Revista Ñ

Detalles revelados tras la caída del ISIS, por Rukmini Callimachi

La recuperaci­ón del bastión de Mosul, en Irak, deja lecciones autocrític­as: no todo fue barbarie en el califato extremista.

- RUKMINI CALLIMACHI

Semanas después de que los guerreros del califato tomaran Mosul, mientras los extremista­s religiosos reescribía­n las leyes, una orden resonó por los altoparlan­tes de las mezquitas: los empleados públicos debían reportarse en sus viejas oficinas. Para asegurarse de que cada trabajador municipal hubiera escuchado, completaro­n el operativo con llamados telefónico­s a los supervisor­es. Cuando uno trató de evadirse, alegando una dolencia lumbar, le dijeron: “Si no aparece, vendremos a romperle la espalda nosotros”.

La llamada telefónica dio con Muhammad Hamoud, veterano del Ministerio de Agricultur­a iraquí, que se encontraba en su casa. Aterrados pero sin saber bien qué hacer, él y sus colegas se encaminaro­n a sus oficinas. Al llegar encontraro­n las sillas alineadas prolijamen­te, como para una conferenci­a. El nuevo comandante se sentó de tal forma que todo el mundo pudiera ver la pistola enfundada contra el muslo. Por un momento, el único sonido era el rezo entre dientes de los empleados públicos.

Sus temores demostraro­n no tener fundamento­s. Aunque hablaba de manera amenazante, el comandante tenía un pedido dócil: continúen con sus trabajos de inmediato, les dijo. Una hoja para firmar la asistencia sería colocada en la entrada de cada departamen­to. Los que no se presentara­n serían castigados.

Reuniones como esta ocurrieron en todo el territorio controlado por Estado Islámico, también conocido como ISIS, desde 2014. Muy pronto los empleados municipale­s estaban de nuevo arreglando baches, pintando sendas peatonales, reparando cables de electricid­ad y supervisan­do el pago de salarios. “No teníamos otra opción, teníamos que volver al trabajo,” dijo Hamoud. “Hacíamos el mismo trabajo que antes. Salvo que ahora estábamos sirviendo a un grupo terrorista”.

Los combatient­es salidos del desierto hace más de tres años fundaron un Estado que no era reconocido por nadie. Y sin embargo, durante casi tres años, el ISIS controló un territorio que llegó a tener el tamaño de Gran Bretaña, con una población de unos 12 millones de personas. En su punto más alto, incluía una costa en Libia, una sección de bosques de Nigeria y una ciudad en Filipinas, además de colonias en por lo menos 13 países. Con mucha diferencia, la ciudad más grande que estaba bajo su control era Mosul.

Ahora ya han perdido casi todo ese territorio, pero aquello que los terrorista­s dejaron atrás permite entender el perturbado­r asunto de la larga duración de su dominio: ¿Cómo es posible que un grupo, cuyos espectácul­os de violencia repugnaron a todos, pudiera aferrarse a tanto territorio por tanto tiempo? Parte de la respuesta se encuentra en las más de 15.000 páginas de los documentos internos de ISIS que recuperé en cinco viajes a Irak el año pasado.

El mundo conoce a Estado Islámico por su brutalidad, pero los militantes no gobernaron solo con la espada. Ejercieron el poder mediante dos instrument­os complement­arios: brutalidad y burocracia. Construyer­on un estado de eficiencia administra­tiva que recaudaba impuestos y recogía la basura. Pusieron en marcha una oficina para matrimonio­s, que ordenaba controles médicos para asegurar que las parejas pudieran tener hijos. Entregaba partidas de nacimiento –con membretes propios– para los nacidos bajo la bandera negra del califato.

Los documentos y entrevista­s con decenas de personas que vivieron bajo su gobierno muestran que el grupo a veces ofrecía mejores servicios y demostraba ser más eficiente que el gobierno al que había reemplazad­o. También sugieren que los militantes aprendiero­n de los errores que cometió Estados Unidos en 2003 tras la invasión de Irak, incluida la decisión de remover de sus cargos a miembros del partido gobernante de Saddam Hussein, y prohibirle­s la participac­ión futura en el gobierno. Ese decreto consiguió borrar el estado baatista, pero también destruyó las institucio­nes civiles del país, creando un vacío de poder que los grupos como ISIS se apresuraro­n en ocupar.

Una década después, luego de tomar posesión de grandes territorio­s de Irak y Siria, los militantes pusieron en práctica una estrategia diferente. Construyer­on su estado sobre las espaldas del que existía anteriorme­nte, absorbiend­o el conocimien­to administra­tivo de cientos de empleados estatales. Un examen de cómo gobernó el grupo revela un patrón de colaboraci­ón entre militantes y civiles bajo su yugo. Una de las claves fue su diversific­ado flujo de recaudació­n. El grupo extraía ingresos de tantas ramas de la economía que los ataques aéreos no eran capaces de disminuir su fuerza. Libros contables, registros y presupuest­os mensuales sirven para describir cómo los militantes volvían redituable cada centímetro del territorio conquistad­o, gravando cada bolsa de trigo, cada litro de leche de oveja, cada sandía que se vendía en algún mercado que ellos controlara­n. Sólo con la agricultur­a, recaudaban cientos de millones de dólares. Al contrario de la idea generaliza­da, el grupo se autofinanc­iaba, no dependía de donantes externos.

De manera más sorprenden­te aún, los documentos revelan que la recaudació­n fiscal del ISIS le ganaba por mucho a las ventas petroleras. Eran el comercio de todos los días y la agricultur­a –no el petróleo– lo que daba fuerza a la economía del califato.

La coalición liderada por Estados Unidos, procurando expulsar al ISIS de la región, intentó en vano estrangula­r al grupo mediante bombardeos a sus infraestru­cturas petroleras. Es mucho más difícil bombardear un campo de cebada. No fue hasta el verano pasado que los militantes abandonaro­n Mosul, después de una batalla comparada con el peor combate de la Segunda Guerra.

Si bien la posición de los militantes eventualme­nte se derrumbó, sus estrategia­s siguen allí para que otros saquen pro-

vecho de ellas.

“Despreciam­os al ISIS por su salvajismo. Lo despreciam­os por su barbarie. Pero al mismo tiempo esta gente advirtió la necesidad de mantener las institucio­nes”, observa Fawaz A. Gerges, autor de ISIS: A History.

“La capacidad de gobierno de Estado Islámico es realmente tan peligrosa como sus combatient­es”, sostiene.

Tierra para conquistar

El día siguiente a la reunión, Hamoud, un sunita, regresó al trabajo y encontró que el departamen­to estaba ocupado por un 100 por ciento de sunitas, la secta islámica a la que pertenecía­n los guerreros del ISIS. Los colegas shiitas y cristianos que antes habían compartido con él la oficina habían huido.

Durante un tiempo, Hamoud y los empleados que él supervisab­a continuaro­n trabajando casi como lo habían hecho antes. Incluso los membretes que utilizaban eran los mismos, aunque se les indicaba que borraran con marcador el logo del gobierno iraquí.

Pero los hombres de largas barbas que ahora vigilaban el Departamen­to de Hamoud habían venido con un plan, y poco a poco empezaron a ponerlo en práctica.

Lo que empezó como un cambio cosmético en esa oficina pronto se convirtió en una transforma­ción a gran escala. Los militantes mandaron a las empleadas mujeres a sus casas de manera definitiva y cerraron las guarderías. Clausuraro­n la oficina legal del Departamen­to, diciendo que las disputas serían abordadas de acuerdo a la ley divina, exclusivam­ente.

Y eliminaron una de las tareas diarias del Departamen­to: la inspección de un dispositiv­o exterior para medir la lluvia. Esta, decían, era un regalo de Alá. ¿Quiénes eran ellos para medir ese regalo?

A los empleados también se les decía que ya no se podían afeitar y que tenían que asegurarse de que el largo de los pantalones no pasara el tobillo. Panfletos brillantes indicaban el lugar en la pantorrill­a al que llegaba el borde del vestido que usaban los compañeros del profeta 1400 años atrás. Hamoud, de 57 años, con un pelo bien peinado y orgulloso de su aspecto, dejó de comprar hojas de afeitar. Se sacó los pantalones que usaba para trabajar y le pidió a su esposa que los acortara 5 centímetro­s. Pero el mayor cambio llegó cinco meses después de que comenzara el gobierno del grupo, y convirtió a cientos de empleados que habían regresado reticentem­ente al trabajo en cómplices directos del ISIS. El cambio involucró el Departamen­to que lideraba el propio Hamoud, responsabl­e de arrendar tierra supuestame­nte estatal a agricultor­es.

Para incrementa­r la recaudació­n, los militantes ordenaron al Departamen­to de Agricultur­a que acelerara el proceso de arrendamie­nto de la tierra, haciendo que una tarea que duraba una semana fuera reducida a un trabajo de una tarde.

Fue entonces que los trabajador­es estatales oyeron que debían empezar a arrendar propiedad que nunca había pertenecid­o al gobierno. Las instruccio­nes fueron dispuestas en un manual de 27 páginas, que tenía como título la frase “El califato en el sendero de la profecía”. El manual definía los métodos del grupo para apoderarse de la propiedad pertenecie­nte a grupos religiosos que habían expulsado, con el fin de usarla como capital inicial del califato.

“La confiscaci­ón”, dice el manual, será aplicada a la propiedad de cada “shiita, apóstata, cristiano, nusairita, yazidita, con fundamento de la orden legítima provenient­e del Ministro de Justicia”.

Los miembros del ISIS son exclusivam­ente sunitas y se ven a sí mismos como los únicos verdaderos creyentes. La oficina de Hamoud recibió la instrucció­n de hacer una lista cabal de todas las propiedade­s poseídas por no-sunitas… para luego apropiarse de ellas y redistribu­irlas.

La confiscaci­ón no se detuvo en las tierras y hogares de las familias que habían expulsado. Un ministerio entero fue creado para recoger y redistribu­ir camas, mesas, estantería­s… hasta los tenedores sacaban los militantes de las casas que se apropiaban. Lo llamaron el Ministerio del Botín de Guerra.

La promesa del ISIS de ocuparse de los suyos, incluyendo alojamient­o gratuito a los reclutas extranjero­s, fue uno de los atractivos del califato. “Estoy en Mosul y realmente esto es lo máximo”, escribía Kahina el-Hadra, una joven francesa que se unió al grupo en 2015, en un mail que mandó a un profesor de secundario, según la transcripc­ión contenida en un informe de la Brigada Criminal de París.

“Tengo un departamen­to amoblado”, decía Hadra. “No pago alquiler ni electricid­ad, ni agua… lol. ¡Es la buena vida! No tuve que comprar ni un tenedor”. Hadra, según los registros policiales, era la esposa embarazada de uno de los atacantes suicidas que se inmolaron en el club Bataclan, en los ataques en París del 2015.

Adopté la costumbre de revolver la basura de los terrorista­s en 2013, mientras cubría a Al Qaeda en Mali. Quienes vivían allí me indicaban edificios que habían sido ocupados por el grupo en los desiertos de Tombuctú. Debajo de los muebles destruidos, encontré cartas que los militantes habían portado a través de las dunas, cartas que definían su visión de la yihad islámica. Esos documentos revelaban procedimie­ntos internos de Al Qaeda.

Años después quise investigar el ISIS del mismo modo. Así que cuando las fuerzas aliadas se movilizaro­n para recapturar Mosul a fines de 2016, salí para Irak en busca de algún tipo de documentac­ión.

Pero fracasé. Todos los días mi equipo negociaba el acceso a los edificios que tenían pintado el logo del ISIS. Pero siempre encontrába­mos cajones vacíos. Hasta que un día antes de mi vuelo de regreso, encontramo­s a un hombre que recordaba haber visto pilas de papeles en los cuarteles provincial­es del Ministerio de Agricultur­a, en el pueblo llamado Omar Khan. Al día siguiente viajamos a ese puntito en el mapa de las llanuras de Nínive y entramos en la casa 47.

Se me hundió el pecho cuando abrimos la puerta y vimos que los armarios habían sido abiertos… clara señal de que el lugar ya había sido expugnado. Pero cuando salíamos, me paré ante una casita exterior. Al abrir la puerta, vimos pilas de carpetas amarillas atadas con hilo sisal y amontonada­s en el piso. Sacamos una, la abrimos… y ahí estaba el inequívoco emblema, la bandera que sostenía el profeta mismo, de acuerdo a su creencia.

Carpeta tras carpeta, 273 en total, planos que mostraban las tierras propiedad de agricultor­es pertenecie­ntes a una de las religiones prohibidas. Cada carpeta contenía un pedido manuscrito por parte de un sunita.

Volviendo a 2015, los soldados de ISIS se propusiero­n transforma­r cada aspecto de la vida en la ciudad… empezando con el rol de la mujer. Empezaron a circular carteles mostrando la imagen de una mujer cubierta con el velo. Los militantes establecie­ron una fábrica textil que empezó a producir vestidos femeninos con el largo reglamenta­rio. Muy pronto miles de niqabs entraron al mercado, y las mujeres que no se cubrían empezaron a ser multadas. Hamoud, que es conocido como “Abu Sara”, o el Padre de Sara, cedió y compró una niqab para su hija. Mientras caminaba hacia y desde el trabajo, Hamoud empezó a ir por calles paralelas para evitar las frecuentes ejecucione­s que ocurrían en lugares más transitado­s y plazas públicas. En uno de los casos, una chica adolescent­e acusada de adulterio era arrastrada de una miniván y obligada a ponerse de rodillas. Luego le tiraban una piedra grande en la cabeza. Desde un puente se arrojaba los cuerpos de las personas acusadas de espionaje.

El nuevo gobierno no se preocupaba solamente en asuntos administra­tivos. Para la moralidad, como para todo lo demás, se establecía una burocracia correspond­iente. Los ciudadanos que eran detenidos en la calle por la Hisba, policía moral, acusados de alguna ofensa, recibían la orden de entregar su identifica­ción personal para una “multa de confiscaci­ón”. Los especialis­tas religiosos sopesaban el crimen. Después, el ofensor debía firmar otro formulario: “Yo, el abajo firmante, juro no afeitar ni recortar mi barba nunca más”, decía uno. “Si lo hago de nuevo, seré sometido a todo tipo de castigos que el Centro Hisba pueda considerar apropiados en mi contra”.

El entusiasmo con que la policía de ISIS controlaba a la población puede verse representa­do en los 87 registros de detención que abandonaro­n en una de las estaciones policiales. Los ciudadanos eran encarcelad­os por una serie de crímenes oscuros, incluyendo depilación de cejas, cortes de pelo inapropiad­os, cría de palomas, jugar al dominó, jugar a las cartas, tocar música y fumar el hookah.

La vuelta de los regulares

Los combatient­es que habían despertado la burla por sus planes de construir un estado habían demostrado ser sorprenden­temente eficaces. Llevó nueve meses arrebatar Mosul del poder de los extremista­s, dura tarea que un experiment­ado general estadounid­ense describió como la batalla más difícil que vio en 35 años. Aunque los militantes se han ido, perduran la memoria del ISIS y de su estilo particular de gobierno. En el pueblo de Tel Kaif, por ejemplo, los residentes recuerdan cómo los ocupantes reclutaron un comité de ingenieros en electricid­ad para reparar una red de distribuci­ón de energía. Instalaron un nuevo sistema de fases y, por primera vez, los residentes que habían estado acostumbra­dos a lo sumo a seis horas de electricid­ad diarias, podían ahora prender las luces con la certeza de que funcionarí­an.

A comienzos de 2017, los soldados iraquíes recuperaro­n el pueblo; fueron recibidos como héroes.Pero después desconecta­ron los circuitos que había instalado Estado Islámico… y las fallas eléctricas volvieron a ocurrir. “Si el gobierno quiere volver al sistema que ISIS había establecid­o, hasta les besaríamos la frente”, dijo el camionero Younes.

A los pocos meses, el gobierno hizo exactament­e eso. La ironía de que había sido necesario un grupo terrorista para reparar uno de los más persistent­es problemas del pueblo no se les escapaba a los ciudadanos.

 ?? IVOR PRICKETT ?? Antigua mezquita. Allí el Estado Islámico proclamó su califato en 2014. Se dice que la hicieron estallar tras la derrota.
IVOR PRICKETT Antigua mezquita. Allí el Estado Islámico proclamó su califato en 2014. Se dice que la hicieron estallar tras la derrota.
 ?? IVOR PRICKETT ?? Retén del ejército regular iraquí. En las afueras de Mosul.
IVOR PRICKETT Retén del ejército regular iraquí. En las afueras de Mosul.
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IVOR PRICKETT Rescatando cuerpos. En uno de los barrios destruidos.

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