atravesó durante un mes de ensayos en Ámsterdam, la escena fue soslayada pero su espiritu quedó impregnado, resistente.
Tanta confianza en el texto no exime de exigencias a los actores: Denise Groesman, Rafael Federman, María Villar y Vladimir Durán. Mientras que la música original de Agustín Srabstein se parece al sonido de una época: la actual.
Las piedras tiene funciones los viernes y sábados de abril, a las 21 en la sala 3, El Cultural San Martín, Sarmiento 1551.